Cuando cae la noche y el hambre aprieta, Ulises, 56 años, indigente de aspecto demacrado, registra en los depósitos de basura aledaños a una cafetería privada para buscar sobras de comida. En una jaba de nailon guarda los trozos de pizzas o pan. Y en una deteriorada vasija metálica vierte los restos de arroz y huesos de pollo que en alguna ocasión encuentra.
Luego va a su escondrijo, un caserón abandonado en la sucia Calzada de Diez de Octubre, al sur de La Habana, y comienza a comer. Después, cansado y borracho, se tira a dormir encima de unos cartones hasta al amanecer. Antes de que el sol caliente el asfalto, Ulises, con su empercudido short azul y unos zapatos zurcidos que le quedan grandes, camina cuatro o cinco kilómetros hasta el vertedero de la Calle 100 al oeste de la ciudad.
El vertedero, asegura Ulises, es “casi una zona de guerra. Cuando llega un camión con desechos se arma tremenda fajazón. Lo más perseguido son los camiones de empresas avícolas y mataderos de carne de res o cerdo, en los cuales encuentras vísceras de pollo y puerco. Las vísceras las lavo bien para quitarles el mal olor, las hiervo con sal, les echo ajo o lo que tenga y me las como. Es un alimento con mucha proteína. También se resuelve con los desechos de la industria electrónica y de unidades militares, donde suelen botar piezas y placas de computadoras”.
Su vida ha caído en picada por culpa del alcohol y la mala fortuna. “Yo no era un vagabundo. Estudié hasta onceno grado en el preuniversitario de La Víbora. Cuando dejé el pre, trabajé en una textilera y me buscaba un baro largo (mucho dinero). Pero me empaté con una mujer que me desgració mi vida. Tuve dos hijos con ella. Comencé a beber cuando ella me dejó, me botó de la casa y tuve que irme a vivir en la calle. Desde niño padecía de crisis sicóticas, me atendía un psiquiatra y tenía medicación. He estado ingresado en hospitales siquiátricos, pero por los malos tratos y el hambre que se pasa, es mejor estar en la calle, a tu bola (a tu aire). Por falta de medicamentos, hace cuatro años se acentuó mi enfermedad. Quisiera irme ya de este mundo, pero la muerte se me resiste”, confiesa Ulises.
Miguel, 65 años, quien fuera dueño de un casino clandestino de juego (burle), murió en la indigencia. Quince años atrás ganaba dinero a manos llenas y era muy respetado en el barrio. “Ayudaba a cualquiera. Era un botarate. En una noche gastaba miles de pesos con sus socios. Pero sufrió una parálisis cerebral y las cosas se torcieron. La llegada de la pandemia le obligó a cerrar el burle. La inflación y la crisis económica lo dejó sin dinero. Postrado en un sillón de ruedas, en los últimos días de su vida pasó hambre. Sus amigos le viraron la espalda”, comenta un pariente.
Dos semanas antes de morir le pidió de favor a un vecino veterinario que le inyectara veneno para perros. Se dejó llevar. Estuvo cinco días sin comer ni beber agua. Falleció una noche calurosa de julio. Barbudo, sucio y sin un centavo en la billetera. Su familia lo veló en la casa.
Giselle, psicóloga, asegura que los casos de estrés, depresión y ansiedad se han multiplicado dramáticamente en los últimos cinco años en la Isla. “A veces se subvaloran algunas enfermedades siquiátricas. Pero un cuadro de ansiedad sin tratamiento adecuado puede conducir al suicidio. El confinamiento debido a la pandemia fue clave en el aumento de la ansiedad, el estrés y la frustración. La crisis económica sin salida en el país, es otro factor importante del aumento de pacientes con trastornos sicológicos. Y lo peor es que el déficit crónico de medicamentos para tratar las enfermedades mentales empeora la situación”.
Según el artículo ‘La depresión y los suicidios se ceban en una Cuba azotada por la crisis y el desencanto’, publicado el 11 de mayo de 2023 en El Periódico de España, «de acuerdo con las últimas estadísticas disponibles, la tasa de suicidio en Cuba es de 14,11 por cada 100.00 habitantes, por encima de la media a nivel mundial, que es de 9,49. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) ubica a Cuba en el séptimo lugar en la región. La mayor cantidad de casos se da entre personas mayores de 60 años. El 70% de los episodios suicidas involucra a los hombres».
Melissa, madre de un hijo que padece de esquizofrenia, expresa que “entre la escasez de comida, medicamentos y pocas opciones de ocio se le acentuado al muchacho su enfermedad. Los médicos solo le recetan cocimientos de tilo. Al no haber en las farmacias los medicamentos que necesita, tengo que comprarlos por la izquierda, donde una tableta de Diazepam cuesta 500 pesos. Cada vez que lo dejo solo en la casa, se escapa. Ha estado una semana perdido, comiendo lo que encuentra en los latones de basura. Lo encontramos sucio, abusado sexualmente y golpeado. Es un caso de ingreso, pero un hospital psiquiátrico en Cuba es lo más parecido al infierno. El personal que los atiende les roba la comida y los maltratan físicamente”.
En el invierno de 2010, unos 30 pacientes fallecieron de hambre y frío en el Hospital Psiquiátrico conocido como Mazorra, situado en el municipio Boyeros, al sur de la capital. En enero de 2023, al menos 12 pacientes murieron en otro hospital siquiátrico, esta vez en Holguín, provincia a 737 kilómetros de La Habana. Glenda Boza, periodista independiente del sitio digital El Toque, en el reportaje titulado Crisis silenciosa: ¿a quién le importan los pacientes de psiquiatría en Cuba?, describe centros hospitalarios con barrotes, como si fueran auténticas cárceles, la insuficiente comida que reciben los pacientes (una libra de arroz para diez personas),y la falta de medicamentos y material quirúrgico.
Según Andrés, un mendigo que duerme en el portal de una bodega frente a la Plaza Roja de La Víbora, “cuando he estado hospitalizado, los enfermeros me daban golpes con una manguera y me robaban la cuota de café y cigarros que dan a los pacientes psiquiátricos. Cuando se lo decía al director del hospital, se reían de mí. Nadie le hace caso a un ‘loco’. Prefiero vivir en la calle. Al menos soy libre”.
Un enfermero jubilado cuenta que hace dos décadas, “era mejor el trato a los ‘deambulantes’, como en el argot oficial en Cuba le llaman a los mendigos, limosneros o vagabundos, o sea a las personas sin hogar que viven en las calles , era mejor. Los bañaban con mangueras a presión, los afeitaban y le daban dos comidas calientes al día. Pero si se portaban mal, los golpeaban y les aplicaban electroshock”.
Eugenia, trabajadora social, revela que solo en La Habana el “número de deambulantes ronda los 5 mil. La mayoría son alcohólicos o drogadictos y entre ellos se encuentran exreclusos y personas que perdieron su casa por un derrumbe o un huracán. También, gente que viene de las regiones orientales, casi todos ilegales y duermen donde los atrape la noche. Esa cantidad puede crecer, porque en la ciudad hay más de 50 mil familias que viven en condiciones de extrema vulnerabilidad”.
Una encuesta no gubernamental realizada en hogares cubanos entre junio y julio 2021, indicaba que el 71,5% de las familias vivían con menos del equivalente a 117 dólares al mes, cifra que colocaría a las familias de tres o más integrantes bajo el umbral de menos de 2 dólares diarios per cápita. Esos datos permiten afirmar que al menos 8 millones de ciudadanos, es decir, entre el 70 y el 72% de la población vive en la pobreza en Cuba. Los altos porcentajes coinciden con estudios realizados por el Observatorio Cubano de Derechos Humanos.
La mayoría de los indigentes en la Isla, sean hombres o mujeres, son negros o mestizos.
Iván García
Fotos: Muchos mendigos habaneros son personas sin hogar, como los dos de la foto de Jorge Enrique Rodríguez tomada de Diario de Cuba.