Cada revuelta, motín o levantamiento en países con gobernantes despóticos que veneran las mieles del poder, como sucedió en Irán en el 2009 o ahora mismo en Túnez y Egipto, en muchos cubanos de dentro y fuera de la isla, despierta el deseo de que la crispación social y la precaria economía del verde caimán empuje a la gente a tirarse a las calles para intentar revertir el orden de cosas.
No es tan fácil. Genéticamente los cubanos no difieren de otras razas o pueblos. En lo más hondo, también desean vivir en sociedades con reglas democráticas y tripartición de poderes.
Si usted le pregunta a un ciudadano de la Cuba profunda, le dirá que le gustaría elegir un presidente cada 5 años y también, poder criticar a sus líderes sin ser amenazado de ir a la cárcel. Si se pone, en una balanza, son mayoría los cubanos que desean cambios y un futuro distinto. Ellos quieren que internet deje de ser una ciencia ficción, leer los periódicos y libros de su preferencia y cuál tendencia política o religión seguir. O no seguir ninguna.
Pero la gente en Cuba no tiene vocación suicida, ni madera de mártir. Hasta la fecha, la desesperación, la perenne crisis económica y de valores no los ha empujado a una rebelión callejera.
«Los deseos no hacen hijos», dice un refrán. Las cosas suceden cuando tengan que suceder. Es entendible que cubanos comprometidos con el futuro de su país anhelen dar un empujón para acelerar ciertas reformas democráticas.
Los entiendo. Tengo familia viviendo en el exilio. Y en la diáspora, muchos desean algún día poder regresar a su patria. 52 años de gobierno personal y autoritario de los Castro y las hojas del almanaque que irremediablemente caen, les hace creer que sus huesos quedarán en tierras lejanas.
Sucesos y manifestaciones populares en países de gobiernos añejos y totalitarios (como el de Cuba), despierta en los exiliados la esperanza de que la chispa sediciosa se extienda a la isla.
La vida ha demostrado que es imposible diseñar y dictar desde el exterior o por grupos disidentes locales, una convocatoria a la sublevación pacífica a personas que no tienen una profunda conciencia política, y cuya vida se desarrolla entre el contínuo temor y un objetivo simple y humano: llevar cada día dos platos de comida caliente a la mesa.
En Cuba no ha tenido repercusión el llamado hecho por blogueros residentes en el exterior, convocando a sus compatriotas a realizar protestas callejeras. Una de las razones es sencilla: en la isla menos del 5% de la población está conectada a internet.
Grupos opositores -dentro y fuera de la isla- consideran provechoso utilizar cualquier medio pacífico para revertir el statu quo, conocedores de que ha ido en aumento el malestar y se desean transformaciones profundas en un sistema socialista, cerrado y unipartidista.
Pero de lo que se trata no es de la coincidencia de criterios, de que la situación en Cuba debería cambiar. Las divergencias son por los métodos a utilizar. Y por otros factores. Que van desde el miedo a la indiferencia. Hasta la falta de cojones.
Iván García