Desde La Habana

La Contrainteligencia cubana pide respeto hacia los militares

Las instituciones militares siempre dan miedo. Aunque te traten con respeto. El pasado lunes 9 de agosto, La Habana parecía Londres. Todo el día estuvo cayendo una lluvia fina y molesta que calaba los huesos.

El sábado 7, un oficial de la Seguridad del Estado, me había dejado una citación para una entrevista con el teniente coronel Enrique de la Contrainteligencia militar.

Cerca de las 9 de la mañana, llegué a un centro de las fuerzas armadas, donde entrenan tropas élites. Un amable oficial me ofreció una capa de agua, y me condujo a un edificio pintado de verde limón con ribetes fresa claro.

El inmueble tenía pinta de centro de detención. Un joven corpulento me pasó a una pequeña sala de estar. Antes, me pidió que le entregara mi móvil.

La estancia era pequeña, con muebles de hierro y cuero negro. Estaba climatizada al tope. Evidentemente las medidas para ahorrar combustible que se aplica a rajatabla en todo el país no se emplean en esta unidad militar.

El teniente coronel Liván, de la Contrainteligencia Militar, y un mayor vestido de civil que dijo llamarse Águila, y pertenecer a la Seguridad del Estado, fueron mis gentiles interrogadores. Luego de tomar notas, fueron al grano.

Su disgusto era debido al artículo La liberación de los presos políticos refuerza a los militares cubanos, publicado en el diario El Mundo el 14 de julio, donde según los oficiales desprestigiaba «en grado sumo» a las instituciones militares cubanas.

Se inició un debate. Alegué que era una opinión personal. Ellos respetaban mi criterio, pero sentían que había sido subjetivo al valorar el papel de ciertos generales.

“Cuba, es un Estado de Derecho, y antes de llegar a una sanción penal nosotros advertimos cuantas veces haya que serlo”, me comentó en voz baja y tono neutro el mayor Águila.

Salté como un resorte. “Usted cree que en un Estado de Derecho se cite a una persona por escribir un artículo periodístico?”, le cuestioné de forma franca.

“En otros países, no te citan, te matan”, intervino el teniente coronel Liván. Los dos oficiales me hicieron ver, que aunque hay una tolerancia relativa en cuanto a la labor de la prensa independiente y la oposición, dejaron claro que no se debe confundir permisividad con impunidad.

Nunca nos pusimos de acuerdo en quien llevaba razón. No era el caso. Les expliqué mis razones como hombre que se siente libre para escribir y tener criterios distantes de la línea oficial.

Lo considero mi derecho. Ellos no se opusieron. Me pidieron que tuviese más respeto a la hora de juzgar a las “valerosas fuerzas armadas, que tanto prestigio se han ganado en el mundo, por su lucha por la liberación de otros pueblos”, me dijeron.

De cualquier modo, no fue un diálogo de sordos. En un momento, le propuse al teniente coronel Liván que si deseaba podía escribir una réplica y yo me comprometía a enviarla al diario El Mundo para que se la publicaran, luego de aclararle que su edición online recibe 24 millones de visitas.

Tras el estupor inicial por la invitación, me dijo que las instituciones militares cubanas no necesitan entrar en debate con un simple periodista por un tema en específico.

Al final me levantaron un Acta de Advertencia, donde la parte militar exponía sus motivos y yo declaraba los míos. Se despidieron y me permitieron marchar, bajo una intermitente llovizna.

A todas luces, los servicios especiales cubanos desean mandar un mensaje directo a la disidencia y el periodismo sin mandato. Que hay una línea tenue que no se puede cruzar.

El punto es que ni ellos mismos saben cuál es la frontera que no se debe traspasar. Aunque los dos oficiales fueron amables, los militares siempre dan miedo. Y no me pregunten porqué.

Iván García

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