En junio de 1979 estuve tres semanas en la ex República Democrática Alemana (RDA). Viajé como enviada especial de la revista Bohemia. Recorrí Berlín, Dresden, Leipzig, Erfurt, Potsdam y Cottbus.
Debía estar en el aeropuerto de Rancho Boyeros, en las afueras de La Habana, a las 12 del día del sábado 10 de junio. El IL-62 de Interflug salía a la una de la tarde. Entonces no hacía falta estar con tanta anticipación para chequear un vuelo, no habían scanners ni tantas medidas de seguridad como hay hoy, por la amenaza global y real del terrorismo.
Ese mismo día tenía que ir al Banco Nacional de Cuba (en 1979 todavía se laboraba los sábados), a buscar el dinero de bolsillo. A las 9 de la mañana, en mi casa de La Víbora me recogió un chofer de Bohemia, en uno de los Ladas que tenía la revista para que periodistas, colaboradores y fotógrafos realizaran su trabajo por toda la isla.
Fundado en 1948, el Banco Nacional de Cuba fue transformado en Banco Central de Cuba en 1997. Creo que sigue radicando en la misma dirección, en la calle Aguiar entre Amargura y Lamparilla, Habana Vieja, en una de esas impresionantes mansiones edificadas por los españoles en los siglos 18 y 19, no muy lejos del puerto y la lonja de comercio, centro del desarrollo mercantil y económico de la Isla.
Previendo demoras en el Banco, dejé la maleta lista -verde, de piel, de la marca cubana Thaba- y me vestí con la ropa de viaje: un pantalón carmelita oscuro y una camisa estampada de mangas largas, las dos piezas eran de poliéster, el tejido de moda en la Cuba de los 70. El poliéster era muy caluroso, pero como no se estrujaba, no había que plancharlo.
Pasadas las 11 de la mañana regresamos a la Víbora. Mi madre coló café (al estilo campesino, en un jarro y con un colador de tela, a ella nunca le gustaron las cafeteras ni las ollas de presión). El chofer me bajó la maleta (si ya existían con rueditas, a Cuba no habían llegado) y salimos rumbo a la veintiúnica terminal aérea que entonces había en La Habana.
Ya dentro del IL-62, descubrí que casi todos los pasajeros eran jóvenes procedentes de provincias orientales, que iban a la RDA a trabajar y estudiar. Ellos, como yo, por primera vez salíamos del país. Lo peor para mí fue el calor que pasé -y con esa ropa de poliéster- hasta que el avión despegó.
Puede que esos minutos tan calurosos, por falta de climatización, ocurrieran solamente en los aviones soviéticos, porque cuando el 25 de noviembre de 2003 mi hija, mi nieta y yo viajamos a Suiza en un Boeing de Air France, no sudé ni sentí calor.
Volviendo a 1979. En Berlín, en el aeropuerto de Schönefeld, me estaba esperando la periodista Cathèrine Gittis. En su Trabant gris claro me llevó a su apartamento, en las afueras de la ciudad, donde permanecí la primera semana. Lo primero que Cathèrine me aconsejó fue cuidar bien el dinero y me sugirió guardarlo en la cajita fuerte que los alemanes, fueran de la RDA o la RFA, solían tener en sus casas.
Fue en ese momento cuando descubrí que en el Banco Nacional, en vez de 70 marcos de la RDA (al haber dos Alemania, había dos monedas, los marcos de la RFA valían más que los de la RDA), me habían dado 700. Como tenía que devolver 630 cuando regresara, Cathèrine me dio los 70 que me correspondían y guardó el resto en su cajita fuerte.
Una semana después me instalé en el hotel Unter der Linden, situado en la famosa avenida bajo los tilos. A mi disposición tenía una intérprete, un chofer y un Lada verde, forrado con una piel artificial, apropiada para el invierno, pero no para el mes de junio. En aquel viaje, no podía imaginar que diez años después, en 1989, el Muro de Berlín se cairía y que el 3 de octubre de 1990 Alemania se reunificaría.
El programa periodístico que había preparado el departamento de prensa del Ministerio de exteriores de la RDA, era muy intenso, con muchas entrevistas. Los ratos de ocio y cultura se limitaron a las visitas a las casas-museos de Schiller y Goethe, en Weimar; la residencia de verano que Einstein tenía en Potsdam y al Palacio Cecilienhof, también en Potsdam, famoso por haber sido sede de la histórica conferencia que en sus jardines celebraron Churchill, Truman y Stalin, el 22 de julio de 1945, dos meses y medio después de terminada la Segunda Guerra Mundial.
