Desde La Habana

Perfil de una candidata

Clara Fuentes, 39 años, nunca tuvo muchas luces. Era una chica voluntariosa, criada en una pequeña habitación de 15 metros cuadrado sin baños, ni agua potable. Su padre un rotulista zombi, eran más los días que estaba en el paro, que los que podía juntar algún dinero para criar a sus dos hijas.

La madre, una mestiza gorda y despreocupada. Vivían como gitanos. De la caridad de los vecinos, y del abastecimiento estatal. Gracias a Dios, o a Fidel Castro, nació en un período de la revolución cubana en la que no escaseaba la leche y la cartilla de racionamiento te aseguraba una alimentación discreta, pero fluída.

Luego no. Con la llegada de la perenne crisis económica que vive la nación hace 21 años, conocida oficialmente como “período especial”, la familia de Clara se las vio negra.

El padre empezó a husmear entre los contenedores de desechos, a la caza de artículos de valor. Pero nada. Era una época en que la gente ni siquiera las botellas vacías echaban al cesto de la basura.

Clara y su hermana crecieron sucias y desaliñadas. Eran bonitas y de buena figura. Pero vestían con viejas ropas recicladas de sus antepasados. En el barrio les decían “las miserables”.

A su pobreza material se unió su estupidez mental. Le parió 3 hijos a un muchacho que residía en las provincias orientales. Su hermana por el estilo. Clara tuvo sus hijos entre los 16 y los 20 años. Y si no había comida para cuatro, imagínense para ocho.

La salida honorable que encontró Clara Fuentes fue enrolarse en el sistema. Abandonada por el padre biológico de sus hijos y sin un centavo, se alistó como recluta en el ejército.

Pasó  un curso de sargento y empezó a laborar en una unidad militar. Aunque el salario apenas alcanzaba, su situación mejoró. Pero seguía siendo atendida por la seguridad social.

Los tres niños dormían en una sola cama. Ella lo hacía en el piso, en una mugrienta colchoneta entre cucarachas nocturnas y lagartijas. Comenzó  a cuidar a una anciana que murió  tres años después.

La seguridad social le otorgó la casa de la anciana. Era pequeña, con dos calurosas y mínimas habitaciones. Para Clara, aquello le parecía un palacio.

Dejó  el ejército y comenzó a trabajar como custodio de una empresa. Trabajaba doce horas y descansaba dos días. Hacia guardias tres madrugadas a la semana. Le pagaban 300 pesos (12 dólares) y 18 pesos cubanos convertibles (20 dólares).

Además, le daban una canasta en especies. Media caja de pollo al mes, 4 paquetes de picadillo de pavo, 24 latas de refresco, y 4 litros de aceite. Con eso, Clara aseguraba el condumio, administrando con mano dura la mitad del mes. La otra mitad lo obtenía por la cartilla de racionamiento.

Siempre le faltó el dinero y sus hijos crecieron sin una buena alimentación y vistiendo humildemente. Clara es honrada. No roba nada en su puesto de trabajo y aunque es crítica con la revolución, de forma ingenua, cree que los culpables “de que la situación esté difícil” no la tienen Fidel Castro ni su hermano.

“Ellos no saben lo que pasa”, asegura. Está contaminada con la propaganda oficial. “Estamos mal, pero para vivir en un país como Haití u otra nación africana, prefiero el sistema nuestro”. No se cuestiona ni le importa la falta de libertades políticas, porque “esas cosas no se comen”.

En la última reunión del barrio para elegir candidatos a delegados al Poder Popular, la propusieron como candidata. Para terminar rápido la asamblea e ir a casa para ver el culebrón de turno en la tele, y porque no había una opción mejor, los vecinos la eligieron por unanimidad.

El domingo, 25 de abril, Clara Fuentes, es una de las dos candidatas por la circunscripción en que reside. En este 2010, apenas se nota en la barriada la labor de un delegado. Si tiene suficiente influencia, puede resolver algunos materiales de construcción a precios discretos para los más necesitados.

Por lo general, de cada cinco quejas que llegan a las mesas de los delegados, éstos resuelven una. A veces ninguna. No porque no deseen satisfacer a su comunidad. No. Sucede que la solución escapa de sus manos.

La poderosa burocracia estatal y la escasez material diluyen cualquier buena intención. Y aunque Clara Fuentes no tiene claro cómo resolver los innumerables problemas de su barrio, empezando por los suyos, lo piensa intentar. Confía en su gestión. A sus conocidos pide que voten por ella.

Iván García

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