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Prisión domiciliaria

El lunes 1 de marzo amaneció como otro cualquiera en La Habana. Luego de pasar la noche con mi novia, regresé a mi casa alrededor de las 6 y 30 de la mañana. No se notaba ningún indicio de anormalidad.

La única señal premonitoria salió de un pequeño radio portátil que tenía a su lado el chofer del ómnibus. Era una canción de Silvio Rodríguez. Al bajar del ómnibus todavía llegaba a mis oídos una estrofa: «La libertad nació con alas/y yo quién soy para cortarle cada sueño…» En ese momento no sabía que era un aviso.

Por demás, la ciudad se levantaba con su rutina habitual. Un grupo de mujeres aburridas hacía la cola en el agromercado estatal. Esperaban a que abriera para comprar su cuota racionada de boniatos. Para amortiguar la espera comentaban las incidencias del culebrón colombiano «Café con aroma de mujer», que mantiene en vilo a los cubanos y tiene más poder de convocatoria que cualquier acto revolucionario.

En el trayecto de dos cuadras hasta mi casa, veía el paso veloz de los que iban hacia sus faenas laborales. Justo en la esquina de Carmen y 10 de Octubre, unos estudiantes de secundaria hablaban de béisbol y su nuevo ídolo, el pelotero Michel Enríquez. Los saludé, eran conocidos del barrio. Me aprestaba aconversar con ellos cuando un mulato alto y fornido me llamó.

Se presentó como Misael, de la Contrainteligencia. Me preguntó si conocía el paradero de mi madre, Tania Quintero, también periodista de Cuba Press. Le dije que lo ignoraba. Acto seguido, me sugirió que fuera hacia mi casa, que él tenía órdenes de que yo debía permanecer en mi hogar hasta nuevas instrucciones.

Discrepé. Otro oficial, que al parecer estaba al frente del operativo -y que se identificó como Roldán- habló entonces conmigo durante más de una hora. Iniciamos una extensa conversación. Tocamos varios temas: la política del gobierno, el embargo, el exilio de Miami, la disidencia, la prensa libre, la ley mordaza (promulgada en febrero de 1999), y el futuro del país.

Le manifesté mi rechazo a los términos «anexionistas», y «traidores a la patria» que una y otra vez utiliza el régimen al referirse a los periodistas independientes. Porque nadie en sus cabales -le dije- desea que se pierda nuestra soberanía. Con franqueza le confesé que patria no es sinónimo de Fidel y revolución y que considero que no he traicionado a nadie y defiendo la idea de quedar bien conmigo mismo.

En silencio aceptó mis criterios. El futuro de la patria le concierne a todos los cubanos. Le recordé que, precisamente, por querer abrir un espacio estaban presos Vladimiro Roca, Martha Beatriz Roque, René Gómez Manzano y Félix Bonne Carcassés. Y que su prestigio en buena medida se lo debían al proceder del gobierno, que en su temor patológico de encarcelar criterios diferentes, los ha elevado a estatura de gigantes.

Calló. Entonces me dijo él estaba allí para cumplir una orden: no podía moverme de mi casa. De violarla, sería detenido.

Al llegar a mi morada me sentí satisfecho. Había expresado mis puntos de vista. Con el teléfono cortado, me puse a seguir las noticias por la radio. Por la BBC y Radio Martí supe que la prensa extranjera no había tenido acceso al juicio y que el dispositivo policial fue desproporcionado.

También me enteré que no se permitió la presencia de la ciudadanía a 150 metros a la redonda del tribunal. Por el fuerte operativo militar, tal parecía que estábamos en Roma, a la espera del enjuiciamiento de los cabecillas de la mafia siciliana, y no de cuatro opositores pacíficos, todos mayores de 50 años.

Los medios internacionales se hicieron eco de ese ambiente, exageradamente represivo. Desde el balcón de la casa, donde pasé la mayor parte de mi prisión temporal, miraba el ir y venir de la gente, con sus caras indiferentes, ajenas a lo que estaba sucediendo en su ciudad y en su país.

La prensa gubernamental no publicó ni una letra. Como si en Marianao no se celebrara un juicio de tal envergadura. Oficialmente, los cuatro opositores eran fantasmas. En mi barrio, las personas seguían con su diaria lucha por la supervivencia. Con mezcla de curiosidad y temor, algunos vecinos de la cuadra miraban de reojo el inusitado operativo en los bajos de mi edificio.

La momentánea inquietud no les impidió seguir con sus costumbres: comprar el panecillo diario por la libreta, llevar el hijo al colegio, limpiar su deteriorada vivienda o tratar de comunicar con sus parientes en Miami.

Eran casi las 8 de la noche cuando mis captores me dejaron hacer un par de llamadas a casa de un conocido, desde el teléfono público de la esquina. Fue entonces cuando me enteré que mi madre no se encontraba en la casa porque se encontraba detenida, en la unidad de policía de 7ma. y 62, en Miramar. Un par de «escoltas» habían seguido todos mis movimientos.

Una hora después, Ariel Tapia, colega de Cuba Press, llegó a la casa con una botella de ron de cuarta categoría, de las que por 20 pesos se le vende a la población. No había nada que festejar. Todo lo contrario. Pero beber ron es un pretexto nacional para consumir el tedio y «descargar» acerca del futuro, esa mala palabra que sólo después de tomarse una botella de alcohol, la gente en Cuba se siente con valor para abordar sinceramente. El cubano se desnuda espiritualmente tras la ingestión de bebidas embriagadoras.

Ni Ariel ni yo escapamos del ritual. Así, entre trago y trago, vestimos de sueños nuestra desesperanza y reafirmamos nuestro propósito de trabajar por una sociedad abierta, plural y democrática.

En eso estábamos cuando a las 10 y 30 de la noche, mis vigilantes me informaron que ya podía volver a ser un ciudadano normal. Y me dijeron que no me preocupara por mi madre, que al día siguiente estaría de vuelta.  A partir de esa hora volví a ser Iván García Quintero.

Ariel y yo salimos de la casa y caminamos con ese gozo exclusivo que proporciona la libertad de movimiento. Deambulamos por las calles de La Víbora, nuestra patria chica, hasta altas horas de la madrugada. Terminamos descargando en la escalinata del Pre, como ahora llaman al antiguo Instituto de la Víbora. A las cuatro, una extraña sensación me invadió antes de irme a la cama. La felicidad que proporciona saber que vale la pena tener criterios en la vida y poderlos expresar.

Si de este aciago 1 de marzo algún provecho saqué de mi prisión domiciliaria, fue la convicción de que no cejaré en el empeño de contribuir a que realmente la patria sea de todos.

Iván García

Foto: El Pre, antiguo Instituto de la Víbora.

Publicado en Cubafreepress el 5 de marzo de 1999.

Sobre admin

Periodista oficial primero (1974-94) e independiente a partir de 1995. Desde noviembre de 2003 vive en Lucerna, Suiza. Todos los días, a primera hora, lee la prensa online. No se pierde los telediarios ni las grandes coberturas informativas por TVE, CNN International y BBC World. Se mantiene al tanto de la actualidad suiza a través de Swissinfo, el canal SF-1 y la Radio Svizzera, que trasmite en italiano las 24 horas. Le gusta escuchar música cubana, brasileña y americana. Lo último leído han sido los dos libros de Barack Obama. Email: taniaquintero3@hotmail.com

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