Soy periodista autodidacta, pero en los años que publiqué en la revista Bohemia (1974-1993) ‘toqué todos los palos’, como dicen los andaluces. Empecé colaborando en la Sección Internacional, cuando trabajé como secretaria en el Movimiento Cubano por la Paz, presidido por Juan Marinello. La Sección Internacional era dirigida por Fulvio Fuentes y tenía la redacción más amplia: un salón con ventanales que daban a la Avenida Boyeros. En 1976 pasé a trabajar como mecanógrafa en el Comité Organizador del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes y fue entonces que comencé a publicar en la Sección En Cuba, sobre temas nacionales y en particular acerca de los preparativos del XI Festival.
Mi jefe era Hugo Rius, fallecido el 26 de agosto en Montevideo, donde se desempeñaba como corresponsal de Prensa Latina en Uruguay. La redacción de la Sección En Cuba era más pequeña que la de Internacional, no tenía ventanas, pero, por suerte, en esa época no se iba la luz ni falló el aire acondicionado. Al final, en un cubículo con un buró, un librero, una mesita con una máquina de escribir y dos sillas, estaba la oficina de Hugo, quien al menos en mi caso, siempre le dio el visto bueno a todas las iniciativas periodísticas que le propuse, entre ellas una serie de entrevistas con personalidades que habían participado en Festivales Mundiales de la Juventud y los Estudiantes en Europa, entre ellos Joel Domenech, vicepresidente del Consejo de Ministros que entre 1974 y 1994 fuera el encargado de atender la industria básica.
Los Domenech eran dos hermanos, Joel y Fidel, y antes de 1959 habían luchado contra la dictadura de Batista desde las filas de la Juventud Socialista y el Partido Socialista Popular. Aquel día, con Joel hablé en su despacho en el Palacio de la Revolución. Una entrevista que no he olvidado pues fue la primera y última vez que usé una grabadora de cassette. Y porque el fotógrafo era el inigualable Gilberto Ante, quien a la persona que iba a retratar, fuera quien fuera, le hacía quitarse el brillo o el sudor del rostro con un pañuelo o servilleta.
Esa serie incluyó también a la estadounidense Estela Bravo y a su esposo Ernesto, de nacionalidad argentina, quienes se conocieron y enamoraron en el Festival de Bucarest, Rumanía, en 1953 (el matrimonio Bravo se estableció en Cuba a fines de 1960, Estela vinculada a la cultura y Ernesto a su especialidad científica). Si mal no recuerdo, la serie la cerraba mi prima Lydia Roca Antúnez, que participó en ese mismo festival y allí conoció a Raúl Castro, que no sé si se empató con Susana Rieumont en Bucarest o después. Susana y mi prima Lydia pertenecían a la Juventud Socialista y las dos eran ‘capirras’, como los cubanos les decimos a un tipo de mulatas blanconazas con el pelo malagazo.
La investigación para poder realizar esa serie sobre los Festivales, me animó a proponerle a Hugo Rius otra investigación, esta vez sobre los alemanes antifascitas que emigraron a la Isla durante la Segunda Guerra Mundial y varios fundaron en La Habana un Comité Antifascista. Esas pesquisas me llevaron más tiempo, porque tenía que alternar mi labor en Bohemia, donde ya estaba fija (como no era periodista graduada, me pusieron en la nómina como secretaria, con un salario de 163 pesos, toda una violación laboral, pero así eran y siguen siendo las cosas en el castrismo). La serie sobre los alemanes antifascistas salió en cuatro partes, en 1977, dentro de la Sección de Historia, a cargo del hoy profesor e historiador Pedro Pablo Rodríguez. Por esa serie, en 1979 fui invitada tres semanas a la RDA (República Democrática Alemana). Al regreso, de la solamente en la revista Bohemia publiqué alrededor de 50 páginas. El primer trabajo se titulaba En el país de los cochecitos.
