Mientras conduce un destartalado Moskovich de la era soviética por una céntrica avenida al oeste de La Habana, Samuel, deportista retirado, explica por qué es muy complicado hacer negocios en Cuba. Hace once años, cuando Raúl Castro dio el pistoletazo de arrancada en la ampliación del trabajo privado, utilizó el dinero ahorrado más un préstamo de su hermano residente en Nueva York, en la compra de dos jeeps Willy fabricados en los años cincuenta, pero con ingeniería moderna.
Con el dinero que ganó utilizando los jeeps como taxis colectivos, adquirió un flamante Impala descapotable de 1958 que utilizaba para rentar a la marea de turistas norteamericanos, que seducidos por el restablecimiento de relaciones diplomáticas y el marketing gratuito que aportaba la generosa doctrina Obama, en aviones y cruceros llegaban a conocer la Isla comunista del Caribe. Samuel llegó a tener una flota de dos jeeps y dos automóviles y pensaba comprar un camión, reacondicionarlo y utilizarlo en el transporte interprovincial. Pero nunca tuvo un respaldo jurídico.
“Ese es el principal problema de abrir un negocio en Cuba. No existe un convenio o un trato. Un papel firmado por un notario que te diga tus derechos y tus deberes. Simplemente el Estado un día te dice que autoriza tal o más cual negocio -que por lo general ya funcionaba de manera ilegal-, te pone un impuesto severo y demasiados controles. No cuentas con un mercado mayorista y cada año que pasa, sin justificación alguna, te suben los gravámenes y los inspectores te hacen la vida imposible”, alega Samuel y añade:
“Por determinadas coyunturas, el gobierno ha tenido que autorizar el trabajo privado. Jamás ha sido para propiciar la libertad de empresa, que los más talentosos prosperen y generen riquezas. No. Siempre ha sido una concesión forzada por su ineficiencia o como ahora, porque están atrapados en una crisis económica y te autorizan ciertos negocios, pero siempre señalándote con el dedo y no permitiendo que tengas demasiadas ganancias”.
Seis de nueve emprendedores consultados, coinciden que el trabajo por cuenta propia no suele ser del agrado de los aparachiks del régimen. “Es un mal necesario que permite el Estado para revertir la depresión económica y atraer al medio millón de trabajadores estatales que entre 2010 y 2012 quedaron desempleados. Pero ideológicamente estamos fuera de contexto. Somos molestos. Sospechosos habituales de especulación, impagos de impuestos y enriquecimiento. Nos ven como potenciales delincuentes o disidentes del sistema”, opina Geovany, dueño de un taller de chapistería, un negocio que durante muchos años ha estado en un limbo jurídico.
Manuel, economista, cree que si una sociedad apuesta por el progreso del país y la creatividad de su gente, “el trabajo privado no debiera ser un problema. Lo deseable es que los impuestos sean lo más bajo posible para que florezcan estos negocios que son la génesis de las futuras PYMES e incluso de las grandes compañías. En las condiciones de Cuba, es muy difícil que Bill Gates, Steve Jobs o Jeff Bezos hubieran sido lo que son hoy. Del negocio en un garaje no hubieran pasado. Y si hubiern ganado mucho dinero, los hubieran acusado de enriquecimiento ilícito o malversación”.
Onilio, programador de software, prefiere darle una oportunidad al régimen. Otra más. “Quisiera creer que esta vez, la anunciada apertura de más de dos mil empleos particulares, desate la creatividad de los cubanos. Tengo intención de montar una pasarela de pago electrónico de alimentos, ropa y electrodomésticos. Pero para eso el gobierno debe autorizar las importaciones. Legalizar a las ‘mulas’ o que los emprendedores privados podamos comprar en el exterior por nuestra cuenta. Si la importación fuera muy grande, entonces recurrir a las empresas estatales importadoras. Debiéramos tener amplia autonomía. Y apostar por emprendimientos que tengan valor agregado. No solo servicios”.
De momento, el régimen mantiene algunas restricciones que impiden la libre importación. Un emprendedor que durante la visita de Obama a La Habana en marzo de 2016 se reunió con el mandatario estadounidense, es escéptico con la actual estrategia del gobierno.
