Antes de subir la pendiente por una calle interior de la barriada de La Víbora, a veinte minutos en automóvil del centro de La Habana, dos muchachitos que conducen una rústica carretilla atiborrada de aguacates y racimos de plátanos verdes, optan por tomar un descanso. Bajo el fuerte sol del mediodía, se sientan en el borde de la acera y con avidez se empinan agua de un pomo plástico.
Son hermanos. El mayor tiene 15 años y el otro aún no ha cumplido los 13. Tras la pausa, se secan el sudor con un trapo, comienzan a vocear “Vaya, coge tu aguacate maduro en 120 pesos, dale que me voy”, y continúan empujando la carretilla. A veces van acompañados por un adulto, por si la policía o los inspectores intentan multarlos. Al ser menores de edad, carecen de la licencia que permite vender como carretilleros.
«Ellos me ayudan a buscar dinero y sostener la casa. Estoy divorciada, los he criado a pulmón. El padre me dejó hace diez años. Nunca me ha dado un centavo. Los tres vivimos en el cuartico de un solar. Lavo pa’la calle, limpio pisos, cuido a personas mayores, hago cualquier cosa para que una vez al día puedan comer caliente y anden con ropa limpia. Somos pobres, pero honrados. Estoy convencida que el Señor, que está allá arriba -mira al cielo- nos ayudará”, dice esperanzada Marielys, la madre.
“Nosotros no tenemos a nadie que nos mande dólares. Es al duro y sin guante en un país donde el dinero cada vez vale menos. A una semana del inicio del curso escolar, no he podido comprarles las cosas que necesitan. Las mochilas más malitas, cuestan tres mil o cuatro mil pesos. Y los tenis, de cinco mil pesos en adelante. No me voy a volver loca. Si no puedo reunir el dinero, no irán a la escuela. El gobierno se quita las responsabilidades de encima y se las pasa a las familias. En Cuba hace rato que nada funciona”, confiesa Marielys.
Aida y Sergio, padres de una adolescente que en el próximo curso comenzará el bachillerato, aseguran “que ya hemos gastado 15 mil pesos (unos 63 dólares), en un par de zapatos y en un bolso escolar. Un tío que vive en Miami le mandó un móvil que le costó 400 dólares y una tableta que compró en 200 dólares. Cuando comiencen las clases, a cada uno tendremos que darle 150 pesos diarios para transporte y se coman una pizza cuando salga de la escuela. Cada vez es más difícil vivir en Cuba».
Estrella, madre de dos alumnos de primaria, se siente desbordada. “Esta crisis económica y los altos precios provocados por la inflación tienen a las familias cubanas en un estrés constante. He gastado 35 mil pesos en dos pares de tenis, dos mochilas y dos merenderos y todavía me quedan cosas por comprar. El otro dolor de cabeza es prepararle la merienda diaria. Están ocho horas en la escuela y el Estado no les garantiza desayuno ni merienda. Incluso se rumora que van a quitar el almuerzo en los seminternados. Imagínate, preparar almuerzo y merienda de lunes a viernes, con la que está cayendo, no hay bolsillo que aguante. Al paso que vamos, mejor privatizan la enseñanza”.
Cuando usted recorre las escuelas en La Habana, la mayoría presentan un elevado deterioro. Un profesor de una secundaria en el municipio Diez de Octubre, señala que su escuela «no ha recibido mantenimiento, los pupitres están desbaratados, igual que las ventanas de las aulas. La cancha deportiva es un marabuzal y los baños dan asco. Faltan doce maestros y la base material de estudio no está completa. Un desastre”.
Un funcionario del Ministerio de Educación afirma que “la escasez de maestros en La Habana, en todos los niveles educativos, supera los 3 mil. Y estoy siendo generoso al catalogar como profesores a alumnos universitarios y otras personas que no han estudiado magisterio y por necesidad se les contrata para dar clases en primaria o secundaria. Nadie quiere ser maestro. Los salarios son muy bajos. Un profesor gana entre 3,800 y 4,500 pesos mensuales (de 15 a 20 dólares). Los más capacitados se buscan un dinero extra dando repasos a hijos de padres con buen poder adquisitivo que les pagan en divisas. Aunque está prohibido, se ha convertido en una práctica habitual”.
Según este funcionario, la prensa ha informado que la entrega de uniformes escolares a la población supera el 49 por ciento, «pero esas cifras no son correctas. Y los números de escuelas reparadas o listas para comenzar el curso están inflados, así como la cantidad de maestros. La realidad es que se necesitan más de 13 mil profesores en toda la isla”.
Si damos crédito a los medios estatales, las provincias con mayor déficit de profesores son La Habana, Mayabeque y Matanzas. En Las Tunas las autoridades reconocen que faltan 700 docentes. Y en Santiago de Cuba, Ciego de Ávila, Granma y Sancti Spiritus superan los mil.
Con relación a los materiales, el profesor de la secundaria aclara que “al inicio del curso, a los alumnos se les dará una limitada cantidad de libretas y lápices que no alcanzan para todas las asignaturas. El resto tiene que comprarlo los padres” (en el mercado informal, una libreta de 40 hojas cuesta entre 200 y 250 pesos y un lápiz de escribir con goma, de 40 a 50 pesos).
Por si no bastara, la renuncia de maestros que buscan mejores salarios se multiplica. Olga no solo pidió la baja en Educación por los bajos salarios, si no «porque la profesión de magisterio está desprestigiada y no tiene reconocimiento social en Cuba. Ahora soy dependienta en un bar privado y entre el suelo y propinas, gano 30 mil pesos al mes. Ocho veces más de lo que ganaba como educadora”.
Mónica, maestra de primaria de Camagüey, en prestación de servicios en La Habana, suele ganar un dinero extra vendiendo ropa importada y queso casero. Y Joel, profesor de educación física, da clases de día y por la noche se prostituye. “El dinero no alcanza. En Cuba ser maestro y mierda es lo mismo”. Su sueño es emigrar a Estados Unidos, donde tiene un novio que le prometió ponerle un parole. Mientras llega la visa, Joel recorre de madrugada las calles en busca de clientes.
Iván García
Foto: Aula de una escuela en Camagüey. Tomada de Radio Cadena Agramonte.