La realidad casi siempre termina superando la ficción. Hace más de una década, el brillante columnista Carlos Alberto Montaner, describía como sería el final del castrismo. Según Montaner, luego de los trámites funerarios al ‘compañero Fidel’, el Consejo de Estado, con Raúl a la cabeza, decidía iniciar urgentes reformas económicas que inevitablemente confluirían en un estado democrático.
Montaner estaba convencido que era el único paso razonable a seguir por cualquier estadista medianamente responsable de una nación endeudada y empobrecida. Pensaba que sería un proceso vertiginoso. Bueno, en eso se equivocó. Cuando escribió el artículo ya había concluido la Guerra Fría, el movimiento de descolonización en África, el fin del apartheid, la desaparición de la Europa comunista y Fidel Castro no tuvo más opción que cerrar el campamento de adiestramiento de guerrilleros y terroristas.
El vasto arsenal militar subvencionado por el Kremlin envejeció escondido en túneles soterrados previstos para una guerra contra Estados Unidos que nunca llegó. Un sector amplio de los eficientes operadores políticos y de la inteligencia cubana, expertos en el continente africano, aliados de grupos subversivos o terroristas como FARC, ELN y la OLP, se quedaron sin empleo.
La casa número uno de Nuevo Vedado, donde Fidel Castro dirigió la guerra de Angola y Etiopía desde una butaca giratoria de cuero negro, fue desmantelada. Cuba volvió a la normalidad. Un país caribeño con una economía agrícola, salud de cobertura universal y educación ideologizada.
Cuando en 1991 se cerró el grifo de rublos, fertilizantes y petróleo del Cáucaso, el rey quedó desnudo. Castro había dilapidado una montaña de dinero incfreíble, se dice que dos veces el monto económico del Plan Marshall de Estados Unidos a la Europa de post guerra.
Tuvieron que ser paralizadas las obras de una central nuclear que se construía en Juraguá, Cienfuegos, provincia situada en el sureste del centro de la isla, a 232 kilómetros de La Habana. Por suerte, ya que su reactor era similar al utilizado en la central nuclear de Chernobyl, y a día de hoy es un cementerio de acero y hormigón fundido donde quedaron enterrados alrededor de mil millones de dólares.
El sueño de Fidel Castro de ser como Alejandro Magno aterrizó de golpe ante la dura realidad. La Isla, si quería tener acceso a las divisas, debía exportar azúcar, cítricos, níquel o servicios como el turismo.
Raúl Castro era un tipo listo, pero unca destacó por sus proezas guerrilleras. El día que su grupo ocupó el Palacio de Justicia en Santiago de Cuba, para apoyar el asalto al cuartel Moncada, la operación fue una chapuza. Fue detenido mientras caminaba rumbo a la finca de su padre. Las posteriores pruebas de la parafina demostraron que no había disparado un solo tiro.
En la guerra de guerrillas de la Sierra Maestra, Fidel, conociendo tal vez sus cualidades organizativas, lo envió al Segundo Frente, lejos del riesgo y los decisivos combates del llano que enfrentaban Camilo Cienfuegos y el comunista argentino Ernesto Che Guevara. En una ocasión, Castro II quiso dar un golpe militar al secuestrar a un grupo de soldados norteamericanos ebrios de la Base Naval de Guantánamo que estaban de pase. Fidel le envió un correo urgente para que los liberara. “No se le puede dar pretexto a Estados Unidos para que intervenga en esta guerra”, le reclamó luego de insultarlo.
La única forma que tenía Raúl Castro para llamar la atención y que su hermano valorara sus dotes de líder, era como fiscal o verdugo. El 12 de enero se cumplieron 62 años de la Masacre de la Loma de San Juan, Santiago de Cuba, donde los cuerpos de 71 fusilados se revolvieron con la tierra del lugar donde en 1898, soldados españoles y estadounidenses combatieron y miles de ellos murieron o fueron heridos en la más sangrienta batalla de la Guerra Hispano-Cubano-Estadounidense, que marcó el fin del dominio español sobre Cuba y posibilitó la proclamación de la República el 20 de Mayo de 1902.
