Hacer periodismo en Cuba es un acto de magia negra. Investigar u obtener una cifra resulta una quimera. Con voz entrecortada, las personas te susurran informaciones, pero no tienes la manera de confirmarlo. Les pongo ejemplos.
Una noche calurosa, en el balcón de su casa, un empleado pasado de tragos, me cuenta toda una trama siniestra de corrupción entre el gobierno y el extranjero al frente de la firma donde trabaja.
A la mañana siguiente, ya sobrio, le pregunto si me autoriza a publicar la historia. Se espanta. “Por favor, recuerda que yo vivo de ese negocio, si escribes sobre el tema, seré el primer sospechoso, definitivamente no”, me responde. Y a paso doble quiere desmarcarse del molesto periodista.
También sucede con personas que te telefonean, para darte una información supuestamente valiosa. Luego de acordar una cita, en un parque o lugar céntrico de la ciudad, lo que ocurre parece un filme mediocre de espionaje.
El sujeto usa unas gafas oscuras y te hace caminar tres cuadras. “Ahora dobla, siéntate en un banco, párate, compra un periódico Granma y espérame en el café de la esquina”, te va diciendo con voz cansina y automática a tu espalda.
Cuando vomita la historia, resulta tan fantástica, que mueve a risa. Pura teoría de conspiración. “Si quiere que escriba una línea tiene que darme algo más que una simple narración oral”, le digo incrédulo.
Promete obtener videos. No he sabido más de él. Huele a quemado. Quizás un agente de la policía política. Cierta vez, una señora que trabajaba como criada de un personaje famoso, me cuenta la vida disipada y repleta de derroches de su señor.
Cuando le digo que pienso citarla, con otro nombre, la mujer entra en pánico. “Si la policía me interroga, digo que usted inventó todo eso”, señala indignada. Otros piensan que un periodista es un cheque en blanco. “Si le cuento lo que sé, cuánto usted me paga?”, indagan con una mirada llena de codicia.
Y están las personas a quienes todos los caminos se les han cerrado por la vía legal y recurren a la disidencia o los periodistas independientes, para que les den repercusión a sus casos.
Se creen el ombligo del mundo. A veces la historia es baladí. Okupas criollos, desalojados por vivir en casas deshabitadas. O alguien que quiere acusar al jefe del sindicato de su fábrica, por haber otorgado, por favoritismo, un apartamento de microbrigada (construído por los trabajadores). El hombre piensa que se merecía el piso.
Como remate de las trabas para ejercer la profesión de reportero en Cuba, están los organismos oficiales. Cualquier dato levanta sospecha. Llamo por teléfono a una oficina, para conocer qué por ciento de blancos y negros hay en la isla. Empieza el interrogatorio: ¿quién es usted? ¿para qué quiere esos datos? ¿quién lo autorizó?
En marzo de este año fui a Cárdenas, a casa de Elián González, el otrora niño balsero, hoy cadete de un colegio militar. Intenté hacerle una entrevista, y luego de acosarme a preguntas, uno de sus escoltas expresó que tenía que llevar un papel firmado por un miembro del comité central del partido comunista, o por el primer secretario del partido en Matanzas o Ciudad de La Habana.
Todo es demasiado difícil en Cuba. Desayunar, almorzar y comer. Arreglar una casa. Trasladarte en ómnibus por la ciudad. Pero ser periodista es casi imposible. Pese a todo, lo intento.
Iván García