Mientras el grupo de jóvenes de un preuniversitario en La Víbora, al sur de La Habana, realizaban la clase de educación física en una pista de tierra contigua a la escuela, Andrés, 40 años, con una caja de cartón encima de sus piernas se masturbaba frenéticamente sentado en el piso de cemento de la cancha de baloncesto.
Sus allegados lo llaman ‘Andriaco la manta’. Suele masturbarse en los cines y campos deportivos, utilizando un envase de cartón grande a la que le abre una abertura en la parte frontal para introducir su mano y no llamar la atención.
Andrés no es un demente ni retrasado mental. Tampoco un exhibicionista como Manuel, un mulato que roza los dos metros y le gusta masturbarse temprano en la mañana o cuando cae la noche, en plena vía pública, siempre mostrando el miembro. Una tarde de noviembre, Manuel contó a Martí Noticias su modo de operar.
“Tengo sitios fijos, como la escuela de medicina en el Cerro, al fondo de la Covadonga, pues las estudiantes no dan bateo (crean problema). Y algunos lugares por donde pasan jevas que son ‘asimiladoras’ ”. En el argot de los masturbadores, tiradores, pajusos o disparadores, ‘asimiladoras’ o ‘comelonas’ son aquellas mujeres que los miran mientras se masturban y no gritan ni los ofenden.
Manuel tiene esposa y es padre de dos hijos. “A cada rato me entra una picazón interior. Entonces me sacó el tolete y le tiro a cualquier jevita. Si me ofenden, me excito más todavía. En toda la isla existe un ejército de disparadores. Si la policía te coge, te pone una multa de 60 pesos. Si eres reincidente o le ‘disparas’ a menores de edad, te sancionan con un año de prisión en una granja. Pero nunca he ido preso por masturbarme en la calle”.
Sheila, sicóloga, considera que las leyes en Cuba son bastante permisivas con los masturbadores públicos y los jamoneros o exhibicionistas. “También con el acoso sexual y el maltrato físico y verbal a las mujeres. Es una sociedad tremendamente machista. La mayoría de los masturbadores callejeros no tienen ningún desorden mental. Necesitarían tratamiento médico, pero su coeficiente de inteligencia suele estar por encima de la media”.
La sicóloga habanera opina que la masturbación pública y el acoso sexual son delitos, porque invaden la privacidad de una mujer sin su consentimiento. «Y por supuesto el maltrato. En Cuba las sanciones por agresiones físicas a las mujeres son muy blandas. Las leyes condenan con veinte años a un opositor o al que mata una vaca, sin embargo un hombre golpea a su esposa o novia, a veces con lesiones, y si lo sancionan, cumplen solo un año de cárcel. Incluso algunos policías no lo ven como un delito, sino un asunto entre marido y mujer. Las cubanas debiéramos iniciar una campaña de concientización ciudadana para denunciar el acoso sexual y la violencia de género, entre otros fenómenos que nos afectan”.
Recientemente, en Estados Unidos se inició una cruzada contra el acoso sexual. El Movimiento #Me Too instaura un nuevo umbral frente al abuso de poder masculino. Más de treinta altos directivos y famosos han caído en los dos últimos meses, desde artistas como Kevin Spacey al médico del equipo olímpico de gimnasia femenina.
Pero en Cuba, la masturbación en la vía pública, que es una forma de asedio sexual, y golpear a esposas e hijos no es un tema que los medios oficiales aborden con regularidad y propicien su debate entre la población.
Adriana, ex jugadora de baloncesto, narra experiencias personales. “Ya en la edad juvenil era común que a la muchachita que el entrenador le echaba el ojo, se acostaba con ella a cambio de seleccionarla para un equipo provincial o nacional. Tocarte las nalgas, los senos, desnudarte con la vista o masturbarse delante de ti, era tan habitual que llegué a pensar que era algo normal. En las escuelas deportivas y en otras con alumnas becadas, el acoso sexual pasa por manosearte en contra de tu voluntad. Que yo sepa, esos comportamientos no se denuncian y las afectadas temen denuciarlo”.
Leyanis, 24 años, recién graduada de ingeniería en telecomunicaciones, señala que “las cosas que sufrimos las mujeres en Cuba se han vuelto cotidianas. Tenemos que armarnos con una coraza si queremos salir adelante. Estamos desamparadas legalmente. Desde que me levanto tengo que soportar la invasión de personas ajenas”, y detalla:
“A las cinco de la mañana, cuando estoy planchando el uniforme de trabajo en la sala de mi casa, un tipo se para en la ventana y empieza a masturbarse. Camino al trabajo, igual, otra tanda de pajusos. Y allí, desde tu jefe hasta tus colegas, te hacen insinuaciones groseras o te tocan, aparentando que fue sin querer. Y cuando montas en una guagua ni se diga: te pegan todo el paquete descaradamente. Es una epidemia intolerable, denigrante”.
Nidia, arquitecta, considera, “que el acoso en Cuba es tan normal que en un video que vi, donde aparecen varios generales, uno de ellos le da una nalgada a una muchacha uniformada que pasa por su lado. Si eso lo hacen quienes gobiernan el país, qué se puede esperar de resto de los cubanos. La impunidad es casi absoluta”.
«Si hay tocamientos y acosos en la vida militar, la situación es insoportable en sectores más liberales, como el artístico, que desde siempre ha tenido mala fama. O en centros laborales que tienen habitaciones y camas, como hospitales y hoteles donde se trabaja las 24 horas», señala una empleada gastronómica ya jubilada que tuvo que soportar toda clase de presiones por parte de sus superiores para mantener relaciones sexuales en horario laboral.
Silvia, farmacéutica, piensa que “las autoridades deberían hacer algo, porque en cualquier momento sales a la calle y un hombre te da con un garrote y te lleva para su casa, como en la edad de piedra. Cuando estoy de guardia por la madrugada en la farmacia, me acosan por teléfono diciéndome cochinadas o se paran en la puerta rallándose una paja. He llamado a la policía y jamás vienen, dicen que están ocupados en cuestiones más importantes”.
Aunque la prensa estatal más o menos ha abordado el asunto de la masturbación callejera y el maltrato a las mujeres, el tema del acoso sigue siendo tabú. “Hay que organizarse y crear un movimiento como en Estados Unidos y denunciar públicamente todo eso que estamos sufriendo”, opina Adriana, la ex baloncestista acosada en su juventud.
Pero ocurre que en Cuba, las denuncias colectivas, por muy espontáneas y apolíticas que sean, siempre resultan sospechosas para un Estado que fiscaliza y controla la sociedad con puño de hierro. Crear un movimiento contra el acoso sexual, aprobar leyes más severas que pongan freno a la violencia física y psíquica contra féminas de cualquier edad e intentar eliminar o disminuir la masturbación pública, no figura entre las prioridades de la autocracia verde olivo.
En una sociedad machista y predominantemente masculina, donde sus líderes ven el acoso sexual como una diversión, tener amantes o queridas es una tradición, darle un bofetón a tu pareja y la difusión de canciones con textos vulgares y ofensivos hacia la mujer es algo normal, deja a las cubanas en una posición de absoluta indefensión.
Por si no bastara con tener a diario que soportar groserías, discriminación y violencia, la mayoría de las mujeres en la Isla llegan del trabajo a cocinar, limpiar, lavar, planchar y atender a sus hijos, mientras el marido ve televisión.
Es uno de los ‘logros’ que ha dejado la revolución.
Iván García
Foto: Tomada del reportaje Las inequidades y pobreza femenina en Cuba, publicado en IPS el 16 de diciembre de 2016.