A sus 6 años, Melisa no podía entender que Corbatín, su payaso preferido, ya no vivía en Cuba. “Aquello fue de truco. Se sentía desilusionada. Estuvimos varios días explicándole por qué muchas personas deciden marcharse de su país. Ella era fan de Corbatín. La llevábamos a todas su actividades en diferentes salas habaneras. Para su fiesta contratamos otro mimo y la niña y sus amigos la pasaron bien”, dice Giraldo, padre de Melisa.
Ser payaso en la isla no es un mal negocio. Al contrario. Cuando usted asiste a teatros de la ciudad, donde los sábados y domingos los bufones hacen reír a los pequeños, después de la función verá a padres que se les acercan, para ver si pueden contratarlos para el cumpleaños de un hijo o actividades escolares.
Carlos, payaso de academia, como él se autodefine, tiene 25 años de experiencia en la profesión. Estudió en Moscú cuando la URSS era un país. Sin su maquillaje estrafalario, cuenta que desde hace 15 años se dedica a funciones privadas en fiestas infantiles.
“Me va muy bien. La tarifa es de unos 20 dólares por actuación, pero yo cobro 30 dólares por dos horas. Y no puedo cubrir todas las demandas. Cubano-americanos residentes en la Florida me han querido contratar, dicen que les sale más barato. No he podido complacerlos por el papeleo y el burocratismo. Si no, hasta en Miami hubiese actuado”, bromea.
Los payasos, titiriteros, magos y juglares cubanos suelen imprimir tarjetas de presentación y al finalizar sus funciones estatales, luego cumplir su cuota correspondiente de trabajo con el Ministerio de Cultura, las reparten entre los asistentes.
Según Adolfo, mimo de moda en La Habana, un payaso de calibre tiene un salario de 400 pesos mensuales (17 dólares). “Es en los cumpleaños donde nosotros hacemos dinero. Si eres bueno ganas mucho. Incluso los mediocres obtienen más plata que el sueldo oficial devengado”, comenta Adolfo, vestido para una función privada, con sus clásicos zapatones y la nariz redonda y roja.
A pesar de la consabida crisis económica que golpea fuerte al país desde hace dos décadas, la gente simple se las arregla para celebrar cumpleaños con payasos o fiestas quinceañeras a todo trapo.
En 2010, Roberto, 45 años, tiró la casa por la ventana. Gastó 5 mil dólares en los quince de su hija, todavía comentado en el barrio. Ahora, con el bolsillo vacío, intenta que los 10 años de su hijo menor también sean recordados.
“La madre y yo estamos halándonos los pelos. Por las posibilidades económicas actuales no debiéramos hacerlo. Pero al ver la cara de tristeza del chico y su ilusión por festejarlo junto a sus amigos, pedimos dinero prestado”, dice Rogelio, mientras espera por una tarta gigante que por 80 dólares le confeccionó un dulcero particular.
Ni por asomo, una fiesta infantil es tan cara como la celebración de los quince. Pero bien puede costar entre 250 y 300 dólares, según el buffet, regalos, local escogido y bufón contratado. Esa cantidad corresponde al salario anual de un ingeniero en Cuba.
Las payasadas siempre se roban el show. En el teatro, pagas una módica entrada, en los espectáculos al aire libre es gratis. Si es una actuación particular, después de las risas infantiles, los padres llaman a un rincón al payaso y discretamente le entregan la mesada. Hasta el próximo cumpleaños.
Iván García
Fotos: Fotoinda. Carmela Núñez y Leovaldo Díaz, dos jóvenes del grupo de títeres Teatro Viajero, durante una actuación en un barrio de La Habana.
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