Gracias a María Werlau, directora de Archivo Cuba, organización que ha documentado todas las víctimas de las dictaduras de Fulgencio Batista y los hermanos Fidel y Raúl Castro Ruz, el periodista independiente Vicente Morín Aguado tuvo acceso a testimonios de aquella masacre. «El tribunal sesionó solo cuatro horas, el 11 de enero de 1959, conformado por altos oficiales del Ejército Rebelde a las órdenes directas de Raúl Castro. Lo presidía el comandante Belarmino Castilla, los capitanes Oriente Fernández y Alfredo Ayala y como fiscal el también capitán Jorge Serguera. Fueron cuatro horas para todos los reos, al ritmo de cuatro minutos para cada sentencia. La respuesta a semejante iniquidad provino del propio Raúl Castro, quien se apareció de súbito en el abominable juicio. Su rostro lampiño intentaba una severidad ajena al moño femenil que sujetaba su larga cabellera».
El 15 de enero, el corresponsal de la agencia UPI, desde Santiago de Cuba reportaba: «Raúl Castro, comandante militar de la provincia de Oriente, en la cual han sido ejecutados hasta ahora 106 ‘criminales de guerra’, protestó hoy airado por la acusación de que la justicia revolucionaria ha iniciado un ‘baño de sangre’ y al mismo tiempo, prometió nuevas ejecuciones».
Después de instaurado el Gobierno Revolucionario, la figura de Raúl siempre estuvo presente en las purgas contra ex compañeros. Desde la detención a decenas de comunistas en 1968, acusados de sectarismo en la llamada Microfracción, hasta el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa en 1989. De cada purga o accidente, como el de Camilo Cienfuegos, su figura salió reforzada. Ya para 1990 sus hombres de confianza dirigían la inteligencia, contrainteligencia y todos los cuerpos del Ministerio del Interior.
Convencido que con el fin de la Guerra Fría concluía la etapa de intervención en guerras civil esde naciones africana y el apoyo subversivo a grupos guerrilleros o terroristas de la región, Raúl Castro reconvirtió un sector del aparato militar en un holding empresarial con ramas en las telecomunicaciones, fabricación de armamento, minería, construcción y administración de hoteles destinados al turismo y también el control de las remesas que giraban los emigrados cubanos a sus parientes pobres en la Isla.
Cuando el 31 de julio de 2006 Fidel se retiró del poder por enfermedad, ya Raúl Castro controlaba amplias parcelas de la economía. Cuando el 25 de noviembre de 2016 su hermano falleció, había barrido, sin demasiada propaganda, los planes delirante del comandante en jefe, destituido a los funcionarios de confianza del difunto, eliminado absurdas prohibiciones e iniciado tímidas aperturas económicas.
Era una estrategia bien encaminada. Autorizó a los cubanos acceder a la telefonía móvil, comprar una computadora, viajar al extranjero, alquilar una habitación de un hotel, vender su casa o comprar un automóvil. Quedó en evidencia que nuestros compatriotas eran ciudadanos tercera clase.
Raúl Castro pudo ser como el General Jaruzelski en Polonia. Sepultar el disparate económico, liberalizar la economía e iniciar una apertura política de corte democrática. Pero el temor lo paralizó. Su triunfo más sonado fue el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos. Pero la visita del presidene Barack Obama a La Habana y su histórico discurso resultó un boomerang para el general y los anquilosados gobernantes cubanos.
No fue Fidel quien presionó a Raúl para que frenara las reformas. Ya su hermano era un cadáver político y solo era útil como propaganda.
