Home / La Carpeta de Iván / Cuba: aumenta la violencia verbal y física

Cuba: aumenta la violencia verbal y física

Cualquier sitio, ómnibus, escuela, centro laboral o el entorno familiar, es propicio para una grosería. Que no pocas veces arranca con insultos y termina en un ring de boxeo.

La gente de mecha corta sobra en Cuba. Tipos inflamables que manejan los gestos corporales y el lenguaje como si fuesen una pistola. José Carlos, 41 años, considera que lo más mínimo puede generar un campo de batalla.

“Si vas de compras a una tienda debes medir tus palabras. Y tener paciencia. Las empleadas casi siempre están de mal humor. Parecen celadoras de una cárcel. Las que más miedo me dan son las recepcionistas. Cuando no se están pintados las uñas o chismeando por teléfono, te dicen que vengas mañana porque es el horario de almuerzo. Estamos viviendo una epidemia de malos modales. La falta de educación no tiene nada que ver con la crisis económica o la pobreza. Pienso que es una consecuencia de la revolución.  Y ahora florece como la mala yerba”, subraya José Carlos.

La violencia verbal y física suele comenzar desde el círculo infantil. Y progresa en la etapa de la enseñanza primaria y secundaria. Así lo piensa Hilda, 72 años, maestra jubilada.

“En cuatro décadas de trabajo como maestra, pude observar que la violencia verbal y física en las escuelas creció en los últimos veinte años. Después de la llegada del ‘período especial’, a principios de los 90, la pérdida de valores, intimidación entre alumnos, palabras obscenas y vulgaridades está presente en edades tan tempranas como 5 o 6 años. Vi niños que sus padres tuvieron que trasladarlos de escuela por el acoso y la violencia de otros niños. Los menores suelen reproducir las conductas que ven en sus casas. A veces los padres se comportaban peor que sus hijos. Actuaban como seres irracionales. Si castigabas al muchacho, se podía desatar un terremoto. Eso y los bajos salarios son dos de los motivos por los cuales muchos jóvenes no quieran ser maestros. Nadie quiere trabajar en un lugar que además de ganar poco dinero te puede traer problemas”, cuenta la experimentada maestra.

Cualquier roce dentro de un ómnibus puede provocar un intercambio de insultos subidos de tono. Si se calientan las pasiones, se van a las manos. Algunos gerentes, comenta Arnaldo, se comportan con sus subordinados  como capataces feudales. “Trabajo en un centro de elaboración de alimentos para el turismo. Los jefes nos tratan como si fuésemos perros. Cuando intentamos discutir nuestros derechos, te señalan la puerta de salida.  No son pocos los directivos que se comportan como si ellos fueran elegidos de los dioses o pertenecieran a una casta diferente”.

Una socióloga habanera lo tiene claro. “El aumento de la violencia verbal y física parte de un lenguaje grosero y cargado de testosteronas que a partir de 1959 empleó el gobierno de Fidel Castro. La vulgaridad se convirtió en sello de la casa. Desde insultos en los discursos hasta lemas coreados masivamente en 1962, a raíz de la Crisis de Octubre, como ‘Nikita, mariquita, lo que se da no se quita’. O “Ae, ae, ae la chambelona, Nixon no tiene madre porque lo parió una mona”. O como aquella nota sin ética periodística publicada en Granma, del día que  murió Ronald Reagan que decía “Hoy falleció quien nunca debió nacer”. Esas conductas antisociales y agresivas de los dirigentes cubanos, que muchas veces han convertido el terreno diplomático en una valla de gallos, se ha ido reproduciendo entre la gente a lo largo de 54 años. No se pueden exigir buenas conductas cuando los que dirigen no la tienen”, considera la socióloga.

En algunas familias, comerse un huevo o un pan que no les pertenece, desata un infierno chiquito. En Cuba es habitual que bajo un mismo techo convivan tres generaciones diferentes. En un hogar, no es raro encontrar familiares que no se hablan entre sí y cocinan y hacen sus faenas domésticas por separado. Sus hijos tienen como paradigma las ofensas y broncas habituales entre parientes.

El reguetón es otra polea trasmisora de groserías e incitación a la violencia. Un musicólogo capitalino está convencido de ello. “Las letras de la mayoría de grupos de reguetón o hip-hop son chabacanas. Y la moda en los jóvenes es reproducir la forma de vestir de su ídolo reguetonero y también su mensaje, que por lo regular propaga el machismo, la violencia y el culto a la frivolidad y las drogas”.

Después de un bailable con una orquesta de timba o un grupo de reguetón, y a pesar del amplio despliegue policial, se ha vuelto normal que se produzcan altercados a punta de navaja. En la Plaza Roja de La Víbora, municipio Diez de Octubre, en determinadas fechas del almanaque revolucionario, acostumbran ofrecer bailes y pachangas.

Montan baños portátiles de madera en las esquinas y hasta después de  las dos de la  madrugada, la música subida de decibeles con letras groseras no deja dormir a los vecinos.

Al terminar el concierto comienza lo bueno. Broncas entre marginales y escaleras o pasillos de los edificios convertidos en baños públicos o fumaderos de marihuana. Y se practica sexo en cualquier recoveco oscuro. Todo un espectáculo de violencia y desfachatez.

Iván García

Foto: Tomada de Cubanet.

Sobre admin

Periodista oficial primero (1974-94) e independiente a partir de 1995. Desde noviembre de 2003 vive en Lucerna, Suiza. Todos los días, a primera hora, lee la prensa online. No se pierde los telediarios ni las grandes coberturas informativas por TVE, CNN International y BBC World. Se mantiene al tanto de la actualidad suiza a través de Swissinfo, el canal SF-1 y la Radio Svizzera, que trasmite en italiano las 24 horas. Le gusta escuchar música cubana, brasileña y americana. Lo último leído han sido los dos libros de Barack Obama. Email: taniaquintero3@hotmail.com

Comentar

Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

x

Check Also

Cuba, lo que que queda del ‘hombre nuevo’

Cuba, lo que que queda del ‘hombre nuevo’

Después de seis horas de cavar fosas comunes, colocar flores en jarrones de barros y limpiar con una frazada deshilachada los magníficos panteones emplazados en la Necrópolis de Colón, Arsenio, 58 años, se sienta a un costado de la Capilla del cementerio y se empina un trago de ron casero de un pomo plástico que guarda en el bolsillo trasero de su sucio overol.