El ruinoso apartamento de cincuenta metros cuadrados en la populosa barriada de Colón, en el corazón de La Habana, ya resultaba pequeño para Madelaine, ginecóloga, quien residía junto a sus padres, el esposo y dos hijos. Con su salario equivalente a 70 dólares, más el de su esposo y la pensión de los padres, la entrada familiar era de 120 dólares mensuales, que se evaporaba en comprar carne de cerdo, pollo, viandas, frutas y pescado en el mercado negro. “Las condiciones de la casa eran malas. El edificio presentaba peligro de derrumbe. No nos alcanzaba el dinero para comprar un ...
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