Desde La Habana

Regresa el período especial

Si los cubanos pensábamos que nuestras penurias y carencias de todo tipo habían tocado fondo, olvídenlo. Ya se cumplieron veinte años de la crisis económica más aguda y extensa que ha sufrido la isla en toda su historia. Fueron años duros. Muy duros.

Aún tengo fresca en mi memoria, los apagones de hasta 16 horas. Las personas desnutridas y con ropas raídas haciendo colas en los café para tomar una diabólica infusión hecha con cáscaras de naranjas y toronjas. Mi madre, cómo olvidarlo, adelgazó muchísimo, perdió parte de su dentadura y tuvo que vender su más preciado tesoro: una fabulosa colección de música brasileña. Por sólo 40 dólares, para poder comprar algo de comida en la shopping.

En 1989 en Cuba se había iniciado un retroceso violento en la vida cotidiana de las personas. No es que viviéramos bien. No. Adolecíamos de todo tipo de libertades esenciales, y éramos ciudadanos de tercera en nuestra propia patria.

Pero teníamos un sistema de salud relativamente eficiente y la cartilla de racionamiento era un poco más variada. Con la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS, a Fidel Castro se le cerró la llave del petróleo y los rublos soviéticos. Entramos entonces en la era de la indigencia.

La economía cayó en un 35 por ciento, y Castro se aferró aún más al poder, al estilo de Kim Il Sung. Ante el peligro de caer las personas abatidas como moscas en plena vía pública, realizó tibias reformas. Legalizó la moneda de su enemigo, Estados Unidos, y permitió la apertura de algunos trabajos por cuenta propia.

Fue la tabla de salvación para que La Habana no fuera Pyongyang. Todo lo bueno que nos sucedió en esos años vino de la mano de los dólares o de la inversión con capital extranjero. Luego, el gobierno de los hermanos Castro, ante el temor de que las reformas económicas les pudiera costar la silla presidencial, han puesto todo tipo de frenos.

Las empresas foráneas han disminuído al mínimo. Y justo cuando se cumplieron dos décadas de la funesta situación nacional, el mundo es abatido por una profunda crisis económica. Nadie se salva. Para no causar pánico, los medios oficiales han inicio una campaña, tenue, sobre cuánto nos afecta la crisis global.

Ya han reconocido que varias empresas del níquel han tenido que cerrar, por lo deprimido de los precios del metal en el mercado mundial. Afligidos, hablan de la caída de las exportaciones del tabaco y la poca entrada de turistas a la isla. Evidentemente, no son tiempos para vacacionar.

La solución, como siempre, es pedir más sacrificio -aún más- a la extenuada población cubana. Otra vuelta de tuerca. No se menciona que el culpable es la monumental ineficacia económica de un sistema que va contra la naturaleza humana. Ni tampoco se habla de permitir que los cubanos puedan crear pequeñas y medianas empresas.

Se atrincheran en sus peregrinas teorías de la soberanía y el nacionalismo barato. Y por supuesto, el culpable de tanto desastre somos los cubanos de a pie, a quien se nos pide ahorrar, no pensar en el futuro y, de contra, «ser leales al máximo líder».

Según un economista, es tanta la falta de billetes en las arcas estatales, que  «alrededor de doscientos mil toneladas de petróleo que nos vende Venezuela a precios preferenciales, por falta de liquidez se están revendiendo en el mercado mundial».

Es el colmo. Es como tener hambre y vender comida. Por el estado de cosas que se vislumbra en la isla, este verano la mayoría de los ciudadanos tendrán que abrir un nuevo agujero en el ya apretado cinturón. Otro más.

Iván García

Foto: almamagazine, Flickr.

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