La gente en Puerto Rico no se pasa la vida envuelta en la meditación o la angustia acerca del poder, el origen y el destino del idioma que hablan. Aquí se disfruta (algunos muy castizos la padecen) una lengua española, con acompañamiento de tambores y guitarras, a la que sobresaltan palabras y expresiones robadas al inglés y obligadas a sonar como si se hubieran escrito en castellano.
Esta semana, en San Juan, en el viejo San Juan, en las instalaciones del último emplazamiento militar que construyó España en este continente -el cuartel de Ballajá- un centenar de escritores debaten sobre la fuerza y la presencia y el intercambio de los idiomas. En un español más ortodoxo, y en público, buscan también caminos para difundir mejor la literatura, hacer enlaces editoriales y tener una mayor cercanía. La capital boricua vive, a pleno sol y en las noches frescas, organizado por instituciones culturales, su primer Festival de la Palabra.
El cuartel -tres manzanas entre el mar y un cementerio- es el centro de las charlas y los recitales de los autores invitados y los puertorriqueños, pero el festival se ha tendido por la ciudad y se instala en restaurantes, en salas de teatro, en los cafés y en las esquinas de San Juan que, al mediodía, sacan chispas de las paredes.
Los visitantes y sus anfitriones (editores, periodistas…) tienen sobre las mesas asuntos importantes para la región. Son temas vinculados con la realidad y con el momento. Se discute, por ejemplo, sobre las cautelas para contar con profundidad la violencia en países como México, Colombia y Puerto Rico.
Hay, además, un espacio para hablar de la soledad, las ventajas y los agobios de escribir desde la condición de extranjero. La situación de Haití y los reflejos y efectos de internet en los periódicos de la región son problemas que se han expuesto en coloquios y talleres en discusiones abiertas en centros de enseñanza de la ciudad.
El primer escritor importante que apareció por aquí sin pasaporte y sin visa fue el argentino Tomás Eloy Martínez. Muerto en enero pasado, se le recordó y se habló de un hombre, que viaja bien documentado hacia la leyenda, con una obra hecha en el español de los grandes maestros del idioma.
Un tema especial rebajó las tensiones y le puso, quizás, el tono más lírico a las conversaciones de los autores y el público. Bajo un título general de Diálogo sobre piel y papel, se desarrolló luego una mesa redonda llamada El cuerpo como campo de batalla.
Es verdad que la palabra es la protagonista de la reunión y sus organizadores, la puertorriqueña Mayra Santos Febres y el español José Manuel Fajardo, trabajan para que, a partir del Festival, este país se convierta en un punto de encuentro entre la comunidad hispana en Estados Unidos, América Latina y el sur de Europa. Queremos levantar «un gran puente entre literaturas y culturas», dijo Fajardo.
La escritora Mayra Santos Febres cree que en Puerto Rico hay mucha literatura aislada, sin exportar, y que el festival puede contribuir a que muchos autores jóvenes del país comiencen a circular fuera de las fronteras.
Los borinqueños encaran la realidad con buena poesía social, realismo sucio o con novelas históricas, opinó la autora de la novela Nuestra Señora de la noche, finalista del Premio Primavera de Espasa Calpe. «Es imprescindible integrar más [a Puerto Rico] al contexto caribeño, latinoamericano e hispánico», explicó, «al cual pertenece, con sus características literarias y sus condiciones sociopolíticas».
La literatura ha tenido el papel principal, es verdad, pero la música, como tiene que pasar en estos países, tiene dones especial para robarse el show.
Así es que la inauguración del Festival de la Palabra, como José Saramago no pudo -por motivos de enfermedad- enviar la vídeoconferencia anunciada para la apertura, un recital de bomba, del artista Tata Cepeda, se apropió del escenario y de los titulares.
La bomba es una música de origen africano que casi no usa palabras. Es una ofrenda para los bailadores. «En la bomba se expresa todo», dijo Cepeda.
Raúl Rivero