“Ojalá me equivoque y las autoridades está vez hablen en serio y no le pongan frenos al trabajo privado. Pero las evidencias y la historia me hacen ser pesimista. Recuerdo que nada más salir de la reunión con Obama, los funcionarios de la ONAT (Oficina Nacional de Administración Tributaria) comenzaron a fiscalizar mi negocio. Si no hay una estructura donde adquirir materias primas, se impide la libre importación y exportación o hacer negocios con empresarios extranjeros, es muy difícil que los negocios sean transparentes. Es el propio régimen, al no crear un marco jurídico concreto y poner altos impuestos, el que provocó que el cuentapropismo se haya desvirtuado. Para cambiar las cosas el gobierno debe cambiar de mentalidad”.
Ramiro, analista, considera que la ampliación del trabajo privado es más una estrategia política para seducir a la actual administración de la Casa Blanca que un proyecto para involucrar a los emprendedores privados en el futuro económico de Cuba. “Demasiadas coincidencias. Recientemente, el gobierno informó al presidente de Colombia de supuestos planes terroristas del ELN (Ejército de Liberación Nacional), un grupo que la mayoría de sus integrantes residen en Cuba. ¿Cuál es la intención real?, ¿desmarcarse de los terroristas colombianos? Probablemente lo abandonen a su suerte, los sacrifiquen en su intento de negociar con Washington. Pero me queda la duda si los eficientes servicios cubanos de inteligencia no supieron de antemano del atentado en una escuela de cadetes de la policía en Bogotá, en enero de 2019. Es evidente que esta movida es un mensaje a Biden: que Cuba está dispuesta a negociar sobre cualquier tema. Habría que ver si no sacrifican una pieza mayor como Maduro», subraya el analista y agrega:
«En el plano interno, saben que las directrices políticas de la Casa Blanca privilegian sus relaciones con el sector privado y la disidencia. Ceden en el tema del sector privado, de ahí, la carnada lanzada de ampliación del trabajo por cuenta propia, para seguir reprimiendo a la oposición. El gobierno sabe que está contrarreloj. Las figuras históricas del proceso revolucionario ya no serán interlocutores válidos dentro de un par de años, pues están ya en edad de retiro y cercanos a la muerte. Es la nueva camada de dirigentes, según mi apreciación, la que debe trazar una política económica funcional y una consecuente política exterior. La Casa Blanca lo sabe. Y dentro de Cuba algunas cosas ya no son iguales. A raíz de la tarea ordenamiento, una estrategia en la que no se consultó al pueblo, el descontento, la polémica y las críticas de la población han cambiado la correlación de fuerzas”, y concluye:
“Cada vez son más los ciudadanos y sectores que apuestan por un diálogo, transparencia y democracia. Ese segmento de la sociedad civil no es ni siquiera disidente, algo que ha cogido por sorpresa al gobierno, que le está dirigiendo los cañones mediáticos a la oposición, cuando es una amplia mayoría de cubanos la que pretende dialogar con el régimen sobre el futuro de Cuba. Y no que el régimen negocie por su cuenta con Estados Unidos”.
El 9 de febrero, una resolución bipartidista presentada en el Senado de Estados Unidos por los legisladores demócratas Bob Menéndez, Richard Durbin y Ben Cardin y el republicano Marco Rubio, se solidarizaba con los integrantes del Movimiento San Isidro y solicitaba a las autoridades cubanas iniciar un proceso de diálogo con los artistas independientes. El texto también exigía la liberación del rapero Denis Solís, el cese de la represión contra los artistas cubanos y la derogación inmediata de los decretos 349 y 370 así como las demás leyes y regulaciones que violan la libertad de expresión en Cuba.
Los operadores políticos locales optarán por negociar directamente con Washington, intentando esquivar al diálogo nacional. Creen que es posible retornar a la luna de miel vivida entre 2014 y 2016, cuando ondeaban las banderas de las barras y estrellas en los balcones y viejos taxis colectivos. Una ruptura que provocó la propia dictadura, sobre todo después del histórico discurso de Obama en La Habana.
El grueso de las medidas aprobadas entonces por la Casa Blanca beneficiaban al sector privado y al pueblo cubano, no a las empresas militares. Pero esta vez el tablero de juego es diferente. La Isla está atrapada en una extensa crisis económica y social. Y en la agenda de Biden, Cuba no es una prioridad.
Iván García
Foto: Los periodistas independientes Iván García Quintero (izquierda) y Rolando Rodríguez Lobaina en una calle de la capital de Estados Unidos. En marzo de 2018, los dos fueron invitados a participar en un evento sobre periodismo auspiciado por The Dialogue, centro de análisis que desde su fundación en 1982 radica en Washington D.C. y es considerado uno de los principales think tanks de política estadounidense y exterior.