Fidel Castro dijo por primera vez Patria Muerte el sábado 5 de marzo de 1960, en el sepelio de las víctimas por la explosión del buque La Coubre, en un acto celebrado en la esquina de 12 y 23, Vedado, muy cerca del Cementerio de Colón.
Desde agosto de 1959 yo trabajaba de lunes a domingo, con un salario de 47 pesos mensuales, como única mecanógrafa en el Comité Nacional del Partido Socialista Popular (PSP). Ese sábado, 5 de marzo, fui a trabajar y como en la sede del PSP no había radio ni televisor, no escuché ni vi el acto. El primer Patria o Muerte para mí pasó totalmente inadvertido. A partir de ese día, Fidel cogió pa’l trajín el Patria o Muerte, y pegara o no, lo empezó a decir al final de sus discursos. La palabra Venceremos se la añadió tres meses después, el 7 de junio de 1960, cuando clausuró un congreso del gremio de barberías y peluquerías en el teatro de la CTC (Central de Trabajadores de Cuba).
A propósito de la CTC. Con el movimiento obrero siempre me sentí identificada, tal vez porque en mi niñez conocí a dos grandes líderes sindicales, los dos asesinados en 1948, Aracelio Iglesias y Jesús Menéndez, a cuyo multitudinario entierro me llevó mi madre. Aún no había cumplido los 6 años y nunca había visto a tantas personas como en el sepelio del «general de las cañas», así nombrado por el poeta Nicolás Guillén en la Elegía que le dedicó. Pero a quien tuve la dicha de tratar de cerca fue a Lázaro Peña (1911-1974), líder indiscutible de la clase obrera cubana.
Mi lugar de trabajo en el Comité Nacional del PSP era en el salón de reuniones, donde se encontraba la biblioteca y de la cual también me ocupaba. Pero contínuamente tenía que desplazar la mesa de metal con rueditas y la máquina de escribir Remington, a la oficina que quedaba al lado, que era la de Lázaro y él compartía con su mujer, la compositora Zoila ‘Tania’ Castellanos y dos dirigentes sindicales, Rafael Ávila y Carlos Fernández R. Una oficina donde costaba concentrarse a la hora de mecanografiar: al ser la más cercana a la entrada, era muy visitada por sindicalistas. Muchas veces, con Lázaro y Zoila y en ocasiones también con su hijo Lazarito, de siete u ocho años, regresaba a mi casa con ellos, en el auto que manejaba Adalberto. El matrimonio Peña-Castellanos vivía en un apartamento del edificio Areito, en Infanta y Manglar, a unas diez cuadras de mi casa, en Romay entre Monte y Zequeira (en el edificio Areito vivía también Bola de Nieve, a quien tuve oportunidad de saludar).
Ya cumplí 78 años, sigo teniendo buena memoria, y me parece recordar que fue después de aquel congreso de barberos y peluqueros, en el cual Fidel al Patria o Muerte le agregó Venceremos, cuando reparé en el numantino lema, y que con el paso del tiempo se volvió un eslogan que al igual que el propio Castro y su revolución, fue perdiendo carisma, emoción, sentido.
De lo que sí me acuerdo bien fue de las dos explosiones del buque francés La Coubre en un muelle del Puerto de La Habana, alrededor de las 3 de la tarde del viernes 4 de marzo de 1960. En ese momento me encontraba mecanografiando en la oficina de Blas Roca: además de secretario general del PSP, Blas era tío político mío, esposo de mi tía Dulce Antúnez, cuñado de mi madre Carmen y ex jefe de mi padre, quien durante veinte años fue su guardaespalda. Estaba pasando en limpio los arreglos que Blas le estaba haciendo a su libro Los Fundamentos del Socialismo en Cuba, que en 1960 se iba a reeditar. Blas iba arrancando las páginas de un ejemplar y sobre ellas hacía correcciones, si eran muchas, las hacía aparte, en una hojita de esos blocks de papel gaceta que en las quincallas vendían, sus preferidos para escribir. Su letra, diminuta, era legible.
Para poder dedicarse a la reedición de su libro, el tío Paco, como mis primos maternos y yo le decíamos, había alquilado una casa en la playa de Guanabo, al este de La Habana. Ese tiempo lo pasó acompañado por un chofer y un escolta. Cada dos o tres días, Blas mandaba al chofer a recogerme y llevarme a Guanabo, a revisar las cuartillas mecanografiadas. Si encontraba alguna errata, tenía que mecanografiarlas de nuevo. Si no, se quedaba con ellas y me entregaba nuevas hojas enmendadas. La oficina de Blas se encontraba a la izquierda, al final de un pasillo, en la primera planta de la sede del PSP, en un edificio de cinco pisos en Carlos III y Marqués González. En la misma acera radicaba el periódico Revolución, situado entre un antiguo almacén de tabaco -creo que de la marca H. Uppman- y una cafetería en la misma esquina de Oquendo. Hoy, el periódico de los comunistas cubanos desde 1938 hasta 1965, quedaba a pocas cuadras en la calle Desagüe, casi al lado de la CTC.
