Rendir cuentas de su gestión presidencial nunca estuvo entre las prioridades de los hermanos Castro. Los caudillos modernos se consideran por encima del bien y el mal.
Si Fidel Castro gestionaba la nación como si fuese una bodega particular, con planes económicos descabellados, saltándose el presupuesto estatal, desangrando las finanzas, recursos materiales y sacrificando vidas humanas en guerras civiles en África o planes subversivos en América, a Raúl Castro le ha tocado la difícil tarea de salvar y perpetuar la revolución verde olivo.
Pudiera parecer una misión imposible. El 31 de julio de 2006, Castro II heredó un país en números rojos. La economía interna era un auténtico caos. En bancarrota y con un cartel de poderosos burócratas corruptos, que tras bambalinas manejaban los hilos del comercio interior.
Los cubanos, cansados y sin futuro, vivían de campaña en campaña. El factor ideológico era una de las claves del barbudo. La nación se movilizaba y la industria se paralizaba, para sembrar plátanos burros en el campo, pedir el regreso de Elián González o la libertad de cinco espías presos en Estados Unidos.
Cuba era lo más parecido a un manicomio. Fidel, líder histórico de la revolución, transformó a la tercera economía del continente en un lodazal.
Poco o nada funcionaba bien. Ineficiente el transporte público e irrentable la producción. Las personas iban al trabajo a holgazanear o robar. Lo mejor, la sanidad y la educación, comenzaron a retroceder.
Los cubanos no estaban, ni están contentos. Las quejas no hay manera de exponerlas públicamente. Los medios son una caricatura administrada por el régimen.
La solución de muchos, huir. En balsas de goma, como polizontes en un barco o avión comercial. Secuestrando una lancha de pasajeros o casándose con un señor o señora de Europa o Canadá que triplicaba la edad del cónyuge.
El panorama que tenía ante sus ojos el camarada Raúl el 31 de julio de 2006, cuando su hermano le traspasó el poder, era bien feo. Cuba estaba rota. Apagada.
Los cubanos eran ciudadanos de cuarta categoría en su patria. Prohibido, la palabra de moda. No teníamos derecho a vender nuestras casas y autos adquiridos después de 1959. No podíamos alojarnos en un buen hotel y para viajar al extranjero, una comisión del Ministerio del Interior debía aprobar tu salida.
El general vino de pitcher relevo, aunque ya a mediados de los 90, las empresas militares controlaban el 80% de la economía nacional a través de un entramado en sectores claves.
Las diferencias entre una gestión de gobierno y otra y se vislumbrarían desde sus inicios. Fidel Castro jamás aprendió a escuchar. Dirigía el país como un campamento militar. Meteorólogo de ocasión, genetista de ganado vacuno o DT de la selección nacional de béisbol. No tenía amigos, solo adulones y socios de conveniencia.
Para el comandante, la democracia fue una aberración creada por liberales ebrios. Los pueblos necesitaban líderes de su estirpe. Después de sus estudios en un colegio jesuita, se convirtió en un ególatra incorregible.
Raúl es otra cosa. Comunista de corazón, sin mucho talento político, le gusta trabajar en equipo y sabe escuchar. Pero también es un autócrata duro y puro.
Me contaba Juan Juan Almeida, hijo de un comandante guerrillero y quien una temporada vivió en casa de Raúl Castro, que él llegaba del trabajo, tomaba un trago de vodka en strike y se sentaba a charlar con sus hijos y nietos.
Ojo, que fuera cariñoso con su familia no significaba que quisiera al pueblo. Estuvo enrolado en la juventud socialista y sentía admiración por el dictador soviético José Stalin.
En su oficina colgaba un lienzo de proporciones desmesurada del carnicero georgiano. Aquéllos que barruntaron que Castro II sepultaría el socialismo real y encaminaría a la isla dentro de los cánones de la democracia occidental, puede que se hayan equivocados.
Las tímidas reformas de corte económico de Raúl Castro demuestran el temor del régimen a perder el control. Todo es lento, predecible y calculado. Al general le disgustan las sorpresas.
Se rodeó de un equipo de coroneles y generales reconvertidos en tecnócratas. Dos de sus hombres de confianza, Abdel Yzquierdo, ministro de economía y el zar de las reformas, Marino Murillo, son militares que ahora visten impecables guayaberas blancas, pero hace años trabajaban en la gestión del perfeccionamiento empresarial en las fuerzas armadas.
Antes de iniciar sus propuestas económicas, Raúl Castro barrió el cuartel de mando. Todos los hombres leales a su hermano los jubiló discretamente, los envió a la cárcel por corruptos o en los casos de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, les dio baja deshonrosa.
El 26 de julio de 2007, Raúl Castro enumeró públicamente los problemas económicos y advirtió que Cuba necesitaba reformas estructurales. Poco después, en febrero de 2008, fue elegido presidente de la república.
En abril de 2011 es designado primer secretario del partido comunista. En su gestión ha introducido una veintena de medidas económicas. Según el reconocido economista Carlos Mesa-Lago, algunas reformas han sido estructurales y otras no estructurales, porque no cambian la naturaleza del régimen.
Para Mesa-Lago, las reformas de Castro II son positivas, pero lentas, enfrentan excesivas regulaciones y son insuficientes. La gente de a pie está en la misma cuerda del economista cubanoamericano.
Richard, vendedor de discos pirateados, aplaude la compra-venta de autos y casas. “Los cubanos que tienen dinero pueden hacer turismo. También es positiva la ampliación del trabajo por cuenta propia y la reforma migratoria. Lo negativo es que todo está diseñado para quienes tengan un pequeño negocio no acumulen mucho dinero”.
Siete años más tarde, en Cuba se respira una atmósfera menos ideológica. Los discursos y las cansonas campañas se han reducido al mínimo.
En lo político, Raúl Castro ha movido pocas fichas. En 2010, tras la muerte por una huelga de hambre del disidente Orlando Zapata y luego de marchas de las valerosas Damas de Blanco exigiendo la libertad de sus esposos, padres o parientes, Castro II inició un diálogo con la jerarquía de la iglesia católica cubana.
Como resultado, y gracias a la mediación del canciller español Miguel Ángel Moratinos, se logró la liberación y destierro de cientos de presos políticos. Ha sido el único paso positivo. Porque la represión a la disidencia no se ha detenido.
Ahora mismo, los opositores Sonia Garro y su esposo Ramón Muñoz llevan tras las rejas año y medio sin ser enjuiciados. Están en un limbo, en condiciones deplorables. En todo el país las golpizas a los disidentes han subido de tono. Se suceden innumerables detenciones de pocas horas. La vigilancia y acoso a periodistas independientes no ha cesado.
En este verano de 2013, más de 400 mil cubanos se buscan la vida sin la ayuda del Estado. Con impuestos exagerados y sin un mercado mayorista, los cuentapropistas a la carrera aprenden el abc del capitalismo.
A la ciudadanía se le ha soltado la lengua. Ya es habitual escuchar críticas subidas de tono contra el régimen en un viejo taxi particular o una parada de ómnibus.
Tras 7 años bajo el mandato de Raúl Castro, hay cosas en Cuba que han cambiado. Otras, como los bajos salarios y la unificación de una sola moneda, sin demora debe ser abordadas por el régimen.
Pero el futuro sigue siendo una mala palabra. Sin transformaciones profundas, el país continuará a la deriva.
Iván García
Foto: Tomada del blog Solución Cuba.