Desde La Habana

¿Qué en realidad le interesa al régimen cubano?

¿Qué en realidad le interesa al régimen cubano?

El 4 de julio de 2016, en la espléndida residencia del Encargado de Negocios de Estados Unidos en Cuba, ubicada al oeste de La Habana, se celebraba el Día de la Independencia de ese país. Cientos de invitados picaban entremeses, bebían vino tinto o cerveza fría y en pequeños grupos charlaban sobre diversos temas. Tras el restablecimiento de relaciones el 17 de diciembre de 2014, la buena sintonía entre los pueblos de los dos países se notaba.

En las largas mesas con manteles blancos y en las carpas instaladas en los jardines, usted veía a reconocidos artistas, gerentes de empresas, prelados de la Iglesia Católica, además de activistas, opositores y periodistas independientes. Un blues se escuchaba de fondo mientras conversaba con un empresario español radicado en la Florida, que me contaba cómo la descomunal burocracia estatal le impedía abrir una línea de ferry entre La Habana y Miami.

Aquel 4 de julio, recordé que en noviembre de 2015 Saul Berenthal y Horace Clemmons, de la empresa productora de tractores Cleber, con sede en Alabana, fueron noticia porque querían instalar en la Zona Especial de Desarrollo del Mariel una ensambladora de pequeños tractores. Un negocio beneficioso para la improductiva agricultura cubana, sobre todo para los campesinos particulares y las cooperativas agrícolas. La intención de Berenthal y Clemmons era vender los tractores en moneda nacional. Parecía que las autoridades cubanas iban aprobar el negocio, era provechoso para ambas partes. Ya la firma Sheraton había inaugurado un hotel en Miramar con la empresa militar Gaviota.

Un día sí y otro también, estadounidenses famosos visitaban La Habana y recorrían la ciudad en antiguos autos descapotables. Los viajeros procedentes de Estados Unidos se asombraban de no ver publicidad en La Habana, no tener conexión a internet y lamentaban el deterioro de edificaciones que eran joyas arquitectónicas. En las calles habaneras, Barack Obama era más popular que Fidel y Raúl Castro. En balcones, bicitaxis y taxis colectivos, se veía la bandera estadounidense al lado de la cubana, Paladares y hostales privados estaban a reventar. En el Sloppys Joe’s, un bar ubicado al costado del Hotel Sevilla que antes de 1959 frecuentaba el actor Errol Flynn, entre mojitos y emparedados de ‘ropa vieja’ (carne de res deshilachada), un cantinero me dijo que en un día malo, ganaba 150 dólares de propina gracias a los turistas americanos.

En ese ambiente de luna de miel popular, donde ingenuamente una gran cantidad de cubanos creían que a la vuelta de diez años, de nuevo florecerían rascacielos en La Habana y se abrirían sucursales de Starbucks y McDonald’s, yo suponía que el empresario español de la Florida estuviera optimista. Pero el gobierno había tirado del freno de mano. La prensa oficial y los funcionarios de la dictadura acusaban a Obama de no hacer lo suficiente para desmontar el embargo. Y los amanuenses alertaban del ‘peligro’ cultural que representaba miles de turistas estadounidenses en la Isla.

Aquella tarde de 2016, desconocía que la orden de los hermanos Castro era regresar a la trinchera de la Guerra Fría. El empresario español me alertó: “No les interesan los negocios que beneficien al pueblo. Todos los negocios tienen que ser con empresas militares y que dejen buenas ganancias. Le conté a un alto funcionario del gobierno mi proyecto de abrir un ferry, que abarataría los costos de viaje. Además los cubanos residentes en la Florida podrían traer 300 libras de equipaje y hasta automóviles. El funcionario me dijo en privado que eso no le interesaba al gobierno, pues afectaría a las empresas militares que administran las tiendas en divisas. Y me confesó que a ellos el negocio que les interesaba era el de los cruceros”.

Obama aprobó al menos tres paquetes de medidas que favorecían al sector privado. Cuando usted charla en confianza con emprendedores privados, reconocen que el bloqueo interno, la desconfianza del gobierno y los excesivos impuestos y controles les afecta más que el embargo estadounidense. Dos dueños de negocios, que estuvieron en el encuentro con Obama, expresaron que “si el gobierno quiere, nosotros podemos importar alimentos, materias primas y otros artículos de Estados Unidos”

Uno de ellos me dijo que “importaba cortes de carnes de res de Canadá. Pero cuando las autoridades se enteraron se lo prohibieron. No hay una voluntad manifiesta de que prosperen los negocios particulares. Todo eso lo dicen los gobernantes de boca para afuera. Pero la realidad es otra. Te ahogan con impuestos absurdos, controles excesivos y mucha corrupción. Te obligan a hacer trampas y cometer ilegalidades para poder ser rentables”.

