Desde La Habana

Me considero agnóstico

El míster de la redacción El Mundo América me la ha puesto difícil. En un e-mail en cadena le pidió a sus colaboradores en el continente que escribieran cómo se vive la Semana Santa en sus respectivos países. Joder.

Si de algo puedo alardear es de no saber nada sobre la Semana Santa. Les explico. Procedo de una familia comunista y nunca fui bautizado. Nací con la revolución de Fidel Castro, que ya se sabe, siempre vio con sospecha a los curas.

Sobre todo si no estaban de su lado. O eran guerrilleros de corta y clava, como el sacerdote colombiano Camilo Torres, o de la Teología de la Liberación, a la usanza de los brasileños Leonardo Boff y Frei Beto.

Mi ignorancia sobre el catolicismo se lo debo en lo fundamental a mi familia, que jamás de niño me llevó a una iglesia. También a la ideología anacrónica donde me formé y me hice hombre, y en la cual, creer en Dios, era perder el tiempo.

La revolución necesitaba hombres de nuevo tipo. Que odiasen las religiones y al imperialismo yanqui. Gracias a Dios, no mordí el anzuelo. La unanimidad artificial de criterios, la entente peligrosa con la antigua URSS, los focos guerrilleros por medio mundo, las  movilizaciones militares y la obediencia hacia su líder, nunca fueron de mi agrado.

Incluso a pesar de que en estos años, muchos cubanos empezaron a llenar las iglesias, especialmente a partir de la visita del Papa Juan Pablo II, en enero de 1998, en Cuba no se respira ambiente de Semana Santa como en España, México, Perú o Colombia.

Crecí admirando a los basquebolistas estadounidenses Michael Jordán y Larry Bird.  En video veía el juego fantástico de “la quinta del buitre” del Real Madrid de los 80. Y por supuesto, me gustaban los geniales chicos de Liverpool. Pero de religión siempre estuve en pañales. Es una de mis asignaturas suspensas.

La primera vez que leí la Biblia fue a los 20 años, cuando estuve enrolado en el servicio militar. Un amigo me la prestó y me dijo: “Lees mucho, pero te falta leer el libro principal de la vida”. Y fue importante para mí. Pero aún ignoraba de qué iba la Semana Santa. Pensaba que era una práctica de las naciones que profesan el Islam.

En la Cuba de verde olivo, las semanas que conocía, eran las de la defensa, o las tantas semanas de odio, que de forma cíclica genera el gobierno contra personas, presidentes o países que critiquen el estado de cosas en la isla.

Hablando francamente, ya siendo un hombre, periodista libre y crítico de la forma absurda que rigen los destinos los hermanos Castro, la Semana Santa siguió siendo un asunto de escasa importancia para mí. Recuerdo que amigos extranjeros, quienes en los meses de marzo y abril, visitaban La Habana, me contaban sobre la celebración de la Semana Santa en sus patrias. Me entraba por un oído y me salía por otro.

Creo que tal vez algo existe. Pero he crecido en un país y una familia donde la religión “era un piano lejano que toca lejos en el horizonte”, al decir del escritor cubano Eliseo Alberto.

No sólo desconozco sobre el catolicismo. También soy neófito en materia de creencias afrocubanas. No estoy contento de mi ignorancia. Hubiera querido tener fe en alguna religión. Me voy por el camino más fácil. Al menos, sé quién tienen la culpa.

Mi madre, refugiada política en Suiza, en su juventud tampoco tuvo apego a la religión. Sus padres, mis abuelos, eran ateos. En los primeros 30 años de revolución, Fidel Castro siempre hizo todo lo posible para que las personas ignoraran la fe.

Nunca es tarde. Por una tía, que era devota de San Lázaro, y antes de morir le pidió «que no abandonara al viejo Lázaro», ahora ella le enciende una vela el día en que los cubanos le veneran, los 17 de diciembre. Antes de partir de Cuba, debajo del colchón de mi cama, me dejó un resguardo y una imagen del santo de los mendigos.

Aunque me considero agnóstico, estoy educando a mi hija Melany en el respeto y conocimiento del catolicismo. Fue bautizada a los pocos meses de nacida y ahora, con 7 años, antes de dormir le leo una biblia infantil que le dieron en las clases de catecismo.

No sé orar, pero por las noches le pido al Señor que la situación de mi país cambie; los presos políticos vuelvan a sus hogares; el destino no me depare ir a la cárcel por escribir lo que pienso; ver a mi madre antes que muera en su exilio forzado, y que la democracia y el respeto a las diferencias sea posible en Cuba.

Cuando se traspasa la barrera de los 40 años es triste no tener fe. De cualquier forma, míster, no sé que voy a escribir sobre la Semana Santa.

Iván García

Foto: La Virgen del Camino está situada en un parque del mismo nombre y donde se unen dos de las más transitadas vías habaneras, la Calzada de Luyanó y la Calzada de San Miguel del Padrón, en la periferia de la capital. Obra de la escultora cubana Rita Longa (1912-2000).

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