A mediados de la década de 1970, antes de viajar a la RDA, Luis Camejo, subdirector de Bohemia, me había nombrado corresponsal viajera en Matanzas, con la tarea de cubrir el funcionamiento, que a modo experimental, había puesto en marcha la Comisión Nacional para la Constittución de los Órganos del Poder Popular en Matanas, provincia a menos de 100 kilómeros al este de La Habana. Esa Comisión la presidía Blas Roca, a quien conocía desde que en 1942 nací, porque mi padre fue durante veinte años su guardaespaldas. Blas, además, era el esposo de mi tía Dulce Antúnez, o sea eracuñado de mi madre. Y por si no bastaran esos vínculos, Blas fue mi primer jefe cuando en agosto de 1959 inicié mi vida laboral como mecanógrafa en el Comité Nacional del Partido Socialista Popular, en Carlos III y Oquendo, Centro Habana.
Los periodistas acreditados en Matanzas, entre ellos Susana Lee, del periódico Granma, y Lázaro Barredo Medina, de Juventud Rebelde (los dos ya fallecidos), y yo por Bohemia, semanalmente nos reuníamos con Blas en la Sala White, que sigue radicando en el antiguo Liceo Artístico y Literario, inaugurado en 1860, en la calle Contreras entre Ayuntamiento y Santa Teresa, frente al Parque Libertad. Aparte de los encuentros con Blas, también reportábamos la marcha del Poder Popular en los municipios matanceros. La revista ponía a mi disposición un auto con chofer y un fotógrafo, por lo regular permanecíamos dos o tres días en Matanzas. El primer secretario del partido era Julián Rizo, pero quien atendía a la prensa era el segundo secretario, Víctor Manuel González, que después sería vicejefe del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR).
Esa etapa de corresponsal viajera en Matanzas para mí fue mucho más agradable que lo que ocurriría en 1980, con la llegada a Bohemia de una chilena llamada Marta Harnecker, teorizante del socialismo y esposa de Manuel Piñeiro, alias Barbarroja (Piñeiro había sido jefe del Departamento América del Partido Comunista de Cuba y en esa función fue el principal organizador del apoyo cubano a las guerrillas en América Latina, murió, al parecer de un infarto, mientras manejaba su auto en La Habana, el 11 de marzo de 1998). La Harnecker vino con una propuesta al director, Ángel Guerra, para realizar una encuesta sobre el papel de los medios que se titularía El Cuarto Poder. Se organizaron varios grupos de trabajo, a mí me pusieron en uno. Pero la encuesta no pasó del primer trabajo: el primero que se publicó le costó el puesto a Guerrita.
Estoy hablando de 1980, el año del éxodo por el puerto del Mariel, a unos 40 kilómetros al oeste de La Habana y por donde en cuatro meses unas 125 mil cubanos se fueron de la isla. Antes de la estampida por el Mariel, en el mes de abril, ya había ocurrido el incidente de la Embajada del Perú: en menos de 48 horas cerca de 11 mil personas ingresaron a la sede diplomática peruana, en la barriada habanera de Miramar, con la intención de irse del país. Lo del Mariel fue un mazazo terrible y a nivel privado muchos periodistas lo pensaban y comentaban.
A partir de la fallida encuesta de la chilena Marta Harnecker y el despido del director de Bohemia, los medios cubanos, que en ese momento eran todos oficiales, estatales, no se volvieron a recuperar, no levantaron cabeza. En 1980 no solamente fue destronado Guerrita, también fue destituido Orlando Fundora, jefe del DOR. En todo los medios, pero sobre todo en Bohemia, los periodistas se apendejaron.
En Cuba, en aquella época, la gente tenía mucho miedo, hablaba bajito, no comentaba nada en voz alta, tratando de proteger su trabajo y su salario para poder mantener a su familia. A diferencia de otros profesionales, los periodistas (oficiales, no habían surgido aún los periodistas independientes o alternativos), tenían posibilidades que no tenían los ciudadanos de a pie, como viajar al exterior o a otras provincias, participar en eventos nacionales e internacionales celebrados en Cuba, donde podían comer, resolver cosas y conocer extranjeros. Una actitud cobarde, igual a la del resto de la población en ese tiempo. Reacciones típicas en todos los regímenes totalitarios: la ciudadanía, atemorizada por la siniestra policía política, opta por callarse, no denunciar, no crearse problemas, no hacer nada.