De pronto, aquella tarde del viernes 4 de marzo, dos grandes estruendos tumbaron objetos y libros de un estante y cerró de golpe la amplia ventana. El puerto quedaba relativamente lejos, pero las explosiones fueron tan fuertes que se sintieron en la Habana Vieja, Centro Habana y Cerro. Enseguida empezaron a escucharse sirenas de ambulancias, carros de bomberos, patrullas de policía… Bajé corriendo a la calle, el tráfico se había interrumpido en Carlos III, Belascoían y Reina, vía por donde subían las ambulancias rumbo al Hospital de Emergencias, a unas tres cuadras de la sede del PSP. Crucé la calle y me acerqué al hospital. Como las ambulancias no daban abasto, a muchos heridos, calcinados, moribundos, los trasladaban en el primer vehículo que encontraban. En eso, una camioneta dobló con tanta velocidad hacia el cuerpo de guardia, que el hombre que llevaban en la parte de atrás, todo quemado y sin piernas, se cayó. Estaba aún con vida y se escuchaban sus gritos. Una escena dantesca.
En 2015, uno de los hijos del fotógrafo Gilberto Ante, ex colega mío en la revista Bohemia y de mi amiga Évora Tamayo en el semanario humorístico Palante, me envió cientos de fotos de su padre. En uno de los tres posts que le dediqué a Gilberto, rememoré la explosión de La Coubre (El blog de Tania Quintero: Gilberto Ante, un fotógrafo olvidado (II) – La Coubre y el Che) y aproveché para mencionar la relación de Ante con el Che, el primero en llegar al antiguo muelle de Arsenal, actualmente muelle La Coubre.
Por haber nacido en el seno de una familia comunista, en mi infancia y adolescencia sufrí la represión de la dictadura de Fulgencio Batista (10 de marzo de 1952 a 31 de diciembre de 1958). Con solo 17 años comencé a participar en el desarrollo del proceso revolucionario y entre otras muchas vivencias, fui testigo del concubinato de Fidel Castro con los líderes comunistas del PSP (cuento detalles en la serie de cinco posts titulados Harry Potter y la revolución escatimada, publicada en mi blog en junio de 2009). Y aunque nunca fui militante del PSP, la UJC y el PCC, desde mis sencillos, pero necesarios puestos de mecanógrafa, oficinista, maestra y/o periodista, siempre me consideraron una persona fiable, discreta, honrada, laboriosa y responsable: nunca llegaba tarde ni faltaba a mi trabajo, a no ser por un asunto importante, insoslayable. Tampoco puse reparos si tenía que quedarme dos o tres horas más de mi horario laboral o tener que ir un día feriado o un domingo (en aquella etapa, se trabajaba los sábados). La mayor parte de mis 37 años de vida laboral en Cuba (1959-1996) fueron en organismos políticos y periodísticos.
Entonces, si yo con una historia dentro del proceso revolucionario, he sido capaz de reconocer que fue una estafa, que el socialismo nunca se construyó y que Cuba ha vivido de paripés y consignas como Patria o Muerte Venceremos, no puedo entender que ‘cuadros’ nacidos después de 1959, como Miguel Díaz-Canel (1960) o ‘portavoces’ como Rosa Miriam Elizalde (1966), vivan tan despistados y desconectados de la realidad de un pueblo con una generación que no conoció ni a Camilo ni al Che y no tiene empatía con los ‘históricos’ de la Sierra Maestra.
‘Cuadros’ y ‘portavoces’ que se suponen son los continuadores de «la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes» (proclamada por Fidel Castro el 16 de abril de 1961), y a quienes jamás se les ve haciendo colas en panaderías, agromercados, carnicerías, farmacias y tiendas por pesos o divisas, caminando por las calles y aceras llenas de baches, esperando una guagua o un almendrón en paradas abarrotadas, hablando con la gente de a pie o recorriendo cualquiera de las decenas de barrios marginales que hay en La Habana y en el resto de las provincias. ‘Cuadros’ y ‘portavoces’ que se han quedado detenidos en el tiempo, desfasados, anquilosados. Sin percartarse que el sueño se acabó y que el «primer país socialista de América» descansa en paz, como Fidel Castro, principal culpable del desastre nacional.
Si después de 62 años de fracasos no se pasa página y con urgencia no se emprenden cambios profundos en la economía y se democratiza la nación, en Cuba, además de hambruna, enfermedades y muertes, en cualquier momento se puede producir un estallido social.
Tania Quintero
Foto: Al no encontrar una imagen de la Avenida Carlos III en 1960, seleccioné una reciente. A la izquierda, se ve el edificio de cinco pisos donde radicó el Comité Nacional del PSP entre 1959 y 1962. A la derecha, en primer plano, donde hay un reloj, el edificio de la Gran Logia de Cuba y más alejado, el la antigua Compañía Cubana de Electricidad, hoy sede del Ministerio de Energía y Minas. Tomada de El Güije.