En mi niñez estudié inglés en cursos impartidos a partir de las 6 de la tarde en la Escuela Pública No. 126 Ramón Rosaínz, en Monte y Pila, Cerro, en el mismo colegio donde cursé la Primaria. Lo aclaro, para entender mi interés por las revistas de Estados Unidos, vendidas en quioscos o estanquillos esparcidos por toda La Habana.
Aunque esas revistas costaban poco, mi padre cada semana no me podía dar 0.20 centavos para comprarme una Life u otra publicación en inglés, para que practicara el idioma. La solución la tuvo mi madre. Habló con Fermín, asturiano propietario de una pequeña carbonería en la esquina de Zequeira y Romay. Para envolver el carbón, a Fermín la gente le llevaba periódicos y revistas, entre ellas Life y National Geographic Magazine. Él las iba separando y una vez por semana yo pasaba y las recogía.
Otro surtidor de revistas era Roberto Castell, chofer de un camión de Lindsay, una de las grandes lavanderías y tintorerías habaneras. Castell era muy amigo de Delia, portuguesa que vivía en el primer piso de nuestro edificio. Ella se ganaba la vida alquilando a parejas uno de los cuartos de su casa, para discretos encuentros amorosos por unas horas o una noche.
Nunca vi la mujer con la cual todas las semanas Castell se acostaba. Lo que recuerdo es que con Delia me dejaba revistas, de las que iban a botar clientes a los cuales recogía ropa sucia y se la llevaba lavada y planchada. Su zonas de recorrido eran el Vedado y Miramar, y entre ellas estaban dos de mis favoritas: Good Housekeeping, que aún se publica, con el mismo perfil, y Lana Lobell, catálogo de modas por encargo, ya desaparecido.
Aprendí a recortar en el Kindergarten, a donde solían ir los niños a partir de los 3-4 años, antes de empezar el Pre-primario. Más que pintar y colorear, me gustaba recortar y pegar. En las quincallas, por 0.05 centavos, uno compraba un paquetico con una veintena de papeles de colores. La goma de pegar también era barata, igual que las tijeritas.
El Kinder lo hice en una escuela pública que había en Monte entre San Joaquín y 10 de Octubre, muy cerca de la Esquina de Tejas. Muchos años después, ya ruinoso el local, habilitaron un espacio para vender chucherías… por pesos cubanos convertibles!
Cuando cumplí los 5 años me inscribieron en la Ramón Rosaínz, seis cuadras más arriba, cerca del Mercado Único, más conocido por Mercado de Cuatro Caminos. En la Rosaínz hice el Pre-primario.
Al terminar ese grado, ya casi se sabía leer, aunque la lectura se consolidaba en el Primero, el grado donde hoy en Cuba enseñan a leer.
Entre otras diferencias con la enseñanza actual en la isla, en mi época le daban más importancia al desarrollo de habilidades manuales. También a asignaturas como Moral y Cívica, Música, Dibujo, Ortografía, Caligrafía y Economía Doméstica.
Luego de hojear las revistas que Fermín y Castell me regalaban (y leer lo que a esa edad me podía interesar), recortaba las fotos y dibujos que me pudieran servir para pegar en las libretas, y las guardaba en una caja, distinta a la de los recortes destinados a jugar con las «cuquitas» o paper dolls, esas muñequitas de cartón con vestiditos de papel. También recortaba y coleccionaba fotos de ropa y zapatos, viviendas, artistas y países, para con mis amiguitas jugar a la casa y el vestuario que nos gustaría tener o el artista y país que nos gustaría conocer… cuando fuéramos grandes!
Para ese juego, nunca recorté fotos de alimentos: éstos los guardaba para ilustrar clases relacionadas con la nutrición y recetas de cocina. Según los parámetros de entonces, pertenecíamos a la «clase baja», o sea, éramos pobres. Pese a nuestro limitado presupuesto familiar, jamás dejé de desayunar, almorzar, comer y merendar dos veces al día.
Tampoco recortaba productos de aseo, porque la persona más humilde con pesos, la moneda nacional, podía comprar una pastilla de Camay o Palmolive para bañarse o de Oso o Rina para lavar la ropa. O una caja de Ace o Fab para fregar y limpiar. No como ahora, que los cubanos que no reciben dólares o euros, se las ven negras para adquirir jabón, desodorante, champú y detergente, entre otros artículos de primera necesidad a la venta en ‘shoppings’ o tiendas recaudadoras de divisas.
Tania Quintero