Si usted es cubano y reside en el exterior, por favor, lea los Proyectos de leyes de Migración, Ciudadanía y Extranjería, disponibles en el sitio oficial de la Asamblea Nacional del Poder Popular, un sainete de parlamento con dos legislaturas anuales que por unanimidad siempre aprueban los ucases de la cúpula verde olivo.
Cuando concluya su aburrida lectura, puede que usted se alegre y le diga a su esposa: “Al fin está gente (palabra empleada cuando al gobierno cubano no se le quiere decir dictadura) entendió que la emigración es el sostén de Cuba”. Y con los ahorros de varios años de trabajo, después de haber cruzado seis países desde Ecuador hasta la frontera sur de Estados Unidos, una vez aprobada las leyes, decida con su mujer viajar a la Isla, comprar una casa en la capital u otra provincia -aprovechando que los precios inmobiliarios son una ganga-, y a lo mejor se embullan y deciden abrir un “bisnecito (pequeño negocio) que nos permita ganar un barito (dinerito) extra y pagar los estudios universitarios de los chamas (hijos) o viajar en cruceros”.
O usted lleva medio siglo fuera de Cuba y no ha regresado, por considerarse un anticastrista incorregible. Pero como la nostalgia es un ladrón que roba fuerzas, a los 70 años sigue durmiendo con las imágenes de un país que ya no existe (La Gran Vía, la dulcería de Santos Suárez donde los padres compraban los cakes de cumpleaños hace tiempo desapareció, el campo de béisbol donde solía jugar, hoy es un terreno desbordado de malezas, y el restaurant Monseñor, en 21 y O, Vedado, donde Bola de Nieve cada noche tocaba el piano y cantaba, no es ni la sombra de lo que fue), finalmente decide reservar un vuelo con destino a La Habana.
El síndrome de Estocolmo que según los psicológos padecemos las personas que hemos sido rehenes y humillados por un régimen totalitario, suele borrar los recuerdos espantosos, como los actos de repudio que además de lanzar huevos y piedras en las casas, las turbas gritaban: “Abajo la escoria, pin-pong fuera, abajo la gusanera, o gusano, lechuza, te vendes por un pitusa”.
A veces, al ser humano le gusta olvidar cuando quiere ser generoso. “Bueno, aquello ya pasó, hay que saber perdonar y unos cuantos represores ahora son vecinos nuestros en Miami” (lo que no deja de ser cierto). Y a pesar de las ambigüedades de los proyectos de leyes, usted cree que llegó el momento de invertir fuerte en la tierra que te vio nacer. Y darle una galleta sin mano a los comunistas.
Reconstruir de sus ruinas, si te lo permiten, los centrales azucareros que Fidel Castro, por una estúpida ordenanza, destruyó. O construir modernas autopistas y rascacielos, convencido de que en Cuba «urge invertir en infraestructuras e inmuebles”.
Si oteas el panorama con cautela -observación imprescindible si vas a invertir millones de dólares en una zona roja- comprobarás que los viejos funcionarios comunistas, los mismos que aplaudían a rabiar a Castro cuando decía que el país no necesitaba a los ‘gusanos’, ya no visten uniformes militares. Ahora usan guayaberas importadas de Panamá, relojes suizos y teléfonos inteligentes iPhone.
Los nuevos empresarios, que siguen siendo militantes del partido único, el PCC, argumentarán que con esas leyes, Cuba podría llegar a ser el Singapur del Caribe. Y con una sonrisa socarrona dirán que como era imposible tumbar al castrismo con las armas o por las acciones pacíficas de la oposición, los millones de dólares traerán «democracia y prosperidad» a la infeliz y empobrecida población.
