Oscar Elías Biscet es un mulato de piel clara, esbelto y bien parecido. Es médico, especialista en ginecología. Suficiente para conquistar a cualquier cubana, española, canadiense o danesa.
No abundan en Cuba los dirigentes con ese biotipo. Ni con ese carácter. De hablar suave, siempre tiene una sonrisa a flor de labios. Las provocaciones no lo inmutan y a los insultos responde con argumentos.
Biscet pudo hacer lo que hoy hacen algunos profesionales cubanos: tienen un matrimonio “normal” con una compatriota y, “por fuera”, relaciones sexuales con extranjeras. Además de dólares y cierta “buena vida”, pueden “pescar” a alguna “yuma” (turista), casarse y salir legalmente del país. Y regresar cuando quieran, cargados de regalos para la esposa e hijos que en isla dejaron.
También pudo simular -como hacen muchos- y mantener la oratoria revolucionaria. Hacerse de un carné del partido e integrar brigadas de médicos internacionalistas. Aún es joven (nació en La Habana el 20 de julio de 1961) y tiempo de sobra hubiera tenido, si así se lo hubiera propuesto, para aspirar a un cargo de dirección dentro del Ministerio de Salud Pública.
Pero Oscar Elías Biscet se decidió por el camino de la disidencia. No por el labrado décadas atrás por otros, sino por uno nuevo, distinto, acorde a su maestro y guía espiritual, Mahatma Gandhi, peregrino de la no violencia.
Una revolución sin armas. El grano de sal a la desobediencia civil. La emancipación de los intocables. Huelgas, ayunos, movimientos de masas. Todo pacífico. Como en la India hizo Gandhi desde 1915 hasta el 30 de enero de 1948, cuando una bala segó su vida.
Se puede estar o no de acuerdo con las ideas y propósitos de Biscet. Se pueden compartir o no sus métodos de lucha. Se pueden aprobar o no sus declaraciones y acciones. Pero debo reconocer que después de los cuatro integrantes del Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna (Martha Beatriz Roque Cabello, Félix Bonne Carcassés, Vladimiro Roca Antúnez y René Gomez Manzano), la Fundación Lawton de Derechos Humanos, creada y presidida por el doctor Oscar Elías Biscet González ha sido lo más sonado dentro de la oposición cubana en los últimos tiempos.
En la larga temporada que a Biscet le aguarda en los “ashram” (lugares de retiro) criollos, ojalá pueda mantener el “bramasharva” (ascetismo) y la “satvagraba” (abrazo de la verdad). Para que como Ghandi, el “mahatma” (gran alma) se mantenga. Porque ésa ha sido su opción. Y no la de la vida dulce y fácil.
Tania Quintero
Nota.- Este trabajo lo redacté en marzo de 2000, cuando desde La Habana escribía como periodista independiente en la agencia Cuba Press. Han transcurrido diez años y lejos de perder actualidad, la recobra. Sobre todo después de saber que Biscet, condenado a 25 años de privación de libertad en abril de 2003, sería el único de los presos políticos del Grupo de los 75 a quien dejarían en la cárcel. De confirmarse esta noticia, dada a conocer por su hija Winnie, residente en Miami, la opinión pública nacional e internacional debe movilizarse. Porque detrás puede estar una maniobra del Departamento de Seguridad del Estado, que sabe bien que si en Cuba hay un opositor con prestigio, carisma y agallas, ése es Oscar Elías Biscet. Con un curriculum profesional y disidente que por un día quisieran tener ciertos lidercillos que hoy acaparan titulares, fama, premios y dinero. Y pretenden pasarle por encima a Biscet y a opositores igualmente valiosos, como Antúnez y Martha Beatriz, entre otros. Se sugiere leer también: Oscar Elías, nuestro vecino de Lawton, Una revolución pacífica comienza y Herencias.