Desde La Habana

Moda y realidad en Cuba

Si usted, como Yoan, 22 años, considera una prioridad vestir al estilo de un modelo internacional y esculpir su cuerpo con horas extras en un gimnasio, entonces la factura puede desbordar sus ingresos monetarios.

Yoan mantiene un estilo de vida similar a cualquier chico de clase media de una nación del primer mundo gracias a su familia de la Florida.

Una novia europea y un amante canadiense le permiten darse ciertos caprichos y refinamientos. Almuerza con frecuencia en buenas paladares y bebe mojitos en bares exclusivos.

Se precia de ser un jinetero de lujo, bisexual y discreto. No cobra por horas como un gigoló profesional ni tiene un Hummer aparcado en el garaje. Aunque ése es su sueño.

Posee un closet repleto de jeans caros, mocasines italianos y zapatillas deportivas. No le faltan Chanel número 5, jabones Heno de Pravia y pasta Colgate made in USA, adquirida a casi seis dólares en una boutique de la calle Obispo.

Le gusta comprar ropa de marcas en tiendas selectas de Miramar o el Hotel Saratoga, que venden a precios de Manhattan. Ahora mismo, compró un jean Diesel en 120 cuc, un par de Nike en 127 y un pulóver Puma en 93 cuc.

Se gastó 340 cuc, el salario de año y medio de un profesional en la isla. Y créanme, su historia no es un cuadro surrealista en esta Habana del siglo 21. Yoan no es hijo de esa casta privilegiada de la élite del buró político del partido comunista. No.

Existe en Cuba una franja de jóvenes, de uno y otro sexo, que puede vestir a la moda y pulir su físico con las ganancias que obtienen vendiendo su cuerpo a turistas extranjeros.

También un segmento de artistas exitosos, empresarios de verde olivo y zánganos mantenidos por una tubería de dólares girados por sus parientes desde Miami, pueden mantener actualizado su ropero. Pero son los menos.

La mayoría de las familias cubanas intenta  comprar en rebaja la ropa y el calzado. El Estado no les da muchas opciones. Cuando Fidel Castro se instaló en el poder, en marzo de 1962 implantó dos cartillas de racionamiento, una de alimentos y otra de productos industriales. Cada cubano podía adquirir al año un par de zapatos, una saya o pantalón y dos camisas o blusas de tela ordinaria. Los modelos se planificaban por decreto. Sin originalidad ni calidad.

Era la época de la igualdad social y la uniformidad. Esa pobreza socialista trajo a Cuba refrigeradores Minsk, lavadoras Aurika, radios Selena y autos Lada, procedentes de las antiguas repúblicas soviéticas. Y mercaderías fabricadas en Checoslovaquia, Alemania oriental, Bulgaria, Polonia, Hungría o Albania.

A fines de los años 70, la comunidad cubana exiliada en Estados Unidos comenzó a viajar a Cuba, y en su equipaje cargaban con jeans, camisetas y tenis, cosas que resultaban novedosas en la isla de los Castro.

Siempre en el mercado subterráneo el tráfico de prendas de vestir fue un buen negocio. En los 80 se creó una red de especuladores que de manera ilegal compraban dólares -estaba  prohibida la tenencia de divisas- y luego adquirían pacotillas textiles en tiendas destinadas a diplomáticos y técnicos extranjeros.

Los precios eran caros. En esa etapa, el salario mínimo no superaba los 120 pesos. Sin embargo, un vaquero pirata costaba 150 pesos. Unas zapatillas Cast 120. Y una camisa ‘bacteria’ rondaba los 130 pesos.

Después de 1959, vestir a la moda en Cuba fue una pretensión que no se podía sufragar con el salario mensual. A partir de 1993, con la despenalización del dólar, se abrieron ‘shoppings’ con ropa comprada al bulto en zonas francas del Caribe y China.

Un segmento de alto poder adquisitivo tiene a su disposición boutiques con precios de infarto, como Mango, Zara, Dolce & Gabbana y, riéndose del embargo, jeans Guess y artículos Nike, Reebok o New Balance.

El cubano promedio suele hurgar en tiendas recaudadoras de divisas donde el régimen vende ropa de tercera categoría a precio de primera.

Un pantalón, una camisa y un par de zapatos de dudosa calidad, en su conjunto, cuesta 60 pesos convertibles, el salario de tres meses de un obrero. Las ahora perseguidas tiendas callejeras de ropa fueron un alivio. El segmento de cubanos con familiares en el exterior sigue beneficiándose del envío de paquetes con artículos de primera necesidad, entre ellos zapatos.

Los cubanos cuidan el calzado como si fuese una joya de valor. Y es que los zapatos son caros. Cuando se rompen, la gente acude a zapateros remendones. En cualquier barrio, encuentras  personas dedicadas a reciclar y recuperar calzado que en otro país se tirarían a la basura. Las zapatillas deportivas tienen una vida útil que jamás pensaron sus diseñadores.

Se reparan varias veces y suelen ser utilizadas por niños, adolescentes y jóvenes que juegan béisbol o fútbol en las calles. El jinetero Yoan lo sabe. Por eso cuando renueva su calzado, a los vecinos más necesitados les da los viejos.

Es que en Cuba, excepto la aristocracia revolucionaria que reside en barriadas selectas, en una misma cuadra pueden vivir jineteras,  proxenetas, policías, médicos, cuentapropistas, opositores o agentes de la Seguridad del Estado. Y todos, de primera mano, conocen lo costoso que resulta vestirse decentemente.

Iván García

Foto: Tomada de En busca del fashion cubano.

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