Guillermo Cabrera Infante no salió de Cuba a hacer fortuna, sino a hacer literatura. A ser literatura. Ya hoy es más que nunca literatura, porque la hizo, y con honestidad. Pudo haberse quedado callado, pudo haberse bloqueado (lo que le sucedió en algunas ocasiones durante su enfermedad), pero siempre consiguió liberarse de su encierro, y opinar o escribir, gracias a su esposa Miriam Gómez.
Lo escupían en los restaurantes, le gritaban improperios en las calles, le organizaron mítines de repudio en las conferencias, pero el escritor siguió condenando al castrismo. Tal como había condenado al régimen anterior. Todo está en su obra periodística y en gran medida en su obra narrativa, desde Así en la paz como en la guerra hasta Mapa dibujado por un espía, su última novela publicada.
Censurado por el castrismo de por vida, luego por el franquismo en España y años más tarde, cuando publicó Mea Cuba, esta obra, ahora reeditada por Galaxia Gutenberg en el volumen dos de lasObras completas, con el título Mea Cuba,antes y después, con un magnífico prólogo de Toni Munné, fue retirada misteriosamente de las librerías, tras una orden salida directamente de la cúpula del gobierno socialista de Felipe González, Guillermo Cabrera Infante no se amedrentó, aunque su salud se resquebrajó por donde su pensamiento. Pensó demasiado y comprendió enseguida todo.
Comprendió que el enfrentamiento al castrismo era una batalla de David contra Goliath, y decidió escribir apartado de cualquier grupo, terminar y dejarlo todo para después. Después del final. Vengarse desde el más allá. Escribía por venganza y con vergüenza. Tenía la certeza de que Miriam Gómez estaría aquí, para cuidar de sus palabras, y para hacer más sofisticada su venganza, más palpable la vergüenza de ser humano, ante la inhumanidad del mundo frente al castrismo.
Fue gracias a Roberto García York, pintor cubano exiliado en París desde inicios de los años 60, muy amigo de Néstor Almendros, que conocí personalmente a Guillermo Cabrera Infante y a Miriam Gómez. Un cuadro de Roberto García York, propiedad de Néstor Almendros, me condujo a su autor, y su autor me puso en relación con el autor de Tres Tristes Tigres y con la actriz cubana Miriam Gómez, su esposa.
García York me presentó a Guillermo en un soleado mediodía del mes de mayo de 1995, en París. Fue antes de que Guillermo dictara su célebre conferencia sobre la figura de José Martí en la Maison de l’Amérique Latine. Jamás olvidaré ese instante. Guillermo fijó sus ojos entrecerrados en los míos, estudiándome unos segundos, su rostro se suavizó en un guiño cómplice, y me estrechó la mano. Yo estaba en el cielo. El escritor que me había emocionado hasta las lágrimas contándonos una Habana ya perdida se hallaba ahora frente a mi, y sostenía mi mano entre las suyas.
El corazón empezó a latirme a un ritmo riquísimo, al compás de un chachachá. Desde entonces, siempre que hablaba con Guillermo y con Miriam, incluso a través del teléfono, el corazón se me mandaba a correr igual de parejero. Para mi, aun si hablábamos dos y tres veces por día, cada momento, cada conversación con Guillermo y con Miriam ha significado un insólito acontecimiento.
En el año 1996 estuvimos juntos firmando nuestros libros en casetas contiguas en la Feria del Libro de Madrid, uno al lado del otro. Yo lo estudiaba con el rabillo del ojo, siempre emocionada, intentaba permanecer tranquila. Mi hija Attys Luna jugueteaba alrededor. Guillermo tuvo la delicadeza de dedicarme Ella cantaba boleros y yo le dediqué La nada cotidiana. La encargada de prensa Laura Franch nos hizo unas fotos muy bonitas, creo que por culpa de la timidez de ambos hablamos muy poco, lo que no impidió que Guillermo me comentara acerca de un escritor vecino nuestro en la caseta: «Este es un castrista empedernido. Su fama se la debe al castrismo». Algo que yo sabía de antes. Seguimos firmando libros hasta tarde.
Nos vimos brevemente esa noche, en medio de una calle de La Latina. Guillermo me dijo algo muy importante: «Tú has sido una víctima del castrismo, a ti te respeto porque deberás vivir con eso toda la vida». Hubiera dado lo que no tenía para que esa noche se quedaran a cenar conmigo, pero ya ellos tenían otro compromiso. Los vi alejarse a Miriam y a él, tomados del brazo, hacia una parada de taxis.