Ni en Bohemia ni después en los servicios informativos de la televisión cubana, que pertenecían al ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión), jamás me quedé sentada, esperando por los planes temáticos que confeccionaba el DOR y daba a conocer a los diferentes medios estatales de comunicación de toda la isla: «Ahora esta semana hay que escribir sobre esto y lo otro». Nunca fui militante de ningún partido y como me sentía una mujer libre e independiente, nunca acepté esas orientaciones, esos controles, esas imposiciones. A mí se me ocurría algo y como a mí se me había ocurrido, lo hacía, porque a mí se me había ocurrido, no porque nadie me lo hubiera ordenado.
A los que entonces dirigían la prensa les decía: «Ustedes no les pueden pedir peras al olmo», porque siempre estaban con la consigna de «un periodismo militante y creador». Y el problema es que un periodismo militante no puede ser creador. O tal vez podría hacerse en Brasil, donde uno puede criticar al presidente. No en Cuba donde a partir de 1959 no solo dejó de existir el periodismo crítico, también murió la libertad de prensa.
Cuando en 1981 no pude seguir trabajando en Bohemia, por no poseer el título de periodista otorgado por la Universidad de La Habana, fui a ver a Elio Constantín, prestigioso periodista que estaba al frente de aquellas anormales evaluaciones (a mí la comisión evaluadora de Bohemia me dio 100 puntos en la categoría C y por escrito aclaró que mi labor era de A, pero que no me la daban, por no tener título). Elio me recibió en el periódico Granma, donde trabajaba, y me dijo que no me preocupara, que se iba a ocupar de esa injusticia.
La comisión evaluadora de Bohemia me propuso trasladarme al periódico Trabajadores. Dije que no, que yo iba a buscarme un empleo en cualquier sitio. Y en 1981 comencé a trabajar en el departamento de divulgación de la ONDI (Oficina Nacional de Diseño Industrial), en 19 y D, Vedado, en ese momento dirigida por la pareja formada por los arquitectos Olga Astorquiza e Iván Espín Guillois, hermano de Vilma.
Pero como Hugo Rius me pidió que siguiera escribiendo para Bohemia (por la temática, ahora publicaba en la Sección Económica, con cuyo jefe Alberto Pozo, también me llevé muy bien), mucha gente no sabía que ya no era empleada de Bohemia, si no colaboradora (por cada trabajo pagaban 30, 40 o 50 pesos, según género y extensión del texto). Fue lo que pasó con Carlos Aldana y Víctor Manuel González, jefe y vicejefe del DOR, que cuando se enteraron, hablaron con Nivaldo Herrera, presidente del ICRT, y de ahí salió la proposición de mi traslado de la ONDI al ICRT, para hacerme cargo de la sección cultural de la Revista de la Mañana, que salía al aire desde las 8 hasta las 12 del día, la dirigía Danilo Sirio y buena parte de la gran teleaudiencia que tenía era gracias a los videos musicales que del satélite copiaba Marta Pita.
Mi último trabajo en Bohemia se titulaba Presencia de Erich Kleiber en La Habana, salió en cuatro páginas en un número de la revista de junio de 1993 y fue seleccionado el más destacado del mes. Volviendo a Elio Constantín: nunca supe si llegó a gestionar mi reincorporación a Bohemia, creo que no, por su precaria salud. Once días después del fallecimiento de Elio (12 de septiembre de 1995), ya mi destino periodístico lo había decidido: el 23 de septiembre de 1995 me convertí en periodista independiente de Cuba Press, agencia inaugurada ese día por el poeta y escritor Raúl Rivero (Morón 1945-Miami 2021), porque coincidía con el cumpleaños de su esposa, mi querida amiga Blanca Reyes.
Tania Quintero
Foto: La revista Bohemia antes de 1959. Tomada del Facebook Vintage Cuba