Desde principios de año, cuando comenzó a hablarse de una posible visita del secretario de Estado, John Kerry, a La Habana, medios cubanos y norteamericanos, como Granma yCubadebate, CNN o The New YorkTimes, han publicado titulares que aluden al primer viaje de un canciller de Estados Unidos a la isla “en 60 años”. El cálculo sugiere que algún secretario de Estado, Dean Acheson o John Foster Dulles, por ejemplo, viajó a Cuba en los años cincuenta, durante la dictadura de Fulgencio Batista.
En realidad no fue así. Los dos secretarios de Estado que viajaron por última vez a Cuba fueron Cordel Hull, en 1940, cuando asistió a la Conferencia Panamericana de ministros de Exteriores, en julio de ese año en La Habana, y Edward Stettinius, último ministro de Exteriores de Franklin Roosevelt y primero de Harry Truman, en marzo de 1945, tras la sucesión democrática de poderes entre Fulgencio Batista y Ramón Grau San Martín del año anterior. En los años cincuenta, el subsecretario adjunto Roy Rubottom visitó varias veces la isla y el vicepresidente Richard Nixon lo hizo a principios de 1955, tras las elecciones manipuladas con que el Gobierno de Batista intentó proyectar alguna legitimidad democrática.
De manera que el viaje de Kerry a Cuba es, por tanto, el primero de un secretario de Estado en 70 años. Que los dos viajes anteriores, el de Hull y el de Stettinius, se hayan producido en el período más democrático de la historia contemporánea de Cuba, que va del establecimiento de la Constitución de 1940 al golpe de Estado de 1952, enmarca el precedente inmediato de la visita de Kerry en el apoyo de Estados Unidos a la democracia cubana. Justo en aquellos doce años en que Cuba estuvo más próxima a una experiencia democrática y soberana fue cuando las relaciones entre ambos países fueron más normales, por mucho que al régimen actual le cueste reconocerlo.
El dato no es insignificante, ya que, sin refutar la intimidad entre Estados Unidos y Cuba hasta 1960, cuando se quiebran las relaciones, otorgaría a la normalización diplomática en curso un peso histórico mayor que el que muchos le atribuyen. Desde el 17 de diciembre de 2014, cuando Barack Obama y Raúl Castro anunciaron el restablecimiento de relaciones, se inicia un choque de percepciones entre los actores involucrados en el acuerdo que, del algún modo, resume la disputa simbólica por el sentido de la nueva era bilateral. Rebajar o disimular la importancia del viaje de Kerry es parte de ese choque de percepciones.
El gobierno de Barack Obama y, en especial, el Departamento de Estado han asociado el giro diplomático hacia La Habana con el legado del presidente en política exterior, sin entender ese legado, naturalmente, como ruptura sino como reformulación del tradicional apoyo de Washington a los derechos humanos en el hemisferio, desde una perspectiva menos intervencionista. El gobierno cubano, en cambio, ha limitado las expectativas del viaje de Kerry y ha concentrado el énfasis de su estrategia mediática y simbólica en la apertura de su embajada en Washington. Izar la bandera cubana primero, en la capital del imperio, antes de que éste ice la suya en La Habana, ha sido la infantil manera de cantar una victoria que, para colmo, se atribuye a Fidel Castro, gestor de la ruptura diplomática de 1960.
Un modo de constatar el deliberado rebajamiento del perfil de la visita de Kerry es seguir la cobertura oficial del evento desde los medios oficiales de la isla. Hasta pocos días antes de la llegada del secretario de Estado, en los principales medios impresos y electrónicos no se había publicado una semblanza del político de Colorado y senador por Massachusetts. La ignorancia pública sobre Kerry en la isla es más grave si se tienen en cuenta algunos elementos de su biografía: combatiente en Vietnam en los años sesenta y opositor a la guerra en los años setenta, católico practicante, rival de George W. Bush en las elecciones de 2004, crítico de la política de Estados Unidos hacia América Latina y Cuba.
La fe religiosa de Kerry es de la mayor importancia en el análisis, ya que se trata, junto con Joe Biden, de uno de los católicos más cercanos al presidente Barack Obama. Se comprende mejor la intervención del papa Francisco y Roma en el proceso de normalización diplomática tras advertir esa conexión católica en la actual Administración demócrata. Y se entiende mejor el porqué del ascenso paralelo de la popularidad del presidente Barack Obama y del papa Francisco dentro de la isla, los dos únicos políticos globales valorados por más del 80% de los encuestados en un sondeo independiente de Bendixen y Amandi.
Hasta hace poco, en la edición electrónica de Granma, el buscador arrojaba sólo cuatro entradas sobre Kerry: dos sobre los encuentros formales con el canciller Bruno Rodríguez en Panamá y luego en Washington, otra sobre una reunión del secretario con el canciller palestino y otra más sobre la estrategia de Estados Unidos contra el Estado Islámico, que, por lo visto, Cuba, al igual que Moscú y Teherán, aprueba. Las múltiples entradas desfavorables al secretario de Estado, relacionadas con los conflictos entre Washington y Rusia, Venezuela, Siria y otros aliados de La Habana, han sido borradas, aunque algunas, compensadas con algún que otro guiño amistoso, todavía pueden leerse en los buscadores de Cubadebate y JuventudRebelde.
La posición oficial del gobierno cubano sobre el Estado Islámico es, en buena medida, un acomodo difícil de la política exterior de la isla a la coalición encabezada por el secretario Kerry. A pesar de reconocer que EI es una agrupación “radical” o “extremista” -Granma no usa el término terrorista- y que ataca “ciudades y minorías étnicas en Irak y Siria”, La Habana sigue suscribiendo la tesis del gobierno sirio de que Estados Unidos y las potencias occidentales han armado y apoyado al EI con el fin de subvertir el poder de su aliado Bachar el Asad. Este tipo de matizaciones mediáticas forman parte de la bienvenida al secretario de Estado.
La mayoría de la población cubana, que no tiene acceso a internet y que durante más de medio siglo ha sido sometida a una visión monstruosa de Estados Unidos y sus políticos, sean demócratas o republicanos, recibe a John Kerry sin saber quién es ese primer secretario de Estado que viaja a la isla después de 70 años. Los dirigentes cubanos acostumbran a exaltar en sus discursos la “cultura” y “sabiduría” del pueblo cubano. Lo intrigante es saber cuáles son las fuentes de información de que dispone esa ciudadanía “sabia”, rigurosamente excluida de las grandes decisiones en política doméstica e internacional del gobierno cubano.
Rafael Rojas, historiador cubano.
El País, 11 de agosto de 2015.
Foto: John Kerry. Tomada del blog de David Rohde, periodista de Reuters.