A principios de agosto, un mes antes del comienzo del nuevo curso escolar, Rigoberto y su esposa rastrearon por varias tiendas de La Habana, en busca de material escolar y un par de zapatos para su hijo, alumno de sexto grado en la enseñanza primaria.
“Saca cuenta: un par de tenis, 42 cuc; una mochila, 32 cuc; doce libretas, 12.50; un estuche con regla, cartabón y compás, 9 cuc y forros para libretas y libros, 3 cuc. Total: 98,50 cuc. Mi mujer y yo somos profesionales y entre los devengamos 1,470 pesos mensuales, que equivalen a 60 pesos convertibles. El gobierno se da golpes en el pecho por ofrecer una educación gratuita, pero en la práctica, las familias cubanas cada día tenemos que desembolsar mayor cantidad de dinero en divisas en avituallamiento escolar”, se queja Rigoberto.
Sayma, 34 años, madre de dos hijos, tuvo más suerte. “Con una ‘mula’ mis parientes en Miami me enviaron todo el equipamiento escolar, incluidos los uniformes”.
Si hace 25 años el Estado verde olivo, gestor de un sistema de enseñanza altamente doctrinario, sufragaba el cien por ciento de la base material del estudiante y garantizaba meriendas y almuerzos gratuitos o a muy bajos precios, en este siglo XXI los números en rojos del saldo público impiden mantener un sistema escolar de calidad.
No pocas escuelas funcionan gracias a la ayuda de padres y familiares. “Entre otras cosas, tenemos que hacer una colecta para adquirir dos ventiladores; resolver pintura y pintar el aula; comprar cloro y detergente para limpiar los baños; conseguir papel de escribir y bolígrafos, y bajar de internet contenidos de estudio destinados a profesores y alumnos. Ahora las escuelas son mitad estatal, mitad privada”, apunta Daniel, padre de una alumna de primaria.
Hace cinco años, el régimen reportó que en 2010 dedicó el 12,81% del PIB a la enseñanza pública, una cifra de la cual todavía se jacta, igual que con la gratuidad. Pero hace tiempo, la educación en Cuba dejó de ser esa reina de la cual Fidel Castro se vanagloriaba y hoy es una cenicienta.
Solamente en el primer tramo del curso a los alumnos entregan una docena de cuadernos, libros estropeados y un mínimo de material escolar. El resto de lo que necesiten los alumnos lo proporcionan los padres de sus bolsillos. El almuerzo en los comedores de los colegios primarios y la merienda en las escuelas secundarias son verdaderos bodrios.
Para familias pobres como la de Dianelis, madre de tres hijos, las meriendas son un auténtico dolor de cabeza. “Son quince meriendas a la semana. Casi siempre les preparo pan con aceite y refresco instantáneo. El almuerzo en las primarias y la merienda en las secundarias son tan malos que muchos alumnos no se los comen y la enorme cantidad de sobras es recogida como sancocho para alimentar a los cerdos”.
Padres de billeteras amplias pueden preparar refrigerios surtidos y de calidad. “Al mes gasto entre 30 y 40 pesos convertibles solo en la merienda de mi hija”, cuenta Gilberto, emprendedor privado.
Los desembolsos familiares no se limitan a tenis, libretas y meriendas. Después de concluir la jornada escolar, un segmento elevado de padres, suele pagar entre 8 y 10 pesos convertibles al mes a una maestra repasadora que compense la baja calidad de las clases impartidas, en los casos de los que cursan la enseñanza primaria.
“Cuando el adolescente llega a secundaria o preuniversitario, los maestros repasadores cobran un peso convertible por asignatura. En la universidad, más aún”, explica Juan José, obrero de la construcción y padre de dos hijos que estudian en octavo y noveno grados.
Si para muchas familias el nuevo curso implica gastos elevados, la autocracia del general Raúl Castro no acaba de encontrarle solución al déficit de maestros en casi todo el país.
Recientemente, la ministra de Educación Ena Elsa Velázquez mostró su preocupación porque el curso escolar 2015-2016 arrancará con solo el 95,2% de la demanda territorial de maestros cubierta. La situación más compleja es en La Habana y Matanzas, donde contarán con el apoyo de cerca de 3,400 profesores de otras provincias.
La causa principal de que un número importante de educadores prefieran trabajar como portero de un hotel o elaborando pizzas en un negocio privado es simple: los salarios de miseria.
“Hice un master y como maestro de secundaria ganaba 700 pesos (alrededor de 32 dólares) al mes. Ahora, como cocinero en una cafetería particular ganó de 3,600 a 3,700 pesos mensuales (unos 165 dólares). Y sin buscarme problemas con los alumnos ni con sus padres, cada vez más groseros y violentos. Tenía que esperar al 22 de diciembre (día del educador) para que me regalaran un frasco de colonia y dos pañuelos. Ya no necesito de la caridad de los padres, me puedo costear mis gastos”, confiesa Nivaldo, ex profesor habanero.
El millón 790 mil 800 estudiantes que el 1 de septiembre iniciaron un nuevo curso, lo harán igual que el anterior: sin internet en sus aulas. La excepción son los universitarios, quienes en pequeñas dosis y con una conectividad pésima, seguirán teniendo acceso a la red.
La ausencia de internet en las escuelas cubanas pasará factura a las futuras generaciones de profesionales.
Según previsiones del régimen, habrá que esperar hasta 2020 para informatizar todo el sistema nacional de enseñanza. Cuba llega tarde y mal al siglo de las nuevas tecnologías.
Iván García
Foto: Alumnos de primaria en un pueblo del interior de la Isla. Tomada de Panam Post.