La Habana no es Caracas. De noche todavía se puede caminar por sus calles. Existen pandillas juveniles que, navaja en mano, te despojan de una gorra de los Tigres de Detroit, unas zapatillas Puma o un móvil inteligente iPhone.
Los asaltos callejeros a mano armada no son habituales. En la capital se han producido atracos a bancos. Tipos que roban un camión de pesos convertibles. O secuestran un avión a punta de pistola. Pero son los menos.
Los homicidios, si los comparamos con México, Venezuela o El Salvador, casi son inexistentes. Apenas hay crónica roja. Aunque de vez en cuando, una mujer enloquece y asesina a sus hijos. Una esposa le prende candela al marido. O un violador desata el pánico en la ciudad.
En la prensa no se publica ni una línea de noticias sangrientas. A pesar de la aparente vida pacífica y delitos violentos a la baja, los habaneros cada día fortifican más sus viviendas.
Y es que los rateros se han multiplicado. Hay ladrones que durante meses planifican el robo dentro de una casa, con la intención de sustraer un lienzo de valor o grandes sumas de dinero.
Lo que más proliferan son bandas de rufianes dedicadas al hurto. Se roban lo primero que tengan a mano. La rueda de un automóvil. El equipo de música del coche. Una camiseta húmeda tendida en el patio o la terraza.
El aumento de robos en domicilios es la causa de que infinidad de ciudadanos habaneros hayan decidido poner rejas en puertas y ventanas. Cuando Anselmo, 62 años, era niño, jugaba a los escondidos en su barrio y recorría libremente un laberinto de pasajes interiores. Ahora sus hijos no pueden hacer lo mismo. Los vecinos han cercado y enrejado no solo sus propiedades, sino también los pasillos aledaños.
“Cada día nos enteramos de un robo en alguna barriada cercana. La gente lo soluciona protegiendo a sus familias y sus bienes. Incluso con la casa resguardada por altas cercas de púas, se las ingenian para perpetrar robos. Los ladrones tienen una lógica elemental: si una vivienda está enrejada, es porque dentro hay dinero o artículos de valor”, comenta Luisa, residente en Víbora Park.
Se ha desatado un culto a los barrotes. Si usted camina por La Habana observará que al 90% de las casas, balcones, puertas y ventanas, sus inquilinos le han puesto una sinfonía de rejas.
Una mentalidad de búnker. El gobierno no escapa a esa mentalidad. En los años 80, Fidel Castro, en una de sus tantas manías extravagantes, sembró en la conciencia de los cubanos que Estados Unidos preparaba una inminente invasión.
La Cuba profunda se llenó de túneles subterráneos y refugios antiaéreos. Miles fueron construídos, hoy casi todos transformados en discotecas y almacenes de objetos ociosos. Por las noches, jóvenes parejas sin dinero los convierten en posadas para hacer el amor.
Los yanquis nunca llegaron. Pero el régimen continuó con sus juegos de guerra, esperando una supuesta invasión. Con menos fervor que veinte años atrás.
Aunque a ratos, se ponen en prácticas maniobras donde milicianos pasados de peso corren con sus fusiles de calamina a cobijarse en los añejos refugios contra bombardeos.
Fidel Castro nunca perdió su mentalidad de plaza sitiada. Vive en un distrito de 45 residencias conocido como Zona Cero, donde las fortificaciones, medidas de seguridad y camuflajed forman parten del paisaje.
Los empresarios verde olivo y ministros de jerarquías también viven rodeados de barrotes y cercas tapizadas de vegetación, que desde la calle impiden observar hacia el interior de sus hogares.
Cuentan además con protección policial y cámaras de vigilancia. El resto de los habaneros no llega a tanto. Cada cual se protege según su bolsillo. Los de menos recursos intentan cuidar su televisor de plasma o el Chevrolet de los años 50. Y pagan a herreros que de forma chapucera les confeccionan un parapeto de gruesas cabillas alrededor de la vivienda o le levantan una improvisada jaula-garaje.
Las familias con más recursos tratan de que las rejas armonicen con la arquitectura de la casa. A pesar que la violencia en La Habana está lejos de ser como la de Caracas o Medellín, la gente cuida con celo sus propiedades.
Iván García