Los cubanos de la calle y el campo -los de la cárcel portátil-, la mayoría silenciosa y pobre, padecen la tragedia de sus vecinos de Haití con un sentimiento en el que prevalece la consternación, la piedad y el azoro. Y en el que no falta un porcentaje significativo de impotencia y rabia porque hasta la solidaridad es en esa isla un privilegio del Estado totalitario. Es que se trata de una nación con la que hay relaciones y acercamientos que vienen de un pasado remoto, impreciso, de un tiempo en el que el mar Caribe se atravesaba sólo en canoas ...
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