A los autócratas les gusta trascender en el tiempo. Los emperadores romanos, Hitler, Mussolini y las dictaduras comunistas de Stalin, Honecker o Ceausescu, legaron una arquitectura propia.
En Roma aún se conservan coliseos y palacios. Mussolini dejó cientos de obras, erigidas bajo el precepto de la arquitectura fascista racionalista, desarrollado en Italia a finales de los años 20 del siglo pasado.
Hitler también proyectó edificios y sitios nazis de culto, con el patrocinio de Albert Speer, y un estilo arquitectónico original inspirado en el neo clasismo y el art decó.
Sesenta y nueve años después de que el Führer sicópata se pegara un tiro en un refugio soterrado de Berlín ante la inminente derrota del Tercer Reich, los alemanes todavía conducen por las magníficas autopistas erigidas en la época hitleriana.
Un criminal en serie como Stalin dejó de herencia el realismo socialista -horrible, es cierto- que abarcaba todas las artes. Nicolae Ceausescu, otro dictador de libro, demolió la quinta parte de Bucarest y construyó nuevas obras.
Su proyecto cumbre fue el Palacio del Pueblo, el segundo edificio más grande del mundo después del Pentágono en Washington.
Fidel Castro no va trascender por sus obras arquitectónicas. Se han erigidos miles de escuelas y hospitales, pero salvo el Instituto Superior de Arte, en el municipio habanero Playa, el resto de los diseños en cadena afean el paisaje.
Ya no hablemos de la calidad constructiva. La mayoría de las obras ejecutadas tras la llegada de los barbudos al poder, parecen más antiguas que muchas edificadas a inicios del siglo XX.
En La Habana, capital del primer país comunista en América, el legado arquitectónico será irrelevante. Hay que buscar con lupa para señalar obras constructivas de calibre.
Entre ellas, la heladería Coppelia, diseñada por Mario Girona en el corazón del Vedado, o el Palacio de Convenciones, del arquitecto Antonio Quintana, en el reparto Cubanacán. Se pudiera salvar también la ciudad Camilo Cienfuegos, en Habana del Este, y el Parque Lenin, un pulmón verde erigido en las afueras de la ciudad.
Pero el diseño arquitectónico a partir de 1959 es cuando menos aberrante. Si se pudieran demoler las ciudadelas-dormitorios de Alamar, Mulgoba, San Agustín, Bahía o la veintena de horribles edificios de apartamentos construidos con tecnología yugoslava en el Nuevo Vedado, en parte se repararían burdos errores constructivos.
La Habana, ciudad coqueta y presuntuosa con varios kilómetros de portales y columnas, y un espléndido Malecón, en su inventario arquitectónico guarda los más variados estilos.
Fue diseñada para 600 mil habitantes. Hoy residen dos millones y medio de personas. El régimen no ha modernizado ni ampliado sus calles, avenidas o un sitio tan importante como el acueducto Albear.
Solo parches y una capa de asfalto en las arterias principales. Las calzadas de Monte, Diez de Octubre, Luyanó, Cerro, Infanta, Avenida 51 o Puentes Grandes, no se han mejorado acorde al aumento del tráfico vehicular.
Un 70 por ciento de las calles secundarias están repletas de baches y salideros de agua. El 60 por ciento de las edificaciones piden a gritos reparaciones a fondo.
Les voy a dar un dato. Según un funcionario de Planificación Física, en La Habana el 83 por ciento de las obras que se ejecutan son construidas por particulares. La necesidad perentoria de una vivienda ha desplegado a lo largo y ancho de la geografía habanera, construcciones sin asesoramiento de profesionales.
Miles de ventanas artesanales de hierro fundido y espantosas rejas afean aún más el panorama de la capital. La sensación es de una gran cárcel. Sin orden ni concierto, familias desesperadas remodelan edificios y casas de gran valor arquitectónico, intentando vivir un poco mejor.
La otrora Habana cosmopolita, vanguardia en nuevas tecnologías como el teléfono, radio o trasmisiones televisivas de larga distancia, ahora mismo se encuentra de espalda a la globalización.
Internet es una fábula de ciencia ficción para muchos de sus ciudadanos. Y la que una vez fue una hermosa ciudad de columnas, que inspiraría a Alejo Carpentier, en el siglo 21 es un montón de edificaciones en ruinas y automóviles antiguos.
Los hermanos Castro ni siquiera han sido capaces de dejar un legado en la ciudad donde llevan 55 años gobernando.
Iván García
Foto: Tomada del blog de Juan Valdés César, donde se pueden ver más imágenes del estado en que se encuentra La Habana.
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