Fue el régimen el que nunca aprobó ni le importó, que las medidas aprobadas por la administración Obama fortalecieran al sector privado. A la dictadura y sus empresas militares jamás le interesó la apertura de negocios que beneficiaran a las familias de los emigrados autorizando a traer cientos de libras en sus viajes en ferry. Es el gobierno el que cobra excesivas sumas de dinero por los envíos de los emigrados en el extranjero. Una caja de cinco kilogramos enviada por correo a Cuba, para el destinatario recibirla tiene que pagar alrededor de dos mil pesos. Es una forma de desalentar la importación a los parientes pobres de la Isla.

El gobierno cubano miente, cuando sus funcionarios intentan vender el relato de ‘que es el bloqueo norteamericano es el que afecta a la familia cubana’. Al régimen jamás le ha importado su emigración, excepto si la apoya y no expresa públicamente sus diferencias.

En la primavera de 2015 cubrí el éxodo de cubanos en Centroamérica junto con Celeste Matos, formidable reportera afincada en la Florida. Recorrimos Costa Rica de una punta a la otra, desde Paso Canoas, en la frontera con Panamá, hasta Peñas Blancas, limítrofe con Nicaragua. Decenas de cubanos me expresaron que la Embajada de Cuba en San José nunca les brindó ayuda ni asesoría legal. Los emigrados cubanos solo son útiles al régimen como cajeros automáticos.

Jamás la autocracia ha pedido perdón por los atropellos y linchamientos verbales a los cuales sometieron a los cubanos que deseaban emigrar. Según un ex oficial del Ministerio del Interior, en 1980, Fidel Castro ordenó entregar solamente dos mil raciones de comida durante la ocupación de más de diez mil cubanos en la Embajada de Perú. «Lo hizo ex profeso, para crear disturbios, broncas y presentarlos al mundo como una escoria salvaje». Unos días después, liberó a cientos de criminales peligrosos y enfermos mentales para contaminar el éxodo por el Puerto del Mariel.

El régimen cobra altísimos precios a los emigrados cubanos por sus pasaportes y permisos para visitar su patria. Emigrados que no tienen absolutamente ningún derecho político. No pueden votar ni elegirse para cargos públicos. Esta nueva medida de suspender el uso del dólar es otro acto de soberbia contra la emigración y sus parientes en Cuba. Las autoridades, por culpa del manicomio económico, mala administración y la improductividad del sector estatal, una especie de huelga de brazos caídos de los trabajadores debido a sus salarios insuficientes, no pueden ofrecer una vida digna ni servicios públicos eficientes a la población.

Hay diversas formas de desmantelar el embargo. Todavía están vigentes las medidas aprobadas por Obama, por lo que si el Estado permitiera al sector privado importar de Estados Unidos alimentos y bienes, para posteriormente venderlos en sus negocios, aliviarían el feroz desabastecimiento.

El propio gobierno puede comprar alimentos en Estados Unidos, lo único que tiene que pagar por adelantado. Si, según funcionarios del Banco Central, tienen las bóvedas repletas de dólares, podrían comprar toneladas de carne de res, pescado y embutidos además del tradicional pollo congelado. Si el régimen es incapaz de garantizar el abastecimiento y producción de alimentos, ¿por qué no permite a cadenas extranjeras importar y vender alimentos en Cuba?

La dictadura solo dicta medidas que les permitan mantenerse en el poder. Detestan los negocios privados. Han prohibido que los cubanos acumulen riquezas. Hablan de autorizar las inversiones de cubanos residentes en el exterior, pero dilatan la aprobación, porque resulta un contrasentido que sus adversarios ideológicos regresen a Cuba como empresarios de éxito. Cada nueva medida impopular que decreta el gobierno presidido por Miguel Díaz-Canel profundiza su propia tumba. Los sistema autoritarios de corta y clava se desmoronan por sí mismos. Cuba no va a hacer la excepción.

Iván García

Foto: Fichas de dominó. Tomada de Diario de Cuba.

Salir de la versión móvil