A mis hijos, entonces con 14 y 15 años, les pude comprar una muda de ropa y un par de zapatos a cada uno, gracias a los 300 marcos que me regaló el pintor Gert Caden, de 80 años, cuando lo visité en su estudio de Dresden. En los años 40, Caden había fundado en La Habana un comité de antifascistas alemanes y que había sido el centro de una investigación publicada en 1977 en Bohemia.
La única mañana que tuve libre en tres semanas, fui a una gran tienda de ropa para niños y jóvenes. Quedaba a unas diez cuadras del hotel y por la avenida Unter den Linden fui y regresé a pie. Allí aproveché y compré un maletín rojo de vynil, donde puse la ropa y los zapatos para mis dos hijos.
Con lo que me quedó, más los 70 marcos que había mantenido intactos en mi cartera, la tarde antes de volver a Cuba, cuando pasé a recoger los 630 marcos que Cathérine me tenía guardados, en una tiendecita cercana a su edificio, compré un suéter, cuatro blumers y tres pañuelos de mano para mi madre y un vestido de algodón y un champú para mí.
Como viajera primeriza, pagué la novatada. Tanto en la maleta como en el maletín, junto con la ropa y calzado, coloqué discos y afiches obsequiados por los integrantes de Karat y Kreis, grupos de rock y música pop famosos en RDA y a quienes había divulgado en Cuba. También puse una talla de madera que alguien me dio así como folletos, postales y souvenirs de los lugares visitados, algunos bastante pesados.
El día de mi partida, Cathérine y yo llegamos con el tiempo justo al aeropuerto de Schönefeld. Cuando el aduanero-policía alemán pesó mi equipaje, dijo que o sacaba ahí mismo cosas, o pagaba el exceso de peso. Estaba contrarreloj, ya estaban llamando para el vuelo y decidí pagar, creyendo que serían 100 o 200 marcos. Pero no: eran más de 700 marcos.
Cathérine discutió con él y argumentó que ella y yo éramos periodistas -como si en la RDA eso significara algo- y que todo mi dinero eran 630 marcos (más 10 pesos para coger un taxi en La Habana). El aduanero-policía consultó con un jefe y de mala gana, por esa cantidad, después de darme un comprobante, aceptaron despachar mi equipaje al IL-62.
En el aeropuerto habanero fue otra la historia: me preguntaron qué llevaba en la maleta y el maletín y respondí: «Regalos para mi familia». El aduanero-policía cubano quiso saber su valor aproximado. «200 pesos», contesté. Y me dijo: «Ésa es la cantidad que tiene que pagar para poder sacar el equipaje». Le aclaré que solo tenía 10 pesos para un taxi. «Ok, guardamos su equipaje y mañana lo pasa a recoger con este papel y 200 pesos», me dijo.
En Bohemia expliqué lo ocurrido y entregué el comprobante de la aduana alemana, donde quedaba justificado que el dinero que debía devolver al Banco lo emplée en pagar el exceso de equipaje en Berlín.
De ese viaje de tres semanas, entre julio y diciembre de 1979, publiqué 50 páginas en Bohemia. Un mes después, en la embajada de la RDA me comunicaron que el Ministerio de exteriores decía que yo había sido la periodista ‘occidental’ más productiva que había visitado su país. A pesar que en1961, Fidel Castro declaró el socialismo y Cuba pertenecía al CAME (siglas del Consejo de Ayuda Mutua Económica, al cual pertenecían las naciones socialistas), por el hecho de la isla estar situada en el continente americano, a los cubanos nos consideraban ‘occidentales’. Increíble, pero cierto.
Una noche de 1980, en la residencia del embajador de la RDA en La Habana, recibí la Medalla de Plata de la Liga de Amistad con los Pueblos. Esa medalla, junto con la que en 1986 el Ministerio de Educación de Cuba entregara por los 25 años de la Campaña de Alfabetización (en 1961 alfabeticé a una campesina en Minas del Frío, Sierra Maestra), son las dos únicas condecoraciones que he recibido en mi vida. Más que suficientes. Al menos para mí.
Tania Quintero
Foto: IL-62 en el aeropuerto de Fiumicino, Roma. Tomada de Wikipedia. Interflug, la línea aérea de la RDA, existió durante 28 años, de 1963 a 1991.
Vaya aventura! Se ve que la recuerdas con cariño.
Felicidades por el artículo!