Un chubasco ligero rebota en el techo de tejas metálicas acanaladas y por la ventana del comedor se cuela una brisa fría y húmeda. Después de almorzar arroz, potaje de chícharos y revoltillo de huevo con pequeños trozos de chorizo, la brigada agrícola, tras un descanso de treinta minutos, reinicia su faena en un sembradío de tierra rojiza en las afueras de La Habana.
El lugar era una antigua finca ahora administrada por las fuerzas armadas. Su producción de col, acelgas, zanahorias, tomates y otras hortalizas y verduras, va a parar a la mesa de generales o el poderoso Consejo Estado.
También en la hacienda se crían cerdos, carneros, gallinas y pavos. En un pulcro centro de elaboración se producen jamones y embutidos. Hay decenas de latifundios en todo el país subordinados a las FAR, PCC o Consejo de Estado.
Guillermo García Frías, un campesino analfabeto que nació el 10 de febrero de 1928 en El Plátano, sitio intrincado de la Sierra Maestra, llegó a obtener grados de comandante en la guerrilla liderada por Fidel Castro y aunque no dirige ningún ministerio, en la práctica tiene más poder que cualquier ministro.
Actualmente es dueño de varias fincas, establos de caballos de raza y vallas de pelear gallos. Preside un grupo llamado Flora y Fauna, con ranchos campestres donde desayunan, almuerzan o cenan turistas que se dirigen a hoteles en Varadero o los cayos al norte de la Isla.
Guillermo importa semillas, tractores y gallos de pelea saltándose olímpicamente el complicado y tortuoso entramado estatal. Mientras el juego de apuesta es ilegal en Cuba, este anciano de casi 90 años, perteneciente al exclusivo club de la intocable burguesía verde olivo, efectúa carteles de peleas de gallo para extranjeros de bolsillos amplios.
“Guillermo García es un hacendado poderosísimo. En sus propiedades no falta ningún insumo. Si quiere dar un paseo, pide un helicóptero y en pocas horas está en la Sierra Maestra. Ni él mismo sabe la cantidad de amantes e hijos y nietos que tiene. A cada rato le presentan uno nuevo. Si rinde cuentas, no sé sabe a quién. Es el tipo de personaje que se considera que está por encima del bien o el mal. Es un latifundista de la etapa feudal en pleno siglo XXI”, cuenta un trabajador de una de sus fincas.
La historia oficial presenta a la revolución de Fidel Castro de otra manera. Su narrativa nos dice que el origen de la lucha armada fue para terminar con las desigualdades y construir una sociedad donde imperara la justicia social y la prosperidad. Garantizara la educación, salud pública, acceso a la cultura y al deporte a cualquier ciudadano.
Sin embargo, la revolución fidelista no permite que pequeños empresarios privados acumulen grandes cantidades de dinero. No se puede fundar un partido político y un periódico sin permiso del gobierno. Ni crear instituciones independientes dentro de la sociedad civil.
Cuba es una dictadura de libro de texto. Los de arriba gobiernan el país como si fueran sus dueños y a los de abajo solo nos toca asentir y aplaudir. Pero su peor cualidad es la ineficiencia.
El régimen es dueño de la tierra y del mar. De fábricas, hoteles, bancos, hospitales y medios de comunicación. Pero no ha sido capaz de generar riqueza y ni siquiera ha sido competente para garantizar desayuno y dos comidas diarias a sus ciudadanos. Tampoco un salario decoroso y una vivienda digna.
Por eso la gente se indigna cuando conoce detalles del modo de vida de sus gobernantes. La élite revolucionaria reside en mansiones que otrora pertenecieron a la burguesía nacional. Cuentan con todas las comodidades a su alcance: casas climatizadas, sin tener que preocuparse por el ahorro de energía eléctrica, conexión gratis de banda ancha a internet, cualquier cantidad y variedad de alimentos y dos o tres autos a su disposición sin límite de combustible.
Ningún dirigente castrista puede justificar su estilo de vida. En teoría, un presidente, ministro o general devenga un salario que no supera los cien dólares mensuales. ¿De dónde sale el dinero para pagar vacaciones familiares al extranjero o importar autos y ordenadores Apple? Hablan con la boca apretada de socialismo e igualdad, pero la mayoría de los funcionarios comunistas están obesos y viven rodeados del confort capitalista.
A muchos cubanos no les importaría esa opulencia, si el Estado autorizara las PYMES, la rigurosa cuchilla fiscal no persiguiera con tanta severidad a los que producen riquezas y pudieran tener una existencia mejor.
Los obsoletos gobernantes cubanos son incapaces de combatir la pobreza ni de originar prosperidad. Se nutren de glorias pasadas, doctrinas que no han funcionado y promesas que jamás cumplirán.
El asunto es mucho más simple. Solo están ganando tiempo. Lo demás no importa.
Iván García
Foto: A partir de 1959, Nuevo Vedado, a unos 20 minutos en auto del centro de La Habana, es la zona residencial por excelencia de la élite que gobierna en Cuba.