Desde La Habana

Los nietos del Che

Olvídense del hombre nuevo que un día soñó el Che Guevara. Hace rato dijo adiós aquel tipo vestido de miliciano doce horas al día y los fines de semana prefería leer obras del realismo ruso como La carretera de Volokolansk y Así se forjó el acero, antes que tomarse una cerveza o escuchar a los genios de Liverpool. Ese ser nunca echó raíces firmes en Cuba.

Ese hombre incorruptible que odiara sin límite al enemigo imperialista y no le gustara estar en una playa tomando ron con agua de coco y una puta al lado, no se pudo clonar en la isla de las cañas.

Guevara debe estar revolviéndose en el panteón de mármol y granito donde descansan sus restos en las afueras de Santa Clara, a unos 300 kilómetros al este de La Habana. En este 2010, los adolescentes y jóvenes cubanos ven al Che como un fetiche de mercadotecnia: las prendas y objetos con su imagen abarrotan las tiendas por divisas.

Yesenia, 19 años, amante del rock, detesta al gobierno de los Castro, pero lleva una camiseta de Dior con el rostro del santo guerrillero. “He leído que en vida, el Che era rígido, autoritario y violento, pero el argentino tiene gancho, porque quiso ser diferente a los demás”, señala la chica, sentada junto a un grupo que escucha música en sus Mp3.

Los hijos de quienes guerrearon en tierras africanas  y que en vez de la biblia leían Pasaje de la guerra revolucionaria, se parecen más a su tiempo que a sus padres. Son alérgicos a las consignas y las marchas revolucionarias. Nadie puede inculcarles la idea de trabajar de forma voluntaria desbrozando marabú sin cobrar un centavo.

Estos nietos del Che piensan en visas con destino a Estados Unidos o España. Ir a buenas discotecas. Tomar Coca Cola y beber whisky de calidad. Vestir a la moda. Bailar el waka-waka de Shakira, y si tienen moneda dura, darse un pase corto de cocaína.

Los más inconformes en la Cuba de hoy son precisamente los jóvenes. Son los que desean vivir en democracia. Para ellos, Ernesto Guevara es un mito. Y una leyenda que se puede llevar en un reloj o tatuarse en un brazo, al estilo Maradona.

La actual generación de cubanos ahora prefiere sentarse en un parque o en el malecón con su Iphone o BlackBerry, a compartir música sicodélica y hablar tonterías. No odia a los gringos. Todo lo contrario. Se desvive por los productos Made in USA.

Cuarenta y tres años después de su muerte en Bolivia, el hombre nuevo soñado por el  Che se convirtió en un boomerang. Al menos en Cuba.

Iván García

Foto: volkerfoto, Flickr

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