El poeta que es el cubano Eliseo Alberto de Diego (Arroyo Naranjo, 1951-Ciudad de México, 2011) está casi en el olvido porque sus novelas y sus libros de testimonio -y otros asuntos que tienen que ver con el amor- dejaron sus versos como un pecadillo de adolescente que entendió que el poder de su talento era una materia exclusiva de la prosa.
En el volátil universo literario se le recuerda mucho y se le recuerda siempre, tal y como él anunciara una vez, por las páginas estremecedoras de su libro Informe contra mí mismo y, desde luego, por Caracol Beach, que ganó, en 1998, el Premio Internacional Alfaguara de Novela.
Se pasa de refilón sobre esos títulos, se queda bien con su memoria y con la literatura cubana y el origen de todo, sus tres libros de poemas que garabateó enamorado y lleno de asombro, no aparecen en escena porque son piezas viejas, del siglo pasado, que no se han reeditado porque en México no se publicaron nunca y porque en Cuba a Eliseo Alberto lo borraron de los archivos oficiales de la cultura.
Ahí están de todas formas Importará el trueno, Las cosas que yo amo y Un instante en cada cosa, presos en aquella década de los años setenta en la que el escritor descubrió la música, la hondura de las palabras y el rumor de la poesía que fueron como dos timbres mágicos para todo lo que escribió en su vida, desde su narrativa hasta las cartas de amor y los mensajes urgentes a los amigos.
A mí me gusta recordarlo cómo era en esa época, porque todavía podía tocar la felicidad en el patio de su casa, en ciertas esquinas de La Habana y no había sufrido nada de lo que tendría que sufrir para escribir sus testimonios y las historias de sus novelas.
Raúl Rivero
El Mundo, 25 de julio de 2017.