Desde La Habana

Marx azota Lima

Ollanta Humala se valió de una fórmula marxista (tendencia Groucho) para convencer al Perú de que él estaba destinado a presidir a ese país. Hugo Chávez es mi maestro y guía, les dijo a sus compatriotas hace seis años. Y fracasó.

Pero entonces, desde la derrota, terminó la cita: si no les gusta, tengo otro, Lula da Silva. Con el brasileño, y los asesores que lo aconsejaban en perfecto portuñol por delante, se va a encaramar al Sillón de Pizarro el mes que viene.

El militar peruano tenía necesidad de alguien que lo remolcara hasta la presidencia. El hombre de Venezuela se brindó, pero su estela totalitaria y populista rebaja el fulgor de los petrodólares.

Entonces, su rendido admirador tuvo que cambiarse de ropa, esconder las fotos y acallar las consignas y pedirle ayuda al veterano líder sindicalista que hizo una buena gestión en Brasil y, al lado de Chávez, aparece como un angelón chévere y moderado. Sólo al lado de Chávez.

El caso es que Humala ha realizado su sueño de poder gracias a sus dos virtudes más prominentes: la paciencia y el travestismo político. Y a sus dos mentores, uno en la sombra y otro bajo los reflectores.

Ahora comienza el proceso de convertir el Palacio de Gobierno en un enorme camerino. Allí se trabajará para atenuar el maquillaje, para que se vea reaparecer en una jornada lenta pero firme, la cara del guerrero que estaba en la retaguardia de un comando fiel a sus superiores y enemigo mortal de sus enemigos.

Quienes han seguido los procesos en los que se tratar de instalar a la fuerza el llamado socialismo del siglo XXI (y de salvar de la ruina, en Cuba el del siglo XX) saben que Humala tiene que coger ese trillo.

No lo hará por presiones, ni por compromisos, ni porque los jefes del Estado Mayor le pasen la cuenta. Lo va a hacer porque es la esencia de su filosofía. Y porque todos los rodeos que ha dado en su vida política estaban destinados a ponerle un bozal y unas bridas a su país para integrarlo a esa finca desastrosa y excluyente que Chávez sueña en Caracas.

Son aire y espuma las palabras concertación, progreso y esperanza que Humala pone como condimento en sus discursos todavía conciliadores. Anunció hace unos días que va directo a las vísceras. Quiere modificaciones en la Constitución, como han querido sus compañeros de aventuras una vez que ganaron las primeras elecciones.

El presidente electo sigue fiel al marxismo de Groucho. Tiene unas ideas y se presenta ante el Perú con otras.

Raúl Rivero, El Mundo

Salir de la versión móvil