Los habaneros lo pedían a gritos. Después de 9 meses de una sequía feroz -donde las nubes cargadas de agua pasaban de largo por la ciudad y sus presas y reservorios tenían prendido el farolillo rojo-, aparecieron las lluvias.
Cuando ya el mes de mayo se nos iba, hicieron acto de presencia los ansiados chaparrones de primavera. Niños y adolescentes en short, descalzos y sin camisa, disfrutaron del primer aguacero serio de la temporada.
Algunos adultos también se sumaron a la fiesta. Ya preocupaba. Las reservas de agua en La Habana sólo alcanzan un 18%. Y a ello se añade que más del 60% se pierde cada noche, por los salideros en toda la capital. La alarmante escasez provocó que las autoridades hidrológicas dieran una nueva vuelta de tuerca en la distribución del preciado líquido en la capital.
En la mayoría de los barrios habaneros, en días alternos, por lo general después de las 8 de la noche, se distribuye el agua potable a la población. En la parte antigua de la ciudad existen lugares a donde nunca ha llegado agua corriente al grifo.
Son casas con las cañerías tupidas de magnesio y desperdicios. Nemesio, vecino de la calle Laguna, en el suburbio marginal y mayoritariamente negro de San Leopoldo, ya olvidó la última vez que se bañó bajo una ducha.
En estos sitios, cuna de jineteras y timadores, los ‘piperos’ -así llaman a quienes manejan ‘pipas’ o carros cisternas- suelen hacer mucho dinero. Una familia en una cuartería de tres pisos, con cierto parecido a una prisión estadounidense de mediados del siglo XX, paga hasta 20 dólares para que el ‘pipero’ le llene sus depósitos de agua.
Por estos lares, el agua tiene su precio. Tipos venidos del oriente del país que viven clandestinos en La Habana, cobran 4 dólares por llenar hasta el tope un tanque de 55 galones. Y créanme, les sobra trabajo. Con las primeras lluvias de mayo la gente respiró aliviada.
“Ahora hace falta que llueva a diario durante dos meses, para que se lleve lo malo”, dice una santera. Como ella, abundan las personas temerosas de los vaivenes del tiempo. Las noticias que llegan del norte y del sur asustan. Tornados asesinos en Estados Unidos y aguaceros infinitos en Sudamérica. Como para demostrar que el mundo está patas arriba.
En Arroyo Arenas, municipio de La Lisa, al oeste de la capital, hubo una tormenta local intensa y cayeron granizos del tamaño de un limón. Las aguas de mayo trajeron también estruendosas descargas eléctricas y, por deficiencias en desagües y alcantarillados, las calles enseguida se inundaron.
Pero eso es lo de menos. Los habaneros clamaban por la lluvia, y porque las presas y el manto freático se desborden. A ver si los aguaceros alivian estos calores africanos.
Los chubascos de mayo han devuelto la sonrisa a pobladores y autoridades. Que las aguas no paren. Que La Habana, se nos convierta en Macondo.
Iván García
Foto: Josh Michtom, Flickr