También dirán que deben cesar las discrepancias y confrontaciones e instirán en que solamente los cubanos, los de adentro y los de afuera, podremos sacar a Cuba del atraso y convertirla en una nación desarrollada. Exprofeso, no mencionarán que el régimen jamás ha dado una disculpa pública por insultar a los millones de compatriotas que se han visto obligados a abandonar su patria, en la cual siguen habiendo cientos de presos políticos (más mil en estos momentos), ni que te pueden condenar a más de 15 años de cárcel si la dictadura considera que un texto periodístico o un comentario en las redes sociales “atenta contra la seguridad nacional”.
Existe otra reacción después de leer el proyecto de ley de migración. Tal vez cuando usted vivió en Cuba nunca fue opositor, activista de los derechos humanos ni periodista independiente. Pero las penurias económicas, la falta de libertades y un futuro entre signos de interrogación le obligó a lanzarse al mar en una balsa y llegó a las costas de la Florida. En Estados Unidos se convirtió en un profesional, en un emprendedor exitoso o logró salir adelante reparando autos o despachando pasteles de guayaba en una cafetería de Miami.
Al margen de su situación, usted y su familia aprendieron el valor de la libertad. Se desintoxicaron del adoctrinamiento inculcado por el castrismo, en voz alta discuten temas políticos y en las redes sociales condenan a la crápula que desgobierna Cuba. Cubanos indomables, que se percatarán que en esos legajos jurídicos, que el régimen pretende vender como ‘reformas migratorias’, los emigrados, mediante un escrito de solicitud -y si el MININT autoriza- serán clasificados de “residentes en el exterior”.
Se darán cuenta que quienes inviertan en el manicomio ideológico que hoy es Cuba y participen en su modelo económico, serán denominados “inversores de negocio”, si son debidamente autorizados por la dictadura. Y que otros compatriotas serán designados como “residentes efectivos”, porque el proyecto de ley de migración es enigmático y no aclara cuáles serán sus derechos ni las obligaciones que los van a diferenciar. Los indomables coincidirán que el nuevo proyecto es discriminatorio.
Y se preguntarán: ¿Los emigrados cubanos que acepten el galimatías burocrático del régimen tendrán acceso gratis a la salud? ¿O tendrán que pagar un seguro en dólares? ¿Podrán participar en la política y postularse para un cargo? ¿Si abren un negocio podrían contratar directamente a los empleados, pagarles un salario razonable y no depender que una agencia del gobierno se los imponga y luego le confisque el 70 por ciento de sus salarios?
Si criticas al régimen castrista, ¿qué garantías existen de que las autoridades no tomen represalias contra ti y tu familia, te decomisen el negocio o te encarcelen? Son muchas las preguntas sin respuestas. Decía el prócer mexicano Benito Juárez que el respeto al derecho ajeno es la paz. Cada cubano puede actuar como mejor le convenga. Al final es su dinero y su derecho de decidir dónde y cómo quiere elegir su destino.
En mi opinión, los proyectos de leyes relacionados con la migración, ciudadanía y extranjería, restrigen los derechos de los cubanos, vivan donde vivan y su principal objetivo es captar divisas y nuevas inversiones. Una estrategia más para seguir ordeñando a los antiguos ‘gusanos’. La dictadura ha decidido modificar sus leyes y buscar un acercamiento con la diáspora. Pero no debiera actuar como el tahúr que reparte cartas marcadas.
Si la intención es buscar una salida a la feroz crisis económica en la Isla, es legítimo negociar con los cubanos del exilio. Pero desde un diálogo franco y transparente. No imponiendo leyes espurias que crean diferencias y clasificaciones entre cubanos. Y menos que un militar de alta graduación sentado tras un buró determine quién puede entrar y salir del país o por decreto quitarle la ciudanía y forzarlo al destierro, como si estuviésemos en el feudalismo. Los derechos no se mendigan. Cuba pertenece a todos los cubanos.
Iván García
Foto: El Capitolio, situado en el corazón de La Habana, fue construido por el gobierno de Gerardo Machado e inaugurado el 20 de mayo de 1929. Actualmente es la sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Tomada de Online Tours.