Pasada las diez y media de la noche en el bar privado Perla Negra, en el populoso barrio de La Víbora, en La Habana, y a treinta minutos en automóvil del centro de La Haba, los parroquianos que bebían mojitos, caipirinhas y cerveza negra ni siquiera se enteraron de la muerte del barbudo Fidel Castro.
La música salsa, el reguetón o las baladas de Marc Anthony enseñoreaban el local entre el tintineo de las copas, el trasiego de canapés y el susurro de las parejas de enamorados.
A nadie se le ocurrió suspender la fiesta para anunciar el deceso del viejo ex guerrillero. Oscar López, ingeniero, que celebraba el cumpleaños de su esposa, al filo de las doce la noche caminó nueve cuadras rumbo a su apartamento en la barriada de Lawton y no notó nada especial, a no ser una pequeña fila de cuatro o cinco personas comprando hamburguesas de cerdo para el desayuno de los hijos.
También, como es habitual a esa hora de la madrugada, dependientes de pequeños negocios gastronómicos particulares bostezaban delante de los estantes con dulces y panes con embutidos, borrachos tirados en los portales de la Calzada de Diez de Octubre y algunos gays y travestis a la caza de clientes.
“Te juro que nadie comentaba la noticia. Ni siquiera observé despliegue policial. La noche que murió Fidel Castro fue una noche como otra cualquiera. Supe del fallecimiento a las dos de la mañana, cuando un hermano que reside en Miami me telefoneó para decirmélo”, cuenta Oscar en la cola del pan que el Estado vende a los cubanos por una libreta de racionamiento vigente desde 1962.
Cuando usted indaga entre los habaneros de a pie, qué estaban haciendo en el momento de conocer la noticia del deceso de Castro, responden sin dramatismo. No pocos se enteraron justo por un SMS enviado desde Miami. Y es que un segmento amplio de cubanos no suelen ver la televisión estatal.
Es que la mayoría de la gente ve TV por antenas satelitales ilegales o alquila un compendio audiovisual conocido como el Paquete, que oferta lacrimosos culebrones mexicanos y mediocres programas de participación facturados al otro lado del estrecho de la Florida. Por eso, muchos se enteraron con retraso de la muerte del último caudillo de las revoluciones tercermundistas.
Al contrario de Miami, donde el fallecimiento de Castro los pilló un día después del Día de Acción de Gracia y del Black Friday, y cientos de personas celebraron descorchando botellas de ron y asando cerdo, en La Habana la noticia pasó sin penas ni gloria.
Y es que para los cubanos, Fidel Castro murió el 31 de julio de 2006 cuando una repentina enfermedad lo apartó del poder. Diez años después, en la fresca noche otoñal que se difundió el deceso, su muerte se esperaba en cualquier momento.
Sahily Téllez, 16 años, estudiante de segundo año de bachillerato, dice que para ella Fidel era un tipo distante. «Yo no crecí con el protagonismo suyo en mi vida como ocurrió con mis padres. Para mí, él era un relato viejo. De un hombre que lideró una revolución y edificó una sociedad que apenas funciona. Fidel, y otros funcionarios tan ancianos como él, representan cosas anacrónicas, conservadoras. En la gente de mi edad Fidel ni Raúl son muy populares. Es que muchos de jóvenes aspiramos a vivir en el capitalismo consumista. Fidel representaba la pobreza y sus discursos estaban repletos de ideología”.
Lo que más le preocupa a Daniel Pereda, taxista particular que durante doce horas conduce un destartalado Chevrolet de 1954, es lo que puede venir tras la muerte de Fidel Castro.
“El panorama está feo. La crisis de Venezuela, que de perder el poder Nicolás Maduro, debido a la entrega de combustible a precio de saldo, repercutirá en la economía cubana y en nuestras vidas. A eso súmale la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, un tipo impredecible y que probablemente no continúe con las políticas amistosas de Obama hacia Cuba y que debe tener enfermo de los nervios a más de uno en el Palacio de la Revolución (sede del gobierno)”, indica, mientras intenta driblar los baches en la calzada del Cerro.
