Desde La Habana

Sobreviviendo en el socialismo cubano

La vida para Juan Domeq, 79 años, es un círculo vicioso. Todos los días se levanta a las 5:30 de la mañana y con su andar lento y titubeante llega a un estanquillo (quiosco) de periódicos y compra 50 ejemplares del periódico Granma e igual número de Juventud Rebelde. Domeq invierte 20 pesos (menos de un dólar) en los 100 ejemplares. Si logra venderlos, a un peso cada uno, obtiene 80 pesos de ganancia. Pero no todos los días puede vender esa cantidad de periódicos.

“A La gente de la calle le interesa poco lo que dice la prensa cubana. Además, el empleado del estanquillo no siempre puede venderme 100 periódicos, por lo general me vende de 40 a 50. Después, si tengo un buen día, compro viandas, leche o yogurt para mi esposa que desde hace cuatro años está en cama por una parálisis.  La escasa plata que gano vendiendo periódicos la gasto en comida. Y tengo que estar con los ojos bien abiertos, pues ya la policía me ha puesto varias multas de 40 pesos, por vender la prensa sin tener licencia”, señala Juan Domeq, un anciano triste colmado de achaques que vive en una inmunda cuartería de la barriada habanera de Lawton.

A la misma hora que Domeq se levanta para comprar la prensa, Antonio Villa, 68 años, impedido físico, se despierta. Luego de desayunar una taza de café caliente, en su sillón de ruedas se dirige hacia la panadería de su barrio, donde a la entrada vende jabas (bolsas) de nailon, a peso (0.05 centavos de dólar) cada una.

Según Antonio, un conocido le vende un centenar de bolsas de nailon por 35 pesos. “Vendiendo jabas suelo estar entre 10 y 12 horas diarias. A veces tengo un día bueno y logro vender 200 jabas, pero la mayoría de las veces sólo vendo 80 o 90. Con lo que obtengo, de 65 a 120 pesos (unos 3 a 5 dólares), compro comida y guardo una calderilla para pagarle a una mujer que me lava la ropa. En varias ocasiones, la policía me ha llevado para la estación. Además de ponerme una multa, me decomisan las jabas. Pero en cuanto me dejan libre, vuelvo a lo único que sé hacer para buscarme el dinero de forma honrada”, cuenta Antonio, un negro que perdió una pierna durante la guerra de Angola y vive en una choza de madera y techo de aluminio.

También sin mucha suerte intenta buscarse un puñado de pesos Clara Rivas, 71 años, residente en un decrépito asilo de ancianos en la barriada de La Víbora. Clara, sucia y mal vestida, vende cigarrillos al menudeo. “En el asilo nos dan almuerzo y comida, pero tan mal elaborados que muchos viejos que allí residimos preferimos buscar algún dinero por nuestra cuenta y comer en la calle”.

Luego de estar 14 horas vendiendo cigarrillos, el dinero ganado le alcanza para una ración de arroz, potaje de chícharos y un pescado de sabor indefinido y repleto de espinas, en un tugurio estatal donde los precios son bajos. Con el estómago lleno, vuelve al asilo a dormir.

Juan, Antonio y Clara son tres ancianos cargados de achaques, ya con señales de demencia senil y sin una familia que los cuide. Tienen que hacer milagros para sobrevivir en las duras condiciones del socialismo cubano. Y no son los únicos.

Iván García

Foto: Martin Baran, Flickr

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