El encuentro con la obra de Guillermo sucedió mucho antes en La Habana, en los años ochenta, por aquel entonces sólo pude conseguir prestada una novela; era difícil y penado por la ley leer a un escritor exiliado como Guillermo Cabrera Infante. No sé ni cómo conseguí aquella novela, algunos malabares eróticos hubo en el trajín. Desde su lectura no pude jamás despegarme de ella, se trataba de La Habana para un infante difunto. Muchos de los sitios que el autor describía ya no existían, destruidos por el olvido y el odio de la dictadura castrista hacia la capital y su cultura.
Guillermo escuchó atento, años después, cuando yo le contaba que al leer esa obra me di a la tarea, como tantos otros lectores jóvenes, de buscar cada sitio citado (ahora sitiado) en la misma. Apenas encontré escombros. No hubo un signo de amargura en el rostro del escritor, sólo hizo un silencio largo y profundo, y nada más.
Después de haber probado la literatura de Guillermo Cabrera Infante uno deviene adicto, yo seguía leyéndolo. Siempre que podía escaparme en trenes franceses o alemanes me llevaba montones de sus libros. Guillermo Cabrera Infante me invitaba a reflexionar sobre mi ciudad natal a través de los rejuegos del lenguaje, gracias a su musicalidad, a la intrepidez de una desmesurada alegría, pachanga o choteo, lo que forma parte finalmente de la tragedia cubana.
No habrá otro escritor que se pueda comparar a Guillermo Cabrera Infante, su obra está muy interrelacionada con su vida, su obra traduce su intenso amor por Cuba, su obra retrata su firmeza, engrandece su dignidad de exiliado, confirma su filosofía del lenguaje. En cada una de sus frases reaviva la palabra recreada, renueva cada vez la invención de la palabra, de la fabulosa palabra que cambia en un giro, añade y devuelve en otra sintonía el sentido esencial de la frase, del párrafo, de la novela.
Cuando empecé a escribir Te di la vida entera, cuyo título original es El dolor del dólar, tenía muy claro que con esa novela quería hacer dos homenajes, uno a mi madre y otro a Guillermo. Es la razón por la que, no sólo lo cito en varias ocasiones, además Guillermo es un breve personaje de la trama.
Jamás olvidaré su inmensa generosidad cuando presentó este libro en el Hotel Ritz de Madrid. Yo vibraba con cada uno de sus comentarios. Disfrutaba oyendo los aportes de Miriam Gómez. En aquella ocasión, otra encargada de prensa, Pilar Rodríguez me esperó en el hotel donde se alojaban Miriam y Guillermo. Yo me encontraba muy nerviosa, Guillermo intentó distraerme, lo consiguió. Miriam Gómez y Guillermo Cabrera Infante me hacían reír con anécdotas picantes, yo les dije, como decía mi abuela, que ellos eran la pata del diablo.
Recuerdo el paseo de un hotel a otro, bordeando El Retiro, hacía mucho sol. Guillermo iba prendido a mi brazo. Miriam caminaba delante colgada del brazo de Pilar. No podía creer lo que estaba viviendo. Mi escritor de culto conversaba conmigo, muy pegado a mi, yo paladeaba cada párrafo. Me llamaba: «Zoé Valdés, sabías tú que …» tal y tal cosa, y continuaba hablándome de las calles de Madrid, luego seguía con las calles de La Habana, después sobre Londres, y culminaba con el tema del exilio. En varias ocasiones me hizo doblarme a carcajadas, Guillermo era un hombre de un inmenso sentido del humor. Me preguntaba sobre mis futuras novelas, sobre mis orígenes chinos e irlandeses, canarios…
Te di la vida entera no hubiera sido lo que es sin la obra de Guillermo Cabrera Infante, porque yo quise recuperar el lenguaje habanero a partir de mi propia experiencia, aunque reconociendo la extraordinaria dimensión, la fuerza insuperable e inigualable de la obra del autor de Mea Cuba.
