Cuando cae la tarde en el malecón de La Habana, una ilusión óptica da la sensación de que en el horizonte el sol está siendo devorado por el mar. Es a esa hora cuando Daniel, jubilado de 66 años, se acomoda en un banco de madera y junto a varios vecinos, bebe ron casero de pésima calidad. Desde hace medio siglo, Daniel vive en un cascarón de mampostería situado frente al malecón. La mano de pintura barata en la fachada no puede ocultar las grietas ni el salitre agresivo, que ha descorchado trozos de repello del viejo inmueble. “A cada ...
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