Cuando en diciembre de 1995 entré a trabajar en la agencia de prensa independiente Cuba Press, internet nos sonaba a ciencia ficción. Pocos sabíamos de qué iba. En la autopista de la información veíamos una complicada maraña de interconexiones, destinada a graduados en computación. Y según nos decía el gobierno, era un engendro de la CIA.
En 1995 todavía la isla no estaba conectada a la red de redes. En Cuba Press éramos una veintena de corresponsales, varios con una hoja de servicios dentro del periodismo estatal. Ni soñar con tener un PC o una laptop. Esos equipos los veíamos como si fuesen bichos raros. Los tipos duros de la Seguridad del Estado estaban a la caza de ordenadores, para intentar demostrar que éramos un núcleo activo de los servicios especiales de Estados Unidos.
Redactábamos los textos en máquinas de escribir, unas más viejas que otras. Algunos conservaban las Robotron, antigualla fabricada en Alemania Oriental, de teclas tan duras que provocaba dolores en las yemas de los dedos. Una vez, un periodista extranjero de paso por La Habana nos dejó su laptop y preferimos canjearla por una Olivetti Lettera 25 portátil.
Mi sueño era escribir en una máquina eléctrica con un teclado suave y tener siempre a mano suficientes hojas blancas, papel carbón y cintas negras. Casi nadie deseaba tener un ordenador, su manejo nos parecía muy complicado. Llamaba demasiado la atención y te podían acusar de ‘espía’.
En junio de 1997, tres agentes de la Seguridad del Estado hicieron un registro en mi domicilio, en busca de una computadora. Mi madre les dijo que no teníamos ninguna, pero si la hubiéramos tenido, ya la hubiéramos sacado, pues una vecina nos había dicho que la Seguridad había pedido al CDR que nos vigilaran, a ver si nos cogían con las manos en la masa… de una computadora!
Pese a nuestro atraso tecnológico, desde la creación de Cuba Press, el 23 de septiembre de 1995, todas las crónicas y artículos -dictados por teléfono-, se publicaban en internet, gracias a la colaboración de cubanos residentes en Miami.
Escribíamos en sitios y webs que nunca habíamos visto y ni imaginábamos cómo eran. De vez en cuando, nos hacían llegar copias impresas de nuestros trabajos. La única forma a la que estábamos acostumbrados a leer: tocando y oliendo el papel.
Granma Internacional fue la primera publicación gubernamental en informar a través internet, en 1996. El despegue oficial lo iniciaron a raíz de la visita del Papa a Cuba, en 1998. Pero los jerarcas del partido continuaban observando con recelo la nueva herramienta. Detalladamente analizaban los pros y contras. No fue hasta el año 2000 que los talibanes ideológicos comprendieron que la red de redes podía ser un arma útil también para ellos. En materia de nuevas tecnologías, Fidel Castro siempre ha ido a remolque.
En esa batalla silenciosa entre amanuenses oficiales y reporteros alternativos, el régimen salió derrotado. No porque los periodistas independientes fuéramos unas lumbreras, que no lo éramos, sino sencillamente porque éramos -y somos- hombres libres a la hora de abordar los temas.
Para la primavera del 2003 Castro estaba más arriba de los cojones con la oposición y la prensa disidente. Tanto le disgustaba que llevó a la cárcel a 75 opositores, entre ellos 27 periodistas independientes.
El régimen cubano siempre ha visto a internet como un enemigo peligroso. Para enfrentarlo, ha creado un regimiento especial dentro de la contrainteligencia y una universidad informática, ubicada en una antigua base de espionaje electrónico, un tiempo atrás alquilada a Rusia. Allí, entre sexo y relax, 8 mil jóvenes comunistas se preparan para sabotear los blogs y páginas web de quienes piensan distinto.
Aunque existían desde antes, fue partir de 2007 que los blogueros isleños se pusieron de moda fuera de Cuba. Pero es justo reconocer que doce años antes, cuando internet era una palabra rara y tener una laptop era un lujo, un grupo de periodistas al margen del control estatal, atrevidos y neófitos en tecnología, ya usaban la red para publicar sus artículos.
Iván García
Postdata de Tania Quintero
En una entrevista a Rosa Miriam Elizalde, reproducida en Cubadebate, una de las periodistas-portavoces del régimen castrista, al final afirma: «Cuba ha dado un paso muy esperanzador para el futuro de la Internet cubana: el cable submarino que nos une con Venezuela. Sabemos que el cable no es la solución mágica a nuestros problemas de conectividad, pero sí que mejorará las comunicaciones y que, al beneficiar a muchos, se cumplirá también en nuestro caso la regla consabida de que los valores en red se fortalecen. Y creo sinceramente que 11 millones de ciberactivistas con los valores de la Revolución cubana generan más pánico en el gobierno de los Estados Unidos que el fantasma de Julian Assange multiplicado».
El reto está lanzado. Cuando los cubanos puedan tener libre acceso a internet desde sus casas, y no sólo intranet con posibilidad de correos electrónicos internacionales como Yahoo o Gmail, veremos si es cierto que ‘la revolución’ podrá contar con «11 millones de ciberactivistas». En la hoy empobrecida Cuba, si acaso, el 1% de la población tiene computadoras en sus domicilios o posee laptops o ‘tabletas’ con las cuales poderse comunicar libremente, sin tener que acudir a oficinas de correos, clubes de computación y cibercafés estatales, donde los usuarios y sus conexiones son controlados.
Ojalá que el 10% o más de los cubanos en la isla pudieran comprar ordenadores y pagar en divisas la conexión en sus hogares. A lo mejor la mitad de ese 10% son defensores acérrimos de los Castro y su revolución. Pero lo dudo.
A propósito, en 1988, cuando Rosa Miriam Elizalde estudiaba en el último año de la carrera de periodismo en la Universidad de La Habana, para que se adiestrara en las técnicas televisivas, a ella y a Grisell Pérez, otra alumna de su curso, las insertaron en la redacción donde yo trabajaba, en la TV cubana. Hicimos un programa Puntos de Vista titulado «Mujeres dirigentes, ponerse en su lugar». Se realizó en Sancti Spiritus, ciudad natal de Rosa Miriam. Una noche, ella nos llevó a conocer a los tíos que la criaron después de morir su madre.
El domingo 21 de febrero de 1999, en la página 5 de Juventud Rebelde, la Elizalde escribió (o firmó) un ataque contra el periodismo independiente titulado «Mercenarios en apuros». Le respondí con «Sin hipocresía», publicado en Cubafreepress el 1 de marzo de 1999, el mismo día en que fui arrestada por la Seguridad del Estado, en Marianao, cuando me dirigía al juicio contra los cuatro integrantes del Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna. Durante 29 horas permanecí en un calabozo de la unidad de policía situada en 7ma y 62, Miramar.
Por cierto, Rosa Miriam Elizalde y yo somos las dos únicas periodistas cubanas mencionadas por el escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán en su libro «Y Dios entró en La Habana», publicado en 1998 (TQ).