Al filo de las doce la noche el calor no cede. No corre siquiera un soplo de brisa en el barrio de Carraguao, municipio Cerro, a quince minutos del centro de La Habana.
La mayoría de las luces de sus calles interiores están apagadas. Un grosero estribillo de reguetón escandaliza desde un teléfono móvil mientras varios jóvenes aburridos, en short y chancletas, hacen planes para el fin de semana.
Están de vacaciones escolares. Sus edades fluctúan entre los 16 y 20 años. Proceden de familias humildes sin cuentas bancarias y suelen comer carbohidratos en exceso y escasas proteínas. Sus proyectos vacacionales están atrapados entre signos de interrogación.
“El puro (padre) me prometió que el viernes me iba a dar diez fulas. Con ese dinero, más lo que pueda reunir con algún trabajito por la izquierda, veré si puedo llevar a salir a la jevita (novia) a una discoteca de pegada”, comenta un joven.
“Con ese dinero es mejor ir pa’la playa o cuadrar un campismo. Loco, en cualquier disco se te va por lo menos treinta o cuarenta cañas (cuc)”, le sugiere uno del grupo.
“Asere, es que en la playa, además de la basura y botellas rotas regadas en la arena, siempre se arman broncas y las guaguas pa’llá están en candela. No men, quiero ir a vacilar tranquilo, echarme un par de birras (cervezas) y no buscarme problemas”, replica.
Hasta bien entrada la madrugada, conversan sobre qué hacer en las vacaciones. Si pueden comprarse un litro de ron de tercera categoría, entonces amanecen.
Johanna, madre de uno de los muchachos, siente lástima por ellos. “Me da pena. Terminaron la escuela con buenas notas, pero los padres no tenemos nada que ofrecerles cuando llegan las vacaciones. Mi hijo lo mismo tira una placa que chapea un cantero o vende ropa traída de afuera para ganarse unos pesos. Como ayuda en la casa, le damos un dinerito para que pasee con su novia. En estos barrios pobres, los jóvenes se convierten en hombres y mujeres antes de tiempo”.
Santiago, que vive en La Cuevita, al sureste de la capital, y es padre de tres hijos adolescentes, opina que “las opciones recreativas, además de pocas, son muy caras para los bolsillos de las famiias trabajadoras. Lo que está pasando en Cuba es un escándalo. La entrada a una discoteca de medio palo cuesta cinco chavitos (cuc) y una cerveza, 1.50 cuc. No son muchos los padres que pueden darle pesos convertibles a sus hijos. Lo otro es la preocupación constante cuando salen, pues lo mismo en la discoteca, el campismo o la playa se producen reyertas con arma blanca y te pueden desgraciar al chamaco. Durante el receso escolar de verano, mis hijos van a la playa algunos días, pero la mayor parte del tiempo se la pasan viendo seriales y novelas que le compramos al tipo que distribuye el Paquete”.
Como cada año, los medios estatales publicitan diferentes opciones recreativas para las familias cubanas. «Pero luego la realidad es otra», dice Teresa, madre soltera de dos hijas.
“Cuando vas a los parques de diversiones solo funcionan tres o cuatro aparatos y hay que hacer una cola tremenda bajo el sol. Una bolsita con chucherías te cuesta 50 o 60 pesos (poco más de dólares, el salario de dos días). Con lo mala que está la calle, es preferible quedarse en casa, aunque la programación televisiva suele ser un clavo. A eso súmale que cuando las niñas están solas en la casa, se les abre el apetito y se pasan el día comiendo. comen todo lo que ven a su paso. Las vacaciones escolares siempre han sido un problema para las familias de bajos ingresos”, confiesa Teresa.
Guzmán, artista plástico, cree que “se deben proponer otras opciones como la lectura, ir al cine, visitar museos… Es verdad que el transporte público es pésimos, pero son opciones más baratas y elevan nuestra cultura”.
Luis Alberto, seguidor de la religión evangélica, piensa que una buena manera “de alejarse de preocupaciones y recreaciones poco sanas y vulgares, es asistir a los templos. En mi iglesia, en la Calzada de Diez de Octubre casi esquina a la Avenida Acosta, las puertas están abiertas para todos los adolescentes de familias pobres. Además de abrir tu corazón a una nueva experiencia y ver la vida desde una perspectiva optimista, se hacen fiestas y descargas musicales”.
Sandy, estudiante de bachillerato, habla sin tapujos: “Soy ateo y no me gusta la lectura ni visitar museos. Como la mayoría de los jóvenes cubanos, lo que yo quiero es fiestar, ir a hoteles en otras provincias, asistir a recitales de reguetoneros famosos y disfrutar con mi chica con suficiente dinero en el bolsillo. Pero en Cuba eso solo lo pueden hacer los hijos de papá (de los dirigentes). Los hijos de la gente de a pie, tenemos que conformarnos con ver televisión y hablar boberías con los amigos de la cuadra”.
Según un funcionario del Ministerio del Turismo, la “otra cara de la moneda son las familias que pueden ir una semana a un hotel todo incluido. Ya el año pasado más de un millón de cubanos, residentes en la isla, no cubanosamericanos, pagaron una estancia de al menos tres noches en un hotel de Varadero, Cayo Santamaría o Cayo Coco. En 2017, a pesar de la crisis económica, es probable que se llegue al millón y medio de turistas nacionales”.
Existe un segmento en Cuba que pueden costearse cenas en paladares de primera, disfrutar de las piscinas en hoteles de lujo e incluso, pagarse una estancia turística en Punta Cana, Cancún o Panamá.
Pero son los menos. La mayoría de los adultos pasan sus vacaciones al lado de un ventilador y frente a la pequeña pantalla. Y sus hijos en las esquinas del barrio, soñando con un futuro mejor. Casi siempre lejos de Cuba.
Iván García
Foto: Una playa cubana. Tomada de La Tribuna, diario de Honduras