Las organizan los fines de semana en la ciudad de La Habana. En espacios públicos, avenidas o solares amplios, llegan camiones y se improvisan puntos de ventas, en los propios vehículos, en cajas o en el suelo. La oferta es variada: viandas (papa, boniato, yuca, plátano), frutas, hortalizas, derivados cárnicos y artículos de ferretería, entre otros.
Bajo carpas de gruesas lonas coloridas, restaurantes locales ofrecen comida rápida: pollo frito, cerdo ahumado y cerveza. Luncheros con altos gorros blancos y pantalones a cuadros grises, preparan pan con lechón, jamón, perro caliente o minutas de pescado empanizadas.
Los precios, por las nubes. Un kilo de fruta bomba (papaya) cuesta 20 pesos (un dólar). Los frijoles negros y colorados, a 10 pesos la libra (medio kilo). Bueno, lo que supuestamente es una libra. Manuel Montoya, 65 años, jubilado, siempre sale estresado y con la presión arterial elevada, debido a las contrariedades que sufre a la hora de comprar algunas viandas y carne de cerdo.
“Aparte de los precios, los vendedores intentan timarte cuando te pesan el producto. Llevo siempre una pequeña pesa de mano, y lo que compro suele pesar hasta dos libras por debajo de lo que indican sus balanzas”, apunta Montoya, mientras revuelve yucas y boniatos llenos de tierra rojiza.
La higiene no es el fuerte de los expendedores de viandas, hortalizas y frutas. En Cuba no se acostumbra a escoger y limpiar los productos agrícolas. Se introducen al bulto en sacos y cajas y se vuelcan en tarimas o en el piso, junto con tierra, piedras y bichos.
La Plaza Roja de la Víbora, en el municipio Diez de Octubre, que por cierto no es plaza ni está pintada de rojo, y no es más que una calle ancha de 80 metros, los sábados y domingos se convierte en un variopinto pulguero o rastrillo.
Además de verduras y alimentos, venden ropa reciclada, artículos de fontanería y bombillas ahorradoras. Temprano en la mañana empieza lo bueno. Al ritmo de Willy Chirino e Isaac Delgado, salseros cubanos exiliados en Miami y censurados por los medios oficiales, camiones refrigerados ofertan pescado fresco a 15 o 20 pesos la libra.
También pavo, pollo y embutidos. Suele agotarse muy rápido. Las colas son largas y muchos madrugan para ser de los primeros.
Los habaneros acuden en masa a estas ferias. Eso sí, alarmados por los abusivos precios, como Josefa Cerdeña, 60 años, ama de casa. “Un mango se vende a 5 y 10 pesos y un mamey a 15 pesos», dice la señora con los ojos muy abiertos. Igual de caras están otras frutas, como la guayaba, o cítricos desaparecidos, como la naranja y la toronja. En cambio, abundan papas, coles y tomates.
A pesar de que el espantoso calor de junio descompone a velocidades supersónicas los vegetales y frutas, los precios se mantienen intactos. En el noticiero de televisión, una serie de reportajes ha denunciado la ineficiente forma de comercializar estos productos y la escandalosa corrupción de muchos vendedores.
Según medios oficiales, por concepto de merma y devaluación de calidad en frutas y hortalizas, alrededor de 750 mil pesos (30 mil dólares) se pierden diariamente, sólo en la capital.
Se sabe a dónde va a parar ese dinero. La mayor parte a los bolsillos de los administradores, y en menor cuantía a los vendedores.
De cualquier manera, estas ventas callejeras de fines de semana son un alivio para miles de familias. Por pesos, pueden comprar mercancías que escasean. Es cierto que las ferias tienen un denominador común: las largas colas. Ya lo dice el chiste: si el emblema de Estados Unidos es la Coca Cola, el nuestro es la Cuba Cola.
Iván García
Foto: kirsty stephenson, Flickr