Ya la prensa estatal comenzó a desplegar un extenso programa especial en tono de panegírico sobre la vida y obra de Fidel Castro. La comisión organizadora de los funerales divulgó que los días 28 y 29 de noviembre, en el Memorial José Martí, en la Plaza de la Revolución, la población podrá acudir a rendirle merecido homenaje.
También se hizo un llamado a algo que parece alucinante: «Firmar el solemne juramento de cumplir el concepto de Revolución, expresado por nuestro líder histórico el primero de mayo del 2000, como expresión de la voluntad de dar continuidad a sus ideas y a nuestro socialismo».
El 29 de noviembre, a las 19:00, se realizará un acto de masas en la Plaza de la Revolución de la capital. Al día siguiente se iniciará el traslado de las cenizas de Fidel Castro por el itinerario que rememora La Caravana de la Libertad en enero de 1959. Este recorrido terminará en Santiago de Cuba el 3 de diciembre. Ese día, se realizará otro acto de masas, esta vez en la Plaza Antonio Maceo de esa ciudad.
La ceremonia de inhumación está prevista para las 07:00 del 4 de diciembre en el Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. Igualmente se informó que la Revista Militar y Marcha del Pueblo Combatiente por el 60 aniversario del desembarco del yate Granma (2 de diciembre de 1956) y día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, se pospone para el 2 de enero de 2017.
Las sospechas y rumores se esparcen por toda La Habana. Marino Ruiz, trabajador de un almacén de víveres, considera que “Fidel Castro murió hace días. Todo encaja a la perfección. Un fin de semana que conecta con el próximo 2 de diciembre, aniversario 60 de las fuerzas armadas y a un mes y seis días de cumplirse 58 años del triunfo de la revolución”, especula. Pero lo cierto es que el 15 de noviembre, Fidel Castro recibió en su casa al presidente de Viet Nam Tran Dai Quang y las fotos fueron tiradas por Alex Castro, uno de sus hijos y fotógrafo personal.
Según Ignacio González, enfermero, lo fastidioso será ese luto de nueve días. “Decenas de programas en la radio y la televisión recordando al ‘máximo líder’ y la matraca noticiosa que seguro se extiende uno o dos meses. De tranca, lo que nos espera. Si pudiera volaría para la luna”.
A los divididos grupos disidentes, sin poder de convocatoria y una narrativa que no engancha entre los cubanos de a pie, la muerte de Castro los ha cogido descolocados.
En los próximos meses, augura Carlos Díaz, sociólogo independiente, “se avecinan tiempos duros. No quisiera estar en el pellejo de Raúl Castro. Pero con una crisis económica estacionaria, un sistema que no funciona, con Donald Trump, un tipo tan errático en la presidencia de Estados Unidos, y la inminente caída del chavismo en Venezuela, tendrá que maniobrar con mucho cuidado para no convertirse en el enterrador de la revolución que lideró su hermano Fidel. Pienso que el gobierno acelerará nuevas y más profundas reformas económicas, pero en el terreno político no habrán aperturas y mantendrán, mientras puedan, el férreo control social”.
Julio Aleaga, opositor al frente del proyecto Candidatos por el Cambio, que propugna insertar disidentes en los escasos espacios de participación ciudadana, considera que “el fallecimiento de Fidel Castro, un tipo tan negativo, puede ser el catalizador de reformas profundas. El ala conservadora del poder ha perdido un símbolo de peso. Creo que a mediano plazo los cambios son imparables”.
Diana Armenteros, graduada de ciencias políticas, no es tan optimista. “El castrismo tiene cuerda para rato. A Fidel no lo van a sepultar todavía. No olvidemos que los militares tienen el control del 80 por ciento de la economía nacional. Desarmar ese tinglado no será fácil”.
Pero ahora mismo es demasiado pronto para analizar de qué manera repercutirá el deceso de Fidel Castro en el estado de cosa. Ya las pompas fúnebres han echado andar.
La mítica Plaza de la Revolución se prepara para recibir a millones de cubanos que rendirán el último tributo a Fidel. Y la propaganda del partido comunista seguirá funcionando a todo gas.
Por unos días, probablemente durante un par de meses, Cuba será lo más parecido a Corea del Norte.