Que nadie lo dude, fue el propio Castro II quien al ver el gran apoyo que el primer presidente negro de Estados Unidos tenia en Cuba y que la Casa Blanca tenía una estrategia diferente, alentando a los emprendedores privados, apagó la cachimba de la paz y puso fin a los cambios. Algún día se sabrá que pasó con los disturbios sónicos que afectó a 27 diplomáticos estadounidenses, y si Raúl estaba al tanto.
El paso atrás de Castro II en el VIII Congreso del Partido Comunista es una puesta en escena para la opinión pública internacional. Nada se ejecuta en Cuba sin que Raúl, o sus hombres de confianzas, lo autoricen. Se trate de vender cuatro huevos extras a los habaneros o de mandar a detener y destruir las obras del artista visual Luis Manuel Otero Alcántara.
A Raúl Castro siempre le gustó estar tras bambalina. Mover los hilos a distancia. Hasta que se demuestre lo contrario, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez hará lo que Raúl Castro quiere que haga. Es su pupilo. Un mascarón de proa. Raúl se jubilará el día que muera. Lo ha dicho públicamente: ‘Los comunistas y revolucionarios jamás nos jubilamos, morimos con las botas puestas’.
La estrategia a seguir por Castro II ya está trazada. Los ejecutantes conocen sus protocolos. El discurso duro se va diluir con el tiempo. La crisis económica va arreciar, y por supuesto, el manicomio cubano seguirá cuesta abajo. Para entonces, Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, su exyerno y director de orquesta, en alguna sesión del buró político detallará los siguientes pasos a seguir: economía de mercado, «apertura política» con falsos opositores o disidentes leales que reclaman reformas dentro del modelo socialista y cambios que favorecerán a los hombres de negocio del Primer Mundo.
Los deseos desesperados por negociar con Estados Unidos envían una señal de ida y vuelta: Cuba se aparta de Venezuela y la subversión en el continente a cambio de privilegios para invertir en la Isla. Una propuesta atrayente para Washington, que se supone seguirá manteniendo su estrategia de defender los derechos humanos de los cubanos y apoyando a la oposición local.
Las aperturas del modelo cubano llegarán hasta donde exijan las circunstancias internas y la presión internacional, sobre todo de Estados Unidos. Por supuesto, en el Palacio de la Revolución de La Habana no aceptarán elecciones libres ni aperturas que les haga perder el poder. Las divisiones y rencillas internas tras la muerte de Raúl saldrán a flote.
El grupo que mejor se posicione impondrá sus reformas y cogerá el mando. ¿Cuál es el plazo de tiempo? Dependerá de las urgencias de la economía nacional y de la velocidad que se le imprima a las futuras reformas. Probablemente dentro de un par de años el escenario sea diferente. Más cercano a lo que describió Carlos Alberto Montaner en una columna escrita hace más de una década. Para entonces, puede que la ficción supere la realidad.
Iván García
Foto: Raúl Castro frente a la enorme piedra donde quiere que sus cenizas sean colocadas, al lado de las de Vilma Espín, su esposa y madre de sus cuatro hijos, fallecida el 18 de junio de 2007. Según Juan Juan Almeida en uno de los programa que semanalmente transmite por Facebook y You Tube, Nilsa Castro Espín, una de las tres hijas hembras del matrimonio, quería sacar a su madre de ese lugar, pues al parecer ella considera que su padre no fue un buen esposo. En mayo de 2018, el diario español El Confidencial desvelaba que Raúl Castro iba a trasladar su residencia oficial de La Habana a una lujosa finca en las inmediaciones del Mausoleo del Segundo Frente Oriental, situado al norte de Santiago de Cuba, en las estribaciones de la montaña Mícara y donde además de las cenizas de Vilma, reposan las del bailarín español Antonio Gades, gran amigo de la revolución cubana y de Raúl, así como los restos de más de un centenar de combatientes de la lucha guerrillera o fallecidos después. Foto tomada del reportaje «Raúl Castro desde la sombra del poder», de Pablo Alfonso, publicado en la web de Radio Televisión Martí en abril de 2018.