Ojalá los adultos pudiéramos pedir deseos a un rey mago. Ahora mismo, en esta madrugada fresca habanera, con un cielo negro rebosado de estrellas, quisiera poder cumplir algunos sueños.
Cuánto daría por estar el lunes 29 de noviembre, sentado en un rincón del imponente estadio Camp Nou de Barcelona, para disfrutar del mejor partido de liga que hoy se puede ver en el planeta, el Barça-Real Madrid.
Si de fútbol se trata, tengo varios sueños por cumplir. Visitar el Maracaná de Rio de Janeiro durante un derby Flu-Fla. O el estadio de Anfield, en Liverpool, cuando los rojos salen al terreno mientras los fanáticos cantan “Nunca caminarás solo”.
También desearía ver un partido de béisbol en el nuevo recinto de los Yankees de New York. O recrearme con un batazo sideral de cuatro esquinas de mi ídolo Kendry Morales con su equipo de Los Angelinos. Luego de comer en Taco Bell o en una McDonald’s, darme un salto hasta el coliseo de Los Angeles Lakers y asombrarme con el juego fantástico de Kobe Bryant y Pau Gasol.
Me pregunto si algún día podría hacer turismo. Dar una vuelta por Madrid, Lisboa, París, Roma, Tel Aviv, Sao Paulo o el viejo San Juan. Si no pueden ser todas, al menos una ciudad. Da igual.
Como último deseo me reservo una ocasión especial. Visitar la ciudad suiza de Lucerna con mi hija Melany. Y en el apacible Lago de los Cuatro Cantones, charlar con mi madre, mi hermana y mi sobrina Yania.
Hace siete años, el 25 de noviembre de 2003, obligadas por circunstancias políticas ellas se marcharon de su patria. Mi madre tenía dos opciones: arriesgarse a ir a prisión por su labor como periodista independiente o tratar darle un futuro mejor a su nieta mayor y su hija.
En Cuba quedamos su otro hijo y su otra nieta, de 7 años, a quien personalmente no conoce. Es el precio que debemos pagar por pensar diferente a los hermanos Castro. Mi familia en el exilio, y yo en esta isla, más isla que nunca, sumida en el deterioro económico y una crisis feroz, sistémica y de valores.
Deberían haber Reyes Magos también para los adultos. Y poder pedir deseos y sueños. Y de hacerse realidad, en mi caso, estar unos días con mi familia, visitar lugares y sitios que me hechizan y regresar puntualmente a La Habana. Una dama de 491 años que siempre está ahí, esperando por los suyos.
Iván García
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