Años más tarde, nuestra amistad se había hecho mucho más sólida, decidí ir a visitarlos a Londres. Ambos quedaron encantados con Luna y Luna con ellos. Miriam Gómez llevó al parque a Luna mientras yo entrevistaba a Guillermo para un DVD que editarían la FNAC y Reporteros sin Fronteras sobre la Cuba censurada. Guillermo fue exquisito con sus respuestas, elegante, certero.
Recuerdo un detalle, antes de salir, Miriam Gómez se aproximó a él, lo peinó, asegurándose de que su marido no se vería mal durante la filmación. Los que somos sus amigos sabemos que no puede hablarse de Guillermo Cabrera Infante sin Miriam Gómez, como él mismo la llamaba.
Una de esas noches de mis tantas visitas a Londres nos invitaron a un restaurante asiático. Fuimos a pie. Durante el trayecto una pareja de españoles reconoció al escritor. La muchacha exclamó jubilosa: «¡Ay, mira, el escritor Guillermo Cabrera Infante!». Miriam Gómez y él saludaron sencillos, y continuaron contándome sus peripecias por medio mundo. Yo me sentí tan feliz.
Guillermo aseguraba que Miriam siempre se burlaba de él cuando se viraba la taza del café en la camisa, porque él es Tauro, igual que yo, le dije, y siempre choco con las puertas de cristales, ¡igual que yo! Respondió. En eso Guillermo chocó con la puerta de cristal del restaurante, no sé si lo hizo a propósito, para que Luna se riera, porque toda la noche estuvo preguntándole a la niña: «¿Te has divertido, verdad, Luna?».
Atravesamos Hyde Park, en Kensington, mientras él seguía contándonos sobre escritores, actrices de cine, bailarines e intérpretes de jazz. Mi hotel quedaba a dos cuadras de su casa. Al día siguiente regresamos y disfrutamos con ellos de un documental sobre jazz americano. Antes de entrar en la casa de Gloucester Road, me dio mucha ternura observar desde afuera su cabecita blanca. Se hallaba sentado en el butacón de cuero negro, y desde la calle, a través del ventanal, podía observarlo leer.
Miriam Gómez enseguida salió a recibirnos rebosante de belleza y de alegría. Miriam no ha perdido su belleza, pude comprobarlo al contemplar las fotos de Cuba que nos enseñaron aquella tarde, y las de sus primeros años de exilio.
Me gusta mucho esa foto que le hizo Néstor Almendros a Guillermo: él está muy joven, viste un traje blanco, impecable. Y esa otra de Jesse Fernández, donde él se encuentra sentado, fuma su deliciosamente su tabaco que no cachimba, lo sostiene con los labios entreabiertos, viste impermeable, mira fijo a la cámara, pero al mismo tiempo medio que se esconde detrás de una pared. En esa foto está toda la personalidad del autor de Cuerpos divinos y Mapa dibujado por un espía, ahí se nota su constancia en el trabajo, su pasión por la sensualidad y la bohemia habanera. Con ese aire a Edward G. Robinson. Cuando se lo dije, piropeándolo, se echó a reír con esa risa tan inefable y sabrosa de cubano respetuoso del dicharacho.
¿Cómo hemos podido vivir todos estos años sin Guillermo Cabrera Infante? Gracias a sus libros, gracias a su honestidad literaria y política. Guillermo no pudo volver a Cuba, no vio su país libre, como tampoco lo hemos visto nosotros. La obra de Guillermo Cabrera Infante trascenderá toda esa desgracia cubana, porque es una obra universal, y será recordada infinitamente.
En unos cuantos años nadie se acordará de Fidel y Raúl Castro, sin embargo, todavía el mundo entero leerá y estudiará al hombre que revolucionó el leguaje, al escritor cubano de la talla de James Joyce. Porque al igual que Joyce, Cabrera Infante posee esa reflexión diáfana, sorpresiva, divertida, sensual; porque Guillermo Cabrera Infante supo como nadie transformar la agonía del exilio en deliciosa creación perenne. Imaginaba la literatura como en aquella película de Francis Ford Coppola One from the Heart, Corazonada, en el preciso instante en que Natasha Kinski danza sobre una esfera que podría representar el mundo, y borda con sus zapatillas el filo de la cuerda floja.
Zoé Valdés
Libertad Digital, 8 de octubre de 2015.
Foto: Guillermo Cabrera Infante visto por el lente de Daniel Mordzinski, el fotógrafo de los escritores. Tomada de Bomb Magazine.