Héctor y su familia aprovechan la cita del libro que anualmente tiene lugar en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, al otro lado de la bahía habanera, para comprar revistas de modas, cocina o deportes y luego sentarse en un bar improvisado bajo un toldo de colores brillantes a beber cerveza hasta que caiga la noche.
Este año, la Feria se celebrará del 9 al 19 de febrero. Héctor ya compró entradas para él, su mujer y sus dos hijos. “Pensamos ir dos o tres veces. La variedad gastronómica es buena, pero lo mejor, compadre, es que se puede comprar cerveza a un caña. En La Habana es más fácil encontrar un marciano que cerveza de producción nacional a un peso convertible. Por suerte, en la Feria siempre venden más barata la cerveza”.
Los hijos, que ya están grandes, “aprovechan y compran revistas de fútbol y camisetas piratas de Cristiano Ronaldo, Messi o Luis Suárez, además de tomar helados y comer chucherías”, dice Héctor.
Bajo un sol tibio, una brisa agradable y una vista única de la ciudad, miles de habaneros han descubierto en la Feria Internacional del Libro una manera de relajarse del ajetreo diario de conseguir comida a precios de infarto y vivir sin cuenta en el banco, cada día contando los pesos y centavos. En Cuba se vive en presente.
El pasado es borrón y cuenta y nueva y el futuro, una mala palabra. La gente ve al gobierno como una tiñosa carroñera, buscando aumentar los impuestos a emprendedores privados, manteniendo precios extravagantes en las tiendas por moneda dura e imponiendo aranceles draconianos a los paquetes que envían emigrantes cubanos y que supuestamente contribuyen a sostener programas públicos en horas bajas y a una colosal y parásita burocracia.
No le pregunte a Daniela, 21 años, sobre la historia sangrienta de La Cabaña, sede anual de la Feria del Libro. Ella desconoce que allí murieron cientos de esclavos en su construcción y luego, en la etapa de violencia revolucionaria de Fidel Castro, el argentino Ernesto Guevara firmó medio millar de penas de muertes contra militares del ejército de Batista y opositores, que cuando sonaba el cañonazo de las nueve de la noche, eran fusilados en juicios sumarísimos.
Daniela tampoco sabe que en los stands donde piensa rastrear libros sobre celebridades o algún horóscopo de Walter Mercado, existieron siniestras galeras, húmedas y superpobladas, donde Castro encarceló a miles de presos comunes y políticos. “La verdad que eso a mí no me interesa. Lo mío es venir a la Feria, coger un aire, desestresarme tomando cerveza y ver si cazo algún yuma con dinero para que me saque del país”, subraya Daniela, que espera visitar el recinto ferial al menos cuatro o cinco veces con un grupo de amigas en plan de prostitución camuflada.
“Sí, se liga bastante. Viene un montón de extranjeros que están en lo mismo. Me encasqueto un short ceñido, una blusa bien escotada y unas gafas Ray Ban que me regaló un novio extranjero. Si eres joven y tienes buena pinta, te aseguro que no te vas en blanco”, confiesa.
La Feria del Libro de La Habana da para todo. Desde luego, también es sitio de aficionados a la lectura, intelectuales de calibre, seudo intelectuales, farsantes, jineteras y gente que va a comprar grandes cantidades de alimentos para luego revender en sus barrios.
Y aquellos que gustan empinar el codo, están de fiesta. En la Feria hay decenas de sitios para beber mojitos o cerveza clara a tiro de piedra las azules aguas del Océano Atlántico.
En la edición de 2017, el difunto Fidel Castro será protagonista, junto a Armando Hart, de 86 años, uno de los históricos de la revolución. El país invitado es Canadá. Según la prensa nacional, se venderán mamotretos sobre el pensamiento militar del viejo guerrillero de la Sierra Maestra y una edición revisada de La historia me absolverá.
Aunque los antiguos calabozos y el Foso de los Laureles, donde antaño fusilaban a opositores anticastristas, se desbordan de visitantes, los elevados precios de los libros de editoras extranjeras son un freno poderoso y como muchos no pueden de comprarlos, algunos intentan robárselos.
“Tienes que estar atento y con vista de águila, pues los cubanos son diestros a la hora de robar libros. Al menor descuido, cargan con varios libros y revistas”, dice un librero mexicano, sentado en un café de la Habana Vieja. Aclara que suele llegar con suficiente tiempo a Cuba para organizar lo mejor posibe su stand en la Feria.
Zaida, ama de casa, opina que “son vergonzosos los precios que tienen los libros de editoriales foráneas. El año pasado, en cuatro libros para mi nieto y un diccionario Larousse, gasté 55 chavitos. Es un atraco”.
Precisamente los altos precios es una de las causas para que la venta de libros haya descendido a niveles nunca vistos en Cuba. En las librerías, ejemplares en moneda nacional, suelen costar entre 15 y 30 pesos, dos días de salario mínimo.
El diario oficialista Juventud Rebelde, en su edición del 4 de febrero, un reportaje de lo titulaba: Trágico anuncio: ¿muere la poesía? Apuntalaba su predicción tras una encuesta realizada a 1,423 jóvenes que cursan estudios superiores: un 42,45 por ciento manifestaron sentir poco interés por la lectura, mientras a un 4,57 por ciento no le atraía en absoluto.
Con la perpetua crisis económica, bajos salarios y nuevas tecnologías, para numerosos jóvenes la lectura es algo anacrónico o cosa de coleccionistas. Y para buena parte de la juventud, internet se resume en Facebook, IMO (aplicación que permite hablar con parientes y amigos en el exterior) y lectura de frivolidades y chismes de los famosos.
La Feria Internacional del Libro de La Habana se ha ido convirtiendo en un punto encuentro de jineteras, bisneros y gente que bebe cerveza a granel durante horas. Los libros han ido pasando a un segundo plano.
Iván García
Foto: Muchas familias aprovechan los días de la Feria, para llevar a los niños a pasear y si, pueden, le compran algún libro infantil en pesos cubanos convertibles. Foto de Elio Delgado tomada de Cubanet.