En el invierno de 1998 hablé por teléfono con Celia Cruz. Yo estaba en La Habana y ella llamaba desde Nueva York. Estábamos en vivo en un programa de radio y me pidió -como si se pudiera hacer un aparte íntimo en el aire- que le diera el pésame en su nombre a la familia de la cantante Caridad Cuervo que había muerto por esos días.
En esa digresión, la artista hizo un recorrido en la memoria por las calles de su ciudad, dijo los números de las rutas de ómnibus que tomaba para ir de su casa en la barriada de La Víbora a las primera audiciones radiales y dejó dicho que el mejor homenaje que recibiría de Cuba (donde está prohibida su música) sería ese momento de una fiesta de amigos en el que alguien dijera: «Caballerooo, vamos a poner algo ahí de Celia».
Esta semana llamé a La Habana desde lejos. El amigo que me contestó celebraba su aniversario de bodas. Me dijo algo así: «Compadre, como no sabemos hacia dónde va esto, hemos puesto a Celia Cruz para que nos dé un poco de luz y alegría».
Al fondo se escuchaba un orquestón y la voz de Celia que cantaba Bemba Colorá.
Raúl Rivero, El Mundo
Video: Celia Cruz durante un concierto en Connecticut, Estados Unidos, en 1999.