Joel, bicitaxista, 56 años, vive con su esposa y tres hijos en una cuartería en la zona antigua de La Habana. Cuenta que cuando comenzó a llover, lo primero que hizo fue desplazar la mesa familiar hacia una rincón de la sala, para que no se mojara con el agua que se filtra del techo. Mientras, su mujer y sus hijos colocaban vasijas donde caían goteras.
Después, entre todos, trasladaron al dormitorio el viejo televisor de tubos catódicos y el refrigerador Haier, de los vendidos por el extinto Fidel Castro a la población durante su ‘revolución energética’. En medio del temporal se fue la electricidad. “Me cago en la madre de Díaz-Canel ”, gritó Joel. No era el único insulto al régimen que se escuchaba en la cuartería en ese momento.
El aguacero y el apagón no impidieron que varios vecinos del solar continuaran bebiendo ron barato. En una bocina portátil retumbaba la voz ronca del reguetonero El Micha cantando Un sueño. Cuba grita Libertad. “Hace falta un cambio aunque sea por casualidad. Cada día está peor La Habana no aguanta más. El pueblo está diciendo: está bueno ya. Cruzan veinte países o en balsa se vn”, coreaban algunos muchachos.
En 2015, Joel llegó a la capital con su mujer y sus tres hijos, huyendo de la pobreza extrema en Chicharrones, el barrio de Santiago de Cuba donde vivían. Ocho años después, no ha logrado salir adelante. A continuación su testimonio.
«No hay quien aguante esto. Me pregunto hasta dónde nos van a llevar los descarados que gobiernan el país. Tenemos que vivir en una pocilga porque el gobierno se gasta el dinero en construir hoteles que están vacíos, mientras más de un millón de cubanos viven agregados o en casas inhabitables. Llega un momento que la gente pierde el miedo. Hay quienes dicen que hace falta otro 11 de julio. Pero con protestas esto no se va a tumbar. Lo que hace falta es coger el monte. Tengo poco que perder, a no ser el bicitaxi, con el cual me paso doce horas diarias pedaleando para malamente alimentar a mi familia.
«¿Qué tengo?. Nada. Ni café puedo brindarle a las visitas. Un refrigerador que apenas congela, un trasto viejo de televisor y muebles del tiempo de ñaña seré. Fíjate si el hambre ha arreciado, que por la barriada no queda un gato con vida. La gente se los come. Y las palomas que crían mis hijos se desaparecen de la azotea. Hacen sopa con ellas. En ocasiones he pensado en el suicidio colectivo. O prenderme candela, como hizo un vendedor ambulante en Túnez. Yo lo haría frente al Comité Central. Ya la situación es insostenible. No tenemos gas de balita para cocinar y a partir de mayo, a los mayores de 14 años no le van a vender la cuota de pollo por la libreta. ¿Qué vamos a comer, gatos, perros y palomas?”.
Aymara, maestra de primaria y madre soltera de dos niñas, de 9 y 14 años, confiesa que con frecuencia llora por las noches, pensando en el futuro de sus hijas. «Vivimos en un edificio en peligro de derrumbe, el baño es colectivo y a veces, a falta de jabón, nos bañamos con detergente. Ni siquiera puedo pensar en hacerle las fotos de los quince a la mayor. Qué valores puedo inculcarle a mis hijas, si las madres de sus mejores amiguitas viven un poco mejor y pueden comer confituras porque son jineteras».
Para Aymara, lo peor no es el presente, es el futuro. «La revolución prometió un ‘porvenir luminoso’, pero 64 años después aún no ha llegado. Los gobernantes han transformado Cuba en un performance. La propaganda política va por un lado y la durísima realidad por el otro”.
Susana, ama de casa, considera que son múltiples los problemas del país. “La palabra de moda es no hay. No hay combustible. No hay comida. No hay medicamentos. No hay nada. Y el gobierno, tan campante, se lava las manos como Pilatos, culpa al bloqueo (embargo de Estados Unidos) de todo el desastre. Pero la gente no es boba. ¿Qué culpa tiene el bloqueo que no haya naranjas o una libra carne de puerco cueste casi 500 pesos? ¿Que en una isla que fue la principal productora de azúcar del mundo no haya azúcar? ¿O que comer pescado o tomarse una limonada sea un lujo al alcance de una minoría? Son unos incapaces. Por el bien de los cubanos, debían renunciar”.
Igor, dueño de una cafetería particular, afirma que ni “teniendo dinero se puede vivir en Cuba. Las compras de pollo a Estados Unidos han decrecido un 30 por ciento. De 7 mil pesos que costaba una caja de pollo congelado en el mercado negro, ahora cuesta entre 11 mil y 12 mil pesos y no la encuentras. El litro de gasolina ronda los mil pesos. Muchas familias están pasando hambre. Y si todavía no se ha producido una hambruna estilo Corea de Norte, es gracias a los cubanos residentes en el exterior, sobre todo en Estados Unidos. Son ellos, y no el gobierno, los que están sosteniendo a sus familias y también a instituciones del Estado”.
Un informe de la ONU recién publicado confirma que los cubanos de 14 a 60 años sufren malnutrición. El Programa Mundial de Alimentos lamenta que la diversidad dietética es limitada en Cuba. “La dieta del hogar cubano promedio es pobre en micronutrientes y no es suficientemente sana o diversa debido a la limitada e inestable disponibilidad de alimentos nutritivos, factores socioeconómicos y malos hábitos alimentarios”, apuntó el demoledor informe del Programa Mundial de Alimentos, adscripto a la ONU.
Mariana, trabajadora social, reconoce que el número de personas que necesitan asistencia del Estado aumenta cada año. “En 2018, 300 mil cubanos recibían subsidios estatales. En 2022 la cifra fue de más de 700 mil. Un subsidio que la inflación ha devaluado, pues aunque se desconocen determinadas estadísticas oficiales, según organismos internacionales, vivir con menos de un dólar y medio diariamente se considera miseria. En Cuba, la pobreza afecta al 65% de la población. Y la pobreza extrema ronda el 27%”.
La opción de muchos cubanos para escapar del manicomio político y económico es emigrar. Entre octubre de 2021 y marzo de 2023, si se suma la emigración irregular, visas por reunificación familiar y los paroles humanitarios otorgados por la Casa Blanca desde el 6 de enero, casi 400 mil compatriotas se han marchado solo para Estados Unidos. Esa cantidad representa el 4% de la población. Y las cifras siguen sumando.
Iván García
Foto: Vendedora de jabas de nailon. Imagen de Ramón Espinosa de la agencia AP, tomada de Radio Televisión Martí.