En el vertedero de la Calle 100, al oeste de La Habana, el mal olor que emana de los cientos de toneladas de desperdicios vertidos diariamente en la ciudad, asaltan las fosas nasales tres cuadras antes de llegar.
En esa cloaca monumental, donde se apiñan pequeñas colinas de desechos sólidos, un ejército de indigentes, como fantasmas silenciosos, hurga en la basura cualquier cosa que les sirva de alimento o para vender por un puñado de pesos.
Al ‘Bote’, como le dicen, llegan decena de camiones de empresas estatales o de servicios comunales repletos de inmundicias. Saúl es un mendigo que a diario ‘trabaja’ en el lugar: “Tú no sabes la cantidad de objetos de valor que se botan. He tenido días de encontrar pollos enteros y piezas de computadoras nuevas. También trozos y vísceras de carne de res que llegan del matadero y que miles de cubanos jamás la han probado. Yo como carne de vaca dos o tres veces a la semana. La llevo a casa, la lavo bien, la hiervo y despu’es con puré de tomate, que también botan aquí, preparo una ropa vieja mejor que la de una paladar”, afirma con una sonrisa que aparenta ser feliz, pero se queda en un rictus amargo.
No pocos indigentes habaneros han convertido la basura en negocio. “Tengo jornadas en la que me busco hasta 200 pesos diarios (unos diez dólares)», dice Marlon, un tipo de piel amarillenta y rostro hinchado por el exceso de alcohol que vende mercancías recicladas de los tanques de basura.
La ineficiencia del Estado para brindar servicios públicos de calidad es atroz. Funcionan de regular a mal o por pura inercia. Como el agua, insuficientemente potabilizada, con kilómetros de salideros en sus cañerías y repartidas en días alternos. Se calcula que alrededor de 70 mil habaneros no tienen acceso al agua potable.
En la capital tampoco funciona el transporte público, cualquier trámite demora semanas, miles de edificios amenazan con desplomarse y la recogida de basura ahora mismo vive una autentica crisis.
La primera prioridad de los cubanos es alimentarse e intentar sobrevivir en las duras condiciones del socialismo tropical instaurado por los hermanos Castro.
“Todo es un cuento, un paripé. No sé quien fue el que le dio el título de Ciudad Maravilla a La Habana. Si algún premio nos merecemos es el de la ciudad más sucia del mundo”, asevera Joaquín, vecino de la calle O’Farrill, en La Víbora, barrio al sur de la ciudad, mientras señala los latones desbordados de basura y desperdicios tirados en la calle.
A quinientos metros de donde reside Joaquín, Anselmo, carpintero, afirma que “media hora después que los camiones recogen la basura acumulada en el exterior de un edificio en peligro derrumbe, la gente vuelve a llenarlo de basura. Entre el pésimo servicio de comunales y la indisciplina social han transformado a La Habana en una de las ciudades más cochinas del planeta. La gente incluso orina en la calle por falta de baños públicos”.
Es usual ver a las personas tirando desechos a la calle o botando latas de cervezas y refresco en la vía pública. “Eso ocurre por la combinación de dos factores: no son suficientes los cestos de basura en la calle y la indolencia de los ciudadanos que han convertido a La Habana en un gigantesco vertedero”, indica Daniela, inspectora estatal.
Según un funcionario de servicios comunales, “tenemos un déficit de 10 mil a 12 mil contenedores de basura y la mayoría de los existentes están en mal estado. Otro problema es el transporte. Para hacer una limpieza efectiva de La Habana se necesitan no menos de 90 camiones y en estos momentos solo está funcionando la mitad. Y hay jornadas en que solo trabajan 15 o 20 camiones. A eso súmale la indisciplina social, pues la gente se roban las ruedas de los depósitos de basura para hacer carretillas, los vuelcan o simplemente, por pura maldad, los rompen”.
El pasado mes de mayo, durante una reunión del Miguel Díaz-Canel con el grupo gubernamental de apoyo a la capital, Reinaldo García Zapata, presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular, achacó la situación a la falta de contenedores y camiones recolectores de basura y anunció que se importarían 5 mil contenedores y otros 7 mil se fabricarían en el país.
Por su parte, el funcionario de servicios comunales expresó a Diario de las América que “hacia fines de 2018 o en el primer semestre de 2019, gracias a una donación de Japón, se espera la llegada de 60 camiones de recogida de basura”.
Mientras el régimen intenta higienizar una ciudad cada vez más sucia, Gladys, especialista en afecciones gastrointestinales, explica que “durante la primavera y el verano se reportaron miles de casos, entre otras causas, debido a la mala calidad del agua y por no cumplir con las reglas de conservación y elaboración de alimentos. La suciedad no solo es visible en las calles, también está presente en muchas casas. La falta de higiene generalizada pudiera provocar una epidemia a gran escala. La acumulación de basura en cualquier esquina de la ciudad, con su enjambre de ratones y cucarachas, es un caldo de cultivo perfecto”.
Hace tres años, ante la amenaza del zika, dengue, chikungunya y otras epidemias, el entonces gobernante Raúl Castro autorizó a soldados del ejército y la policía a una limpieza a fondo de La Habana.
Anselmo, el carpintero que vive a pocos metros de un vertedero improvisado en la calle O’Farrill de La Víbora, considera que esa sería la mejor solución, porque «el Estado no tiene recursos para garantizar la limpieza de la capital. Ya apenas hay barrenderos y no existe una flota de camiones que limpie con agua las sucias calles. Si el gobierno no toma medidas, La Habana será devorada por la basura”.
Y créanme que no es una metáfora.
Iván García
Foto: Tomada de Diario Las Américas.