La calculada estrategia tiene su lógica. Tenía que buscar una solución a los 21 años de letal crisis económica y una salida digna a la difícil coyuntura política interna, con repercusión mundial, iniciada con la muerte del opositor pacífico Orlando Zapata Tamayo, las marchas de las Damas de Blanco y la huelga de hambre del periodista y psicólogo Guillermo Fariñas.
Los Castro se han percatado que no se puede estar en estado de guerra permanente en varios frentes a la vez. Sobre todo cuando el país está urgido de créditos e inversiones para arrancar el motor de la productividad económica. Los hermanos no son bobos. Si continuaban ganando tiempo con discursos patrioteros, el techo se les iba a venir abajo.
La economía no entiende de ideología. Es una ciencia. Y a gritos pide reformas. Que pueden servirles para apuntarlos en el poder, a ellos y los futuros aspirantes. Y apostaron por la iglesia católica, más que nunca necesitada de credibilidad.
Y el cardenal Jaime Ortega aceptó con gusto su papel de mediador entre las Damas de Blanco y el gobierno. Según se ha especula, no fue una idea que nació de Ortega. Fueron los Castro los arquitectos de llegar a un acuerdo con «esas señoras incómodas» que cuando les venía en ganas, gladiolos en mano y al grito de libertad, le ponían calientes las calles de La Habana.
La negociación pudiera ser un balón de ensayo de cara a un futuro próximo. Es probable que cuando el presidente Raúl se mire al espejo, en él vea la figura de Jaruzelski. Y tal vez al cardenal Ortega su papel le recuerde al Wojtyla de Cracovia.
Ambos quieren hacer historia. No desean que se les recuerde como unos tipos indolentes y flojos, que poco hicieron por salvar la nación. Gobierno e iglesia están en su salsa. En papeles que les gusta. Protagonistas importantes dentro de una sociedad en crisis.
Ello no impide que los gobernantes tengan temores. Saben que en ese futuro que se nos viene encima, habrá que dialogar con la disidencia interna y también con el exilio. El régimen no ha preparado a sus medios para esa opción. Y más tarde o más temprano va acontecer.
El primer paso es apagar la escalada de violencia verbal contra quienes disienten. Luego, darle un poco de diversión a la gente. Fútbol en junio, y playa durante las vacaciones de julio y agosto.
La tarea que tiene por delante el General es de titanes. Remodelar la economía aplicando medidas antipopulares de choque. Abastecer los mercados y mejorar la deplorable calidad de vida de la inmensa mayoría de la población.
Y, sobre todo, diseñar un futuro viable. No es poca cosa. Para todo ello es neceario hacer pactos políticos, con paz y concordia. A los hermanos Castro no les queda otra. El papel mediador de la iglesia es una estrategia inicial.
Cierto que ningunean a la disidencia. Pero a la larga tendrán que sentarse en la misma mesa. El inicio del diálogo entre el gobierno y la iglesia puede ser el principio del fin de un sistema cerrado.
Al abrir un espacio en la sociedad que les permita mantenerse gobernando, los Castro están sacrificando una cuota de poder. Y por eso se llega a este matrimonio de conveniencia.
A fin de cuentas, ni una ni otro tienen muchas opciones. La iglesia, porque en 50 años era más enemiga que amiga del poder, y sus escasas expectativas se han limitado a predicar en los templos. Y el gobierno, porque desea seguir administrando el país, más al estilo de China o Vietnam que al de Caracas.
Cada cual saca sus cuentas y sus porcentajes de beneficios y daños. Muchos piensan que el gobierno está cavando su tumba al iniciar una transición.
No lo creo. Tal vez Castro II salga más fortalecido si triunfa en su papel de «salvador de la patria».
Iván García