Algunos viejos estrategas de la información partidista en Cuba sienten nostalgia cuando evocan los primeros treinta años de revolución. Es indudable que en ese período una mayoría era la que apoyaba al gobierno de verde olivo de Fidel Castro.
Luego no. Cambiaron ciertas cosas. El lógico desgaste del poder. La proverbial ineficacia de la economía. El surgimiento de una oposición pacífica, de teorías y tendencias dispersas, que en su mayoría, en alguna etapa de sus vidas adulta apoyaron al régimen.
Y a mediados de los 90, las nuevas tecnologías de la información. Antes, en la década de los 60, hubo opositores de línea dura, que enfrentaban a Castro por medio de la violencia. El propio comandante único destronó al tirano Fulgencio Batista por la vía de la lucha guerrillera.
Eran tiempos de guerra fría y un mundo partido en dos. Castro tenía un férreo control sobre los medios y la propaganda, que usaba eficazmente, y controlaba de manera casi absoluta el flujo informativo. Gobernaba sin grandes contratiempos.
Era una etapa en la que escuchar radio extranjera, cartearse con un amigo en otro país, leer a escritores occidentales críticos del socialismo, o autores prohibidos en la URSS o sus satélites en Europa del Este, podía costarte ir a prisión. No lo debemos olvidar.
Con el manido pretexto -el mismo que usan ahora- de estar bajo asedio del “imperialismo yanqui”, se cercenaba la diatriba y el debate. Cualquier comentario contrario al discurso oficial, sobre esa persona recaía una ola de sospechas e intrigas.
Fidel Castro fue el gran culpable de que la revolución cubana perdiera su originalidad, y sus aspiraciones de igualdad, democracia y justicia. A él se debe que muchas personas dejaran de creer en el futuro de su proyecto. Apostó por los dogmas del socialismo totalitario soviético.
Y cuando una tarde de junio de 1961, con el ceño fruncido colocó su pistola calibre 45 en una mesa, ante la mirada impávida de un grupo selecto de intelectuales, y a gritos proclamó “con la revolución todo, fuera de la revolución nada”, lo que hizo fue acabar de desterrar la creatividad y el respeto a las diferencias.
Justo ese día, en la Biblioteca Nacional, se cerró el libre intercambio de ideas políticas. Han pasado casi 50 años de las palabras de Castro a los intelectuales. Y nada ha cambiado. En distintas etapas de la revolución, la prensa oficial, azuzada por el poder, lanzó tímidas campañas de críticas a la economía y algunos métodos de ciertos dirigentes.
Pero han sido reproches menores. Las quejas de la prensa llegan se emiten sólo para condenar los servicios, el transporte público y, si acaso, a cuadros medios del partido. Por lo general es una crítica sin pronunciar nombres. Son más letales cuando de denostar a la economía informal o los trabajadores por cuenta propia se trata.
Siempre que Cuba es condenada por un organismo internacional por sus políticas lesivas a los derechos humanos, por un país o un medio foráneo de prensa, se desata el pandemónium.
En esta primavera del 2010, las campañas de descalificaciones e insultos se tornan cada día más virulentas. Sucede que estamos en un siglo donde las nuevas tecnologías, como internet, facebook, twitter o la telefonía móvil, desborda con celeridad la capacidad de los medios informativos del patio.
A pesar del grueso cerrojo que el gobierno cubano tiene puesto a internet, canales por cable o diarios internacionales, la gente en Cuba está más informada que hace 30 años.
Ciento de miles de personas están conectadas ilegalmente a la televisión por cable o internet. Un número considerable poseen móviles. Y algunos usan el servicio de internet en sus puestos de trabajo para contrastar la información que el gobierno les ofrece.
Los hermanos Castro están muy enfadados con los “monopolios informativos globales”. Sobre todo con Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, y el grupo Prisa, lidereado por Jesús Polanco.
Diarios españoles como El Mundo o El País, son leídos por menos del 5 por ciento de la población local, pero los artículos que publican sobre el estado de cosas de la isla se difunden con una velocidad que despertaría la envidia de Usaín Bolt.
Porque ya una mayoría de la ciudadanía no cree a pie juntillas la propaganda del gobierno. Es más, no creen en el gobierno. Los Castro lo saben. Y están volcados en una ofensiva mediática de insultos a todos aquéllos que osen criticarlos.
Pero los medios oficiales tienen un punto débil. La autonomía y creatividad. Son amanuenses que esperan órdenes del DOR (departamento de orientación ideológica). Y los reporteros que trabajan para el Estado saben bien el costo de sobrepasar la línea trazada por el Partido Comunista.
Siempre están a remolque. Los periodistas independientes y los opositores, en 1995 usaban internet como vía principal de comunicación. A partir de 2005, con fuerza, se incorporarían blogueros al margen del control estatal. Cierto que donde más se leen es en el exterior. Pero es algo.
Mientras el gobierno no entienda que el mejor camino para la solución de los problemas en Cuba es dialogar con la oposición pacífica, no habrá una salida a mediano plazo.
Con monólogos, insultos, condenas a los medios mundiales o campañas descerebradas contra twitter y facebook, que son redes sociales, y no engendros de la CIA como suponen algunas personas dentro del gobierno en la isla, el desmoronamiento del país continuará a largo playo y en cámara lenta.
Ni Pedro J. Ramírez, ni el grupo Prisa son el enemigo principal de los Castro. Es la propia desidia de los jerarcas y su temor a enfrentar cambios políticos y económicos. Lo otro son fuegos artificiales. Propaganda para consumo local. Dura y pura.
Iván García