Siete años atrás, en la barriada de La Víbora, al sur de La Habana, no existían restaurantes ni bares privados. Solo una pizzería particular en la Avenida Acosta y varias personas que vendían comida, casi ninguno sin licencia.
Ése era el panorama en 2009. La gastronomía estatal administraba un restaurante, El Asia, una mugrienta pizzería y una heladería denominada El Coppelita, al lado y frente al antiguo paradero de ómnibus.
No muy lejos del paradero, administraba dos panaderías en divisas, tres cafeterías sin pretensiones que en bandejas de aluminio exhibían colecciones de panes y moscas, y dos bares hediondos donde concurrían delincuentes y alcohólicos desahuciados. Para comer decentemente había que ir al Vedado o Miramar.
“A pesar de ser Diez de Octubre el municipio con más habitantes de La Habana, no existía un restaurant de calidad. A mediados de los años 90 se abrieron las primeras paladares. Pero, debido a las regulaciones impositivas y el acoso del gobierno, al poco tiempo cerraron”, recuerda Odalys.
Era difícil comer de noche en la zona. Después de 2010, cuando el régimen de Raúl Castro flexibilizó el trabajo por cuenta propia, un ramillete de cafeterías y pizzerías brotaron como flores.
En 2016, desde la Calzada Diez de Octubre y Santa Catalina hasta Acosta y Heredia, se han abierto no menos de nueve paladares de mediano y alto estándar, decenas de cafeterías, heladerías, pizzerías, cinco bares y media docena de puestos ambulantes que venden panes y galletas, todos privados.
Los choferes de las rutas de taxis que salen de la calle Acosta y Poey, suelen almorzar en el negocio de la familia Ortiz, donde por 40 pesos se come una ración abundante de arroz frito, vianda de ocasión, ensalada y fricasé de cerdo.
En el antiguo bar Heredia, sucio y derruido, levantaron una cafetería que oferta pizzas, espaguetis y sandwiches. Sus meseras, todas jóvenes, visten pantalones negros, pulóver amarillo y viseras blancas. Ganan diez cuc diarios, sin incluir la propina.
Con las ganancias obtenidas, su dueño compró una casa en las inmediaciones y el año pasado abrió La Fondita, un restaurante donde por seis cuc se pueden comer alimentos preparados por un chef con años de experiencia.
Al lado del cafetería Heredia, abrieron La Cueva, un bar-restaurente oferta comida italiana, internacional y criolla. Tiene una barra bien surtida y los fines de semana presentan actores humorísticos de calibre.
Las personas de bolsillos amplios pueden cenar en Villa Hernández, una casona restaurada minuciosamente y con un variado y extenso menú. Cafeterías, heladerías y restaurantes tienen buena clientela y sus dueños ganan dinero, aunque no tanto como presume el régimen. Lo suficiente para mejorar sus negocios y mantener a sus familias.
Roberto, ex propietario de una pizzería, ya veía venir las nuevas disposiciones anunciadas el lunes 17 de octubre por la agencia Reuters y que los medios oficiales aún no han reportado.
“Entre el acoso de los inspectores y las prohibiciones absurdas, preferí cerrar el negocio. No podía vender productos elaborados con mayonesa y con frecuencia los funcionarios corruptos me ponían multas. Un amigo que trabaja en la ONAT (Oficina Nacional de la Administración Tributaria), ya me había advertido que iban a subir los impuestos a los negocios gastronómicos, comenzarían a exigir vales de compras en tiendas del Estado y no autorizarían abrir nuevas paladares”, comenta Roberto.
La nueva medida anunciada, al parecer temporalmente y solo en La Habana, despierta suspicacias. “Siempre es igual. El gobierno te da cordel hasta que le conviene, luego te cortan las alas. El problema es uno solo: esta gente (el régimen) no quiere que los cubanos hagan dinero y acumulen riquezas”, dice Augusto, dueño de un café que instaló en el portal de su casa.
Eusebio, economista, ve con preocupación la nueva medida. “A todas luces es un retroceso. No creo que el gobierno prohíba definitivamente los emprendimientos gastronómicos. Pero existe un limbo, el Estado lo sabe y dejó actuar, nunca se preguntó de dónde salía dinero para abrir el negocio o se compraban los alimentos. Es verdad que las normativas de las 50 sillas y comprobantes para los insumos no son novedosos. Pero no se aplicaban. El primer incumplidor es el gobierno, que siete años después de la ampliación de los trabajos particulares todavía no ha abierto mercados mayoristas. Si es una ofensiva para frenar los negocios privados, el descontento social podría aumentar”.
Danilo, graduado de ciencias sociales, considera que las autoridades juegan con las cartas bocarriba. “Los que se hicieron ilusión realmente desconocen la naturaleza del sistema. En los lineamientos aprobados en el último congreso del partido, el régimen habla alto y claro: no vamos a permitir la acumulación de capital y propiedades. Desde la ofensiva revolucionaria de 1968, el Estado no comulga con las iniciativas privadas. A veces se hacen los de la vista gorda, de acuerdo a las circunstancias económicas, pero al final terminan prohibiéndolos, o lo que es peor, penalizándolos. Recuerden la arremetida contra los mercados agropecuarios y artesanos particulares en los años 80”.
Aunque en sus discursos el general Raúl Castro repite que el trabajo por cuenta propia llegó para quedarse, el gobierno sigue viendo a los propietarios de pequeños negocios como presuntos delincuentes.
A falta de un marco jurídico coherente, las microempresas y medianos negocios se ven obligados a violar la ley. Casi todos, si quieren prosperar, llevan doble contabilidad y adquieren productos en el mercado negro.
“Si compro el kilogramo de queso a diez cuc y la libra de carne de res de primera a once cuc, ¿a cuánto tengo que vender entonces las pizzas o un bistec?”, se pregunta el dueño de una cafetería al oeste de la capital.
Un funcionario de la ONAT que prefirió el anonimato señala que “estas nuevas regulaciones abarcarán otros sectores como el de hospedaje y el transporte. Los negocios más lucrativos están siendo revisados con lupa por las autoridades”.
Al preguntarle los motivos, respondió: “Un poco de todo. Desde la nueva etapa de austeridad económica hasta una excusa para que un grupo de personas no acumule mucho dinero. No lo van a permitir. Es el poder lo que está en juego”.
Iván García
Foto: Uno de los salones de la paladar La California, en Crespo 55 entre San Lázaro y Refugio, Centro Habana, muy cerca del Malecón. Tomada de